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Un poco de memoria

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El muro

@|Pasada la extraña y misteriosa Noche de la Nostalgia, curioso fenómeno vernáculo, digno de estudio sociológico de campo, pensemos en la vital importancia de la memoria, ese archivo ambulante que cargamos desde nuestro nacimiento y de qué haríamos si no la tuviéramos. Carecer de ella, tal vez podría ser una ventaja… Sin ninguna desfachatez nos olvidaríamos de pagar las cuentas, no volveríamos a casa y menos acertaríamos la llave en que cerradura… Dicho paquete de recuerdos, mecanismo pergeñado tal vez por la Pachamama, se almacena dentro de un receptáculo que viene a ser el pent house del esqueleto, y se puede definir como una habitación esférica de paredes craneanas oscuras con solo dos ojos por ventanas y párpados por persianas que todo lo otean desde las alturas, privilegio que por ejemplo los ofidios no tienen y que responde a la vulgar denominación de cabeza, pero que en el lunfardo rioplatense tiene otras curiosas acepciones como, coco, mate, marote, croqueta, sabiola, etc. 

Ahí dentro, para bien o para mal, se va procesando, almacenando y archivando cuanta experiencia pasa por nuestra vida. Luego, en un sistema parecido a la papelera del escritorio de Windows, se me ocurre que para no recalentar tanto la croqueta y para no producir un hollywoodense incendio en la torre, archiva definitivamente millones de amarillentos expedientes de peripecias personales que ya no se necesitan tener a mano. Pero suele suceder que esa información puntual que no sabíamos que estaba meticulosamente guardada y clasificada, motivada por cualquier estímulo exógeno indeterminado, súbitamente vuelve a la luz, aunque a veces la tinta de esa vieja ficha está un poco borroneada por la humedad de tanto encierro y del paso de los años, pero en definitiva el expediente está intacto y lo medular se puede releer con prístina claridad.  

Este fenómeno en cuestión, sucedió dentro de mi modesta calavera en agosto de este año cuando Martín Aguirre, en un muy buen artículo de su autoría publicado en este prestigioso diario, entre otras cosas, expresaba lo siguiente: “Cuando gran parte del FA decía que el muro de Berlín era macanudo” (sic). Y eso es totalmente cierto, eso decían, apareció en mi memoria y doy plena fe de ello porque lo viví y sufrí en carne propia, ya que en aquellos turbulentos años de mucha algarabía, fumata, yerba y jovial estudiantina personal, compañeros míos mayores que eran de la FEUU, afirmaban absolutamente convencidos y obviamente fanatizados que el Muro de Berlín de la Alemania comunista se había erigido no para evitar que ese pobre pueblo huyera de ese infierno, sino para contener la ingente oleada de capitalistas deseosos de entrar cuanto antes a ese maravilloso paraíso. ¡Si, así como lo leen!

También vi ridículos intentos de conscientizaciones populares en ómnibus y cumpleaños de quince; vi proyectos de desalambradas de campo, de nacionalizaciones bancarias, de darle tierra pa´l que la trabajara, de romper con el FMI, de no pagar más la deuda externa; vi al “Che” en el Paraninfo hablar de las grandes virtudes de nuestra democracia, ejemplo a seguir para toda América Latina y nadie le dio bola; vi el Mayo Francés; vi la teología de la liberación; vi el pabellón beligerante extranjero de Vietnam del Norte ondear en la Universidad de la República, hasta vi a dos generales del Ejército Nacional, luego muy conocidos, afirmar convencidos que el mundo se dirigía inexorablemente hacia el Socialismo; vi a unos auténticos burgueses apurados ensayar una trasnochada revolución armada en un país que por su topografía estaba irremediablemente condenada al fracaso. En definitiva, vi muchas trágicas tonterías de la izquierda uruguaya porque fui contemporáneo de ellas, pero nunca me subí a ese tranvía. 

Hoy me da pena ver a esta izquierda vieja, agotada y desorientada hincar sus rodillas en nuestra tierra para tenderle vías a una (según ellos) multinacional capitalista.

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