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La reaparición de Duhalde

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julia rodríguez larreta
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La súbita reaparición de Eduardo Duhalde puede haberle resbalado a más de uno, pero ni el personaje ni sus declaraciones son a descartar livianamente. 

Para empezar, conviene recordar la trayectoria de este histórico líder del peronismo, que hoy parecería decidido a postularse como opción, tal como lo fue en el pasado, en momentos difíciles.

Duhalde fue vicepresidente de Menem en el primer período y luego Gobernador de Buenos Aires, un bastión político que abarca el 38% del padrón electoral del país. Donde permaneció desde 1991 hasta 1999, reforma de la Constitución provincial mediante, para poder ser reelegido.

Su influencia y sus apoyos políticos se encuentran entre los Gordos, (tradicionales dirigentes de la CGT), los “barones del conurbano” (los intendentes) más varios gobernadores y sus diputados. No así, la Cámpora de CFK enfrentada desde siempre. En enero de 2002 se convirtió en Presidente de la República argentina. Vale rememorar cómo llegó a ocupar el sillón de Rivadavia. No fue a raíz de un golpe militar, como los que mencionara en sus recientes declaraciones, pero su acceso a la Casa Rosada tuvo mucho de golpe, aunque haya sido de otro tipo. Una toma política del poder en medio de una crisis institucional, económica y social, que venía in crescendo desde hacía tiempo.

Gobernaba en esa época, el radical Fernando de la Rúa. Un perfecto antihéroe, quien a pesar de su poco sex-appeal logró suceder al discutido pero carismático, Carlos Saúl Menem. La impresión que quedó en el aire después de conocido el escrutinio, era que la ciudadanía se había cansado de los histrionismos y la venalidad en las esferas gobernantes. Maldición de la que los argentinos no consiguen liberarse. Más valía entonces, votar a un candidato insípido que lucía como lo más opuesto a su antecesor.

Sin embargo, hubo gran escándalo alrededor de ciertos sobres que el gobierno le habría obsequiado a varios senadores de la oposición, a cambio de que apoyasen la reforma laboral que enviaría el Ejecutivo, pues no le alcanzaban los votos. Si bien De la Rúa a los dos años fue sobreseído en dicha causa y tampoco se encontró a ningún culpable…

El Presidente fue duramente censurado por la opinión pública, más allá de que maniobras semejantes no fuesen un invento de la administración delarruista. A esta situación se sumaba el malestar creciente por el corralito de Cavallo, junto a una crisis económica y social en aumento.

Una hoguera a la que rociaban con nafta distintos grupos de presión, desde los piqueteros, los grupos de izquierda, los gremialistas y cualquier descontento que se arrimara. Las calles eran escenario cotidiano de revueltas y enfrentamientos. El gobierno se mostraba desbordado a medida que pasaban los días, hasta que hubo tiroteos y muertos que lamentar.

No muchos, por suerte, pero suficientes para que cundiera el pánico y la sensación de impotencia en la Casa Rosada. Un día, el Presidente radical declaró el estado de sitio provocando un fuerte cimbronazo institucional debido a que era el Congreso, el facultado para tal extrema decisión. Ante el caos reinante y para evitar males mayores, el Presidente, cumpliendo aquella malhadada profecía de que solo los peronistas pueden gobernar a la Argentina, subió a la azotea de la vieja casona presidencial, a riesgo de que la azotea no aguantara el peso del aparato y abandonó el recinto a bordo de un helicóptero, renunciando a su investidura. Menos heroico que otros sucesos de la historia argentina, pero seguramente menos sangriento.

El clima de desestabilización, la violencia en continuo ascenso azuzada desde diversos sectores sociales, no parecía fruto de la espontaneidad. Duhalde, muy cercano a los muchachos de la CGT, fue acusado de promotor y fogonero de los saqueos que se sucedían a los comercios y los supermercados, hechos que iban elevando los grados de la temperatura social, aunque esto no fue comprobado. En esa confusión y desgobierno, asumieron cinco Presidentes. El primero fue Ramón Puerta, quien solo estuvo un día o dos en el cargo. Otro, el gobernador de San Luis, Adolfo Rodríguez Saa, que entre vítores en el Congreso, anunció el no pago de la deuda. Hasta que Eduardo Duhalde fue consagrado en la máxima magistratura. Su mandato, (enero 2001 - diciembre 2003) fue declarado por la Asamblea Legislativa tras el consenso logrado entre peronismo y opositores, en aplicación de la Ley de Acefalía y por el plazo que le correspondía al renunciado De la Rúa, sin llamado anticipado a elecciones.

Bajo su égida se produjo el fin de la era Cavallo, del peso a peso y llegó Roberto Lavagna al Ministerio de Economía, en abril de 2002. Se decidieron varios cambios en la conducción económica, entre ellos la pesificación de los depósitos y las deudas, lo que facilitaba la vida al sector empresario-industrial, aunque no tanto a los acreedores o a los ahorristas. Pero la crisis económica no era simple de revertir y sus fuertes coletazos golpearon fuertemente de este lado del Plata, sumergiéndonos en una crisis importada de tremendas consecuencias. Desde lo económico hasta lo político. Se pulverizó el Partido Colorado, por más que el Presidente Jorge Batlle, con el apoyo del Partido Nacional, pudo capear airosamente el temporal. Le entregó al triunfante Frente Amplio, un país en plena recuperación económica.

Duhalde también tuvo que enfrentar grandes disturbios y alguna muerte, como ocurrió en Avellaneda en junio de 2002. Ese mismo año, comenzó a preparar su retirada y le dio su apoyo a un relativamente ignoto gobernador, Néstor Kirchner, que por otra parte, contaba con un buen respaldo financiero para solventar su campaña, gracias a la privatización de YPF, las regalías del petróleo, ventajas de la actividad pesquera y demás. El austral ganó con un poco más del 22% y le habrá parecido a Duhalde que iba a ser fácilmente manejable. Mas la armonía con su padrino político duró poco tiempo. Y hay cicatrices que nunca cierran. ¿Qué busca Duhalde al traer la idea de la posibilidad de un golpe?

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premiumJulia Rodríguez Larreta

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