Los peores de la clase

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Hace unos días, El País informó acerca de una reunión que tuvo lugar el 25 de mayo pasado en el Consejo de Educación Secundaria. En esa oportunidad, el presidente de la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP) habría afirmado: “Nosotros tenemos un dato. En primer año entran 50.000 y a fin de año perdemos 10.000, esto es insostenible”.

Hace unos días, El País informó acerca de una reunión que tuvo lugar el 25 de mayo pasado en el Consejo de Educación Secundaria. En esa oportunidad, el presidente de la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP) habría afirmado: “Nosotros tenemos un dato. En primer año entran 50.000 y a fin de año perdemos 10.000, esto es insostenible”.

La noticia fue recibida con un significativo silencio por parte de las autoridades de la enseñanza pública.

La realidad es que, primero, Secundaria ha estado perdiendo alumnos por décadas; segundo, que esa fuga es mucho más acentuada en el caso de los jóvenes pertenecientes a las familias de menores recursos económicos; y, finalmente, que la calidad de la enseñanza impartida deja mucho que desear (aún si la comparamos con la de otros países latinoamericanos).

No se necesita ser un experto en el sistema de la enseñanza en nuestro país para saber que en las últimas décadas se han publicado docenas de estudios e informes sobre los más diferentes aspectos de aquella.

Uno de los más recientes en aquella larga serie, es el estudio sobre trayectorias educativas en la enseñanza media publicado hace unas semanas por el Instituto Nacional de Evaluación Educativa (Ineed).

El informe señala que el 48,6% de los jóvenes en el grupo de edades entre 15 y 17 años ingresó, culminó educación media básica y continuó en el sistema educativo. En el otro extremo de las situaciones consideradas, existe un 21,6% que corresponde a jóvenes que abandonaron ese nivel de la enseñanza o que ni siquiera lo comenzaron. Estos datos nos dejan bastante mal parados en la comparación regional. El porcentaje de jóvenes pertenecientes al grupo de edades entre 15 y 17 años que completó nueve años de educación formal fue de 48,5% en el caso de nuestro país; 61,2% en el de Brasil; 72,9 en el de Argentina; y 88,6% en el de Chile.

La situación, señala el estudio del Ineed, es peor en el caso de la enseñanza medida superior.

La proporción de los jóvenes de 18 a 20 años que aprobó doce años de educación formal fue de 28,0% en el caso del Uruguay; 43% en el Paraguay; 47% en el Brasil; 48% en la Argentina; y 76% en Chile (datos de 2011).

Esas cifras se refieren al conjunto del grupo de edades.

La situación es aún más preocupante si consideramos el ingreso de las familias. En nuestro país, solamente el 7,3% de los jóvenes pertenecientes a familias en el primer quintil de ingresos completa la educación obligatoria; en contraste, el 64,6% de los jóvenes pertenecientes al último quintil consigue ese objetivo.

El informe, muy diplomáticamente, concluye que “en el contexto regional Uruguay exhibe un importante rezago en materia de finalización del ciclo de educación media. Este quizás sea uno de los principales problemas que el país debe acordar”. Rezago parece poco…

Esta situación tiene tres consecuencias: el sistema de la enseñanza desperdicia la principal riqueza natural de que disponemos para conseguir el desarrollo económico y social, la materia gris de nuestra gente, frustra sucesivas generaciones de jóvenes y acentúa la inequidad social.

Pero ese no es el verdadero problema. El verdadero problema es que los uruguayos parecemos aceptar esa situación y permitimos que continúe y se extienda.

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Juan Oribe Stemmer

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