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Liderazgo

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ANÍBAL DURÁN
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Una cosa es prever que se viene una hecatombe y para ello hay que prepararse, adoptar medidas que la mitiguen, ser proactivo en ese sentido y otra muy distinta es que caiga súbitamente, sin previo aviso y dejando una realidad imprevisible.

Eso le pasó al Presidente de la República a solo 13 días de asumir su cargo. Y allí en la soledad del poder, tuvo que comenzar a desentrañar la madeja.

Nadie en esta sociedad habrá querido estar en sus zapatos, donde el fino equilibrio que se debería tener en cada medida a adoptar era una suerte de dogma a seguir. ¿Pero se consigue dicho equilibrio? Hoy a 8 meses del inicio de la pandemia, tal vez veamos el panorama un tanto más despejado (aunque el virus no se detiene), pero el derrotero tuvo mil cabildeos y las decisiones había que tomarlas. La economía y sus motores, la enseñanza en general, el desempleo que aumenta y cuánto desasosiego. Además con una central sindical que a los pocos días de anunciarse la pandemia, hace un paro general para la tribuna y con ánimo desestabilizador. Llamaron a confinarse.

Después bajaron un poco, solo un poco, la pelota al piso.

Cómo dijo el Presidente en su momento, quién le dice al cuentapropista, al que se gana el mango en la calle y que lo necesita para su familia, que se recluya. Es tan fácil en la teoría. En definitiva, lo que no puedes obligar (y el Presidente no estaba dispuesto a hacerlo), no lo ordenes. Y así fue.

En estos meses arduos y con dificultades diarias, al margen de que se pueda discrepar o no con decisiones de todo resorte que se han tomado, es incuestionable que tenemos en la Presidencia de la República a un líder.

Decía Napoleón: un líder siempre infunde esperanzas. Y este Presidente nos las da, porque en primer lugar y aunque luzca contradictorio, no rehúye dar malas noticias cuando es menester hacerlo. No delega en nadie ese tipo de mensaje. Transparenta su gestión y es premisa que ha hecho carne en su gobierno. Tampoco alienta falsas expectativas. Lacalle Pou es creíble, lo que no lo exime de equivocarse. Y se equivocó y rectificó.

Las actitudes del Presidente, generan confianza. Un líder logra que confíen en él cuando es competente, justo, íntegro, dice la verdad, expresa sus sentimientos, cumple sus promesas y vive los valores haciendo lo que predica. Porque en definitiva las medidas que se han adoptado y que no tienen que ver con la pandemia como la ley de urgente consideración (LUC), ya estaban preavisadas in extenso previo a que el Presidente asumiera. Nadie podrá llamarse a engaño. Harina de otro costal es que a la oposición no le guste.

El Presidente de la República cuando era Presidente electo, prometió medidas para reactivar la construcción, sustancialmente la vivienda, y ya en abril cumplió. Honró su palabra.

Y ha dado sus frutos porque los promotores privados vienen invirtiendo y construyendo.

Los griegos decían que nadie podía ser un buen líder si primero no había aprendido a obedecer.

Esta concepción todavía impera en los partidos políticos, en donde para trepar por el palo enjabonado de la ambición uno debe seguir con lealtad los lineamientos partidarios. El Presidente jugó con dicha lealtad en su partido y también lo hizo con los demás partidos, que luego concluyó en la coalición. Nunca escondió sus cartas para con ellos y ganó su respeto.

Y aceptó consejos e inquietudes, no se paró desde una postura absolutista donde “su” verdad sería inexorable. No fue por generación espontánea que lo siguieran Sanguinetti, Mieres, Manini, Talvi, Novick.

Hay dos escuelas de pensamiento sobre el liderazgo. Una sostiene que el líder debe liderar, la otra sostiene que el mismo (o la misma), debe seguir. Cuando los gobiernos toman cuidadosa nota de la opinión pública o escrutan las opiniones de los grupos de opinión, se están adaptando a las tendencias e intentando más que dirigir, satisfacer la demanda. Y vaya que esto lo hizo el Presidente, haciéndose eco de un clamor popular que requería cambiar la pisada, sustancialmente en seguridad y educación. Y esos anhelos fueron reflejados en la LUC.

Por debilidad, ignorancia, pereza, la mayoría preferiría dejarle a otros la tarea de decidir. La gente en masa parece disfrutar de un líder firme, un guía. Sucede que el olfato juega su partido: están los que confiaron en Maduro, por ejemplo. Y están los que confiaron en la coalición y en el Presidente Lacalle. ¿Para qué abundar?

Podrá haber disensos con la gestión del Presidente; de hecho un 60% estaría aprobando su gestión, lo que dejaría insatisfecho al 40% restante. Donde debería haber consenso apunta a que tenemos como Presidente a un líder, que ejerce el atributo de la humildad sin pestañeos. Lo coloca en permanente alerta frente a sí mismo, lo incita a una constante introversión, lo convierte en objeto de su propia facultad de crítica. En definitiva: en las antípodas de la arrogancia.

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