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Un nuevo amanecer

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CASILDA ECHEVARRÍA
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La salida de la cuarentena será como un nuevo amanecer, nadie sabe cómo será, pero lo que sí es seguro es que cada uno lo verá y vivirá distinto. Para cada individuo y en cada actividad el día después será único y hoy todavía incierto.

El mercado laboral será uno de los que tendrá variados e incipientes cambios que ya nadie podrá negar, es evidente que el teletrabajo puede ser una herramienta útil para algunas áreas de actividad con varias puntas a resolver.

Hay quienes, por un lado, pregonan el derecho del trabajador de desconectar sus dispositivos electrónicos fuera del horario de trabajo. Del otro lado las empresas, a través de las posibilidades que da la tecnología, pretenden supervisar que solo se utilicen computadores y teléfonos de la oficina en determinados horarios.

Lo anterior no es en absoluto práctico ya que implicaría que los trabajadores se vieran impedidos de un uso personal razonable de los dispositivos y deban tener todo duplicado, lo que no es lógico. Adicionalmente el trabajo domiciliario implica que las tareas domésticas y las laborales deban compatibilizarse, principalmente cuando hay niños pequeños que, por supuesto, no comprenden por qué no pueden acercarse, jugar o siquiera hablar con su padres.

Todo lo anterior deriva de pretender aplicar al teletrabajo las nomas del trabajo en el sitio laboral, cosa que no es en absoluto razonable. Es muy difícil controlar el trabajo a distancia, entonces ¿por qué no liberalizarlo? Quien elija y pueda trabajar en su domicilio y el empleador que lo permita deben poder finalizarlo, cualquiera de ellos y en cualquier momento, si no funciona. Si el funcionario no rinde, porque no puede o no quiere o si el jefe es abusivo, el trabajo a distancia no funciona y no lo hará por más reglamentaciones que queramos aplicarle, se requiere de responsabilidad de un lado y consideración del otro para que sea efectivo.

Otro aspecto interesante a la salida de la cuarentena será la fijación de salarios. Probablemente las empresas estén muy golpeadas y los trabajadores muy necesitados. Para resolver este dilema es muy importante tener claro las prioridades: si el objetivo es mantener nivel de actividad y empleo, todos deben ceder. Es probable que las empresas hayan de endeudarse y sacrificar ganancias futuras de modo de mantener las plantillas anteriores a la crisis. Por su parte los trabajadores que ya lo son y tienen la suerte de mantener sus puestos, tendrán que aceptar que quizás sus sueldos se vean disminuidos en una actitud solidaria para que nadie pierda el empleo.

En otra situación están aquellos que son desocupados, recordemos que en los últimos años del anterior quinquenio se perdieron cerca de 50.000 puestos de trabajo, es decir que a esos probablemente se sumarán otros que se hayan visto afectados por la crisis actual. ¿Para estos es justo mantener un salario mínimo obligatorio? Una actitud demagógica es sostener que sí; será políticamente correcto, pero no le llena la olla al desocupado.

Otro aspecto relevante, en este estado de catástrofe, es que no todas las empresas han sufrido igual y por tanto tendrán que priorizarse los acuerdos por empresas y no los generales por actividad.

Aprender de la realidad y evolucionar sin fundamentalismos es lo que precisamos en esta instancia para que haya un brillante amanecer a la salida del túnel que transitamos.

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