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¡Aló! ¿Quién habla?

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El futuro del Uruguay contiene hoy una cuota de incertidumbre que no tenía un par de años atrás; ella proviene del resultado electoral: ayer sabíamos quién iba a ganar las elecciones, hoy no lo sabemos. No obstante hay algo que no es dudoso sino absolutamente cierto: sea quien sea que gane no tendrá mayoría propia en el Parlamento.

El futuro del Uruguay contiene hoy una cuota de incertidumbre que no tenía un par de años atrás; ella proviene del resultado electoral: ayer sabíamos quién iba a ganar las elecciones, hoy no lo sabemos. No obstante hay algo que no es dudoso sino absolutamente cierto: sea quien sea que gane no tendrá mayoría propia en el Parlamento.

Esta situación, que es una certeza más allá de los cacareos de alguno, traerá consigo consecuencias importantes que ofrezco a la consideración del sacrificado lector. Por ejemplo, puede devolver nivel a la actividad parlamentaria. Saldremos del marasmo en que el oficialismo, con mayorías propias, ni estudiaba siquiera los proyectos porque de antemano sabía que contaba con los votos para aprobar cualquier cosa y la oposición, por su parte, tenía pocas ganas de entrar en un debate perdido antes de empezar. Volverá la necesidad de lograr acuerdos y se cotizará nuevamente la inteligencia para conformar entendimientos, esencia de la política.

Paradójicamente de esta certeza se derivarán incertidumbres; los candidatos y los partidos harían bien en ponderarlas desde ahora. Pero antes una salvedad: estoy pensando en acuerdos grandes, generosos, no en el pequeño acuerdito fácil con el vecino. Pienso en el entendimiento del día después del ballotage entre los dos que se midieron en el cotejo definitivo: Vázquez y Lacalle Pou. Si queremos que el Uruguay dividido acerque sus dos mitades, si queremos que cese el drama de la fractura no resuelta y que no haya forma de medrar con la división, o es Vázquez quien tendrá que negociar con Lacalle Pou o será Lacalle Pou el que tendrá que hacerlo con Vázquez. Si descartamos de entrada esta posibilidad pasaremos a un tétrico plan B donde la voz de mando será trancar todo y que la victoria política sea fabricar el desierto, el yermo, la parálisis nacional por cinco años.

Las hipótesis, pues, son dos y nada más que dos. La primera: si el ganador de las elecciones es Vázquez. Le será difícil generar acuerdos. En parte porque no tiene experiencia de ello: nunca estuvo en el Parlamento que es el lugar de trato, roce y negociación con las figuras políticas del adversario. Gobernó con mayorías absolutas cuando fue Presidente. No sólo no tiene experiencia sino que también carece del temperamento adecuado para la negociación. Como casi perdió se sentirá más ganador que nunca.

Segunda hipótesis: gana Lacalle Pou ¿Con quién podrá negociar o buscar aproximaciones? No será con Vázquez, su adversario electoral, que no es un dirigente del Frente Amplio sino un candidato al que fueron a buscar por falta de otro; Vázquez perdedor ya no será nadie en el Frente Amplio. ¿Con Sendic? ¿Topolanski? De todos los dirigentes frentistas actuales no parece haber ninguno que pueda hablar por el Frente con suficiente autoridad y libertad como para establecer con Lacalle Pou y el Partido Nacional bases de acuerdos cumplibles. Hablar en nombre de un Frente derrotado no será nada fácil.

El panorama de no mayorías —certeza a esta altura del calendario— hace necesario pensar en acuerdos, sea quien sea que gobierne. Pero el panorama que arrojará el ballotage hace difícil imaginarlos. Con todo ¡que no haya desfallecimiento! En un país dividido como el que tenemos (y seguirá siéndolo el día siguiente a la elección) quien sea capaz de llegar a los grandes acuerdos será un benefactor. Claro: ningún dirigente político puede encarar algo tan difícil si no encuentra ambiente en su entorno.

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Juan Martín Posadas

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