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Occidentofobia

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Había pensado titular esta nota con el gracioso neologismo “conspiranoia”, por esa respuesta casi adictiva de alguna gente a explicar la masacre de París, como un plan sofisticado del mismo Occidente, para justificar sus desbordes imperialistas.

Había pensado titular esta nota con el gracioso neologismo “conspiranoia”, por esa respuesta casi adictiva de alguna gente a explicar la masacre de París, como un plan sofisticado del mismo Occidente, para justificar sus desbordes imperialistas.

Pero elijo este otro neologismo, “occidentofobia”, en respuesta a la popular preocupación por la islamofobia que están generando estos hechos.

Quienes confunden islam con islamismo, religión con fundamentalismo, desarrollan un odio por todo lo musulmán que sirve de poco para entender la realidad. Paralelamente, en estos días no faltan las voces que critican genéricamente a los credos religiosos como fuentes de irracionalidad e intolerancia. El enfoque también es equivocado: el problema nunca está en las religiones, como tampoco en las revistas satíricas, el arte o la cultura. El cáncer es el fanatismo, que no es privativo de los credos, sino que está presente en cualquier actividad humana.

El fundamentalismo de los terroristas de París es el mismo que mueve a los neonazis alemanes de Pegida a ultimar a un inmigrante por el color de su piel. El mismo de aquellos barrabravas uruguayos que acuchillaron a un compatriota en una parada de ómnibus, en presencia de su esposa e hijo. Quienes sustituyen su cerebro por el Corán, la Biblia, el nacionalismo o una camiseta de fútbol, actúan igual: avasallan los derechos del otro y lesionan valores típicamente occidentales como el respeto a libertad y la tolerancia a la diversidad.

Como no debería existir la islamofobia, tampoco debería darse lugar a esa paranoia conspirativa que convierte a los gobiernos de Occidente en culpables de todas las atrocidades en el mundo. Parece que para algunos no existieran Al Qaeda ni el Estado Islámico: todo es siempre un tinglado montado por los Estados Unidos e Israel para justificar ataques a países petroleros o por la industria armamentista sedienta de utilidades.

El argumento es tan simplista que se derriba con un soplido: desde el matón de Al Qaeda que salió a anunciar a cámara su autoría intelectual de la masacre (¡no fuera cosa que las teorías conspirativas le quitaran ese mérito!) hasta el macabro reporte diario de decapitaciones, atentados suicidas utilizando niñas, ajusticiamientos a homosexuales, mutilaciones femeninas y un etcétera interminable, delitos que estos fundamentalistas no solo perpetran desde el poder, sino que los difunden con un orgullo repugnante.

Está claro que el hecho de que Occidente bombardee posiciones civiles es injustificable. La diferencia está en que en nuestro sistema podemos voltear a los gobernantes autoritarios o genocidas con la sola arma de nuestro voto. Es una lección básica que los occidentófobos parecen haber olvidado. En su disculpa y justificación permanente a los fanáticos, demuestran al fin y al cabo un complejo de superioridad: “yo vivo en un país libre y los comprendo; estoy por encima de ellos y los autorizo a equivocarse”, sin admitir que “ellos” no serán tan amplios y permisivos si logran avanzar sobre el mundo libre.

Lo mismo decían algunos tontos justificando al nazismo, al fascismo y al estalinismo, antes de que hicieran temblar al mundo y realizaran los genocidios más grandes de la historia.

Nunca tan vigente como hoy la conocida cita de Bertolt Brecht: “Primero se llevaron a los judíos, pero como yo no era judío, no me importó. Después se llevaron a los comunistas, pero como yo no era comunista, tampoco me importó. Luego se llevaron a los obreros, pero como yo no era obrero, tampoco me importó. Más tarde se llevaron a los intelectuales, pero como yo no era intelectual, tampoco me importó. Después siguieron con los curas, pero como yo no era cura, tampoco me importó. Ahora vienen por mí, pero ya es demasiado tarde”.

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Álvaro Ahunchain

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