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Encrucijada sindical

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Hace muchos años, allá por 1983, participé de un encuentro con un viejo dirigente sindical. Nosotros éramos un pequeño grupo de militantes estudiantiles, de esos que habíamos echado a andar la Asceep. Él era un veterano que volvía a ponerse en movimiento tras la quietud de la dictadura. No era un dirigente de primera línea. Ni siquiera sé su nombre. Sólo recuerdo que era viejo (o al menos eso me parecía), que tenía una forma de hablar muy pausada y que era comunista.

Hace muchos años, allá por 1983, participé de un encuentro con un viejo dirigente sindical. Nosotros éramos un pequeño grupo de militantes estudiantiles, de esos que habíamos echado a andar la Asceep. Él era un veterano que volvía a ponerse en movimiento tras la quietud de la dictadura. No era un dirigente de primera línea. Ni siquiera sé su nombre. Sólo recuerdo que era viejo (o al menos eso me parecía), que tenía una forma de hablar muy pausada y que era comunista.

Ese hombre nos dio una charla sobre ética gremial. Nos dijo que los sindicatos defienden intereses y pueden desplegar mucha fuerza, de modo que tienen que ser cuidadosos en sus formas de proceder. Si caen bajo la sospecha de prepotencia o abuso, el instrumento se debilita. Puso dos ejemplos que recuerdo con claridad. Nunca hay que hacer paros pegados a un fin de semana o a un feriado, dijo, porque eso genera la sospecha de estar armando unas vacaciones. Y nunca hay que cobrar las horas de paro, porque el que cobra sin trabajar no es un trabajador sino un pensionista. Si hace falta plata para sostener a los que paran, la tienen que poner los sindicatos y no los patrones.

Aquel hombre me impactó. Sus ideas políticas estaban muy lejos de las mías (era un comunista en plena existencia de la Unión Soviética, que recientemente había invadido Afganistán) pero al mismo tiempo representaba un sindicalismo que aspiraba a ser respetable y limpio. Desde entonces, ese veterano se convirtió en mi unidad de medida para evaluar lo que hacen las organizaciones de trabajadores y sus líderes.

Cuando uno utiliza esa vara para medir al movimiento sindical de hoy, se encienden muchas luces amarillas. Los paros pegados a feriados y fines de semana se han vuelto la norma. Los paros sin descuentos son usuales. Y luego hay una larga serie de episodios penosos, que van desde oscuros manejos de grandes sumas de dinero (como ocurrió con el plan de viviendas del Pit-Cnt), hasta el recurso cada vez más frecuente a prácticas patoteras (incluyendo feroces agresiones personales, como la del taxista al que desfiguraron porque quería ejercer su derecho a trabajar).

Este es el marco en el que hay que ubicar los acontecimientos del Sirpa y todo lo que vino después. Cada perla de ese collar es motivo de alarma. Desde el tratamiento que recibieron los adolescentes internados hasta las declaraciones posteriores de “Joselo” López. Desde las afirmaciones de altos dirigentes sindicales que sostuvieron que López no podía hacer nada más que mirar, hasta los intentos posteriores de concentrar la culpa en el funcionario que comete las peores agresiones. Pero lo más grave es la falta de reacción de la cúpula del Pit-Cnt, que ni siquiera se animó a separar del cargo a su vicepresidente, sino apenas a persuadirlo de que pidiera licencia. Puede que la carrera sindical de “Joselo” López haya concluido, pero está claro que el que le bajó el pulgar fue el gobierno, no el Pit-Cnt.

Los sindicatos uruguayos están en el momento de máximo poder de su historia, pero también en un proceso de deterioro de imagen que se refleja en las encuestas. Es ahora mismo que deben decidir si van a retomar contacto con la tradición de honorabilidad que representaba, entre otros, aquel viejo sindicalista, o si van a seguir por el camino de una peronización que terminará de hundirlos en la lógica mafiosa.

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Pablo Da Silveira

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