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deuda bruta

Editorial En esta época de globalización y cambios tecnológicos que se suceden con una velocidad de vértigo, donde los años tienen la otrora densidad de los siglos, se han desperdiciado más de 1.200 días disputando el campeonato de la nada. Distintas zonas de Montevideo se han visto afectadas por la reiteración de cortes de energía a consecuencia de los fríos del invierno. Parece un poco absurdo, porque si algo caracteriza a los inviernos es justamente el frío, por lo que no puede sorprender que con mayor o menor intensidad caiga sobre la población en esta época del año. Es preocupante, más cuando UTE mostró a fin de año un superávit de 500 millones de dólares que bien pudieron ser utilizados para mejorar los servicios que pagan los ciudadanos y no el desmesurado clientelismo que fabricó el partido de gobierno en su intento de perpetuarse en el poder. Pero esto es solo una muestra de un síntoma mucho más grave: el apagón de ideas de este gobierno que se produjo pocos meses después de haber asumido y que se viene arrastrando en forma penosa porque nada nuevo aparece para revertir —o al menos disminuir— la pavorosa situación que heredó del régimen Mujica. Sus problemas y disputas internas han consumido las energías de sus gobernantes, que solo miran el almanaque o el reloj para saber cuánto falta para el final y, desesperados, pedir la hora. No es que estén cansados, están agotados. En esta época de globalización y cambios tecnológicos que se suceden con una velocidad de vértigo, donde los años tienen la otrora densidad de los siglos, se han desperdiciado más de 1.200 días disputando el campeonato de la nada, generando un retraso que asusta y amenazando con transformar a Uruguay en un país inviable, por lo menos en el corto plazo donde todo el sector productivo y exportador del país se encuentra —casi exclusivamente— en la agropecuaria. Poco o muy poco en otros ámbitos, porque de la nada es muy difícil que surja algo. Para peor, este gobierno se dio el lujo de desatender al Uruguay productivo a través de una exasperante pasividad presidencial que postergó reuniones solicitadas como urgentes por las gremiales agropecuarias hasta que las movilizaciones ganaron carreteras y, sobre todo, opinión pública. Es que no solo hay ausencia de ideas para evitar el rezago del país, sino que ni siquiera se dio relativo cumplimiento a las promesas hechas durante la campaña electoral. No eran muy ambiciosas, pero por lo menos hubieran permitido un mejor presente para los uruguayos. No fue así, creció lo que no tenía que crecer, como el deterioro de la educación con su ADN intacto, la inseguridad pública donde las rapiñas —por ejemplo— no se redujeron en un 30% sino que aumentaron un 60% y pese a que no estaba "en el horizonte ningún incremento de la carga impositiva" (Vázquez dixit), la voracidad recaudadora del Estado se multiplicó por todos los rincones y subieron los impuestos y tarifas a mansalva. Todo ha servido para succionar algún pesito más que se gasta en clientelismo y asegura así que el déficit fiscal se mantenga en el 4% del PIB. Esto ha creado un escenario donde cada vez es más asfixiante el cerco sobre el contribuyente, sobre todo las empresas y comercios — a esta altura el tamaño importa poco— que a la hora de ajustar su presupuesto para sobrevivir se encuentran con que la única opción es recortar la plantilla de trabajadores o sus salarios o ambas cosas, en un esfuerzo para no bajar la cortina. Un informe de la Liga de Defensa Comercial al cierre del 2017 señalaba que 112 empresas se habían presentado durante ese año a concurso: un 47% más que el anterior y solo superado en 2002, el annus horribilis de la crisis. La deuda bruta de Uruguay estaba a fines de 2017 en los 36.000 millones de dólares (equivalente el 63% del Producto Interno Bruto) mientras que ahora se sitúa en 40.302 millones dólares al cierre de marzo, equivalente a 66,9% del Producto Interno Bruto. La evolución es altamente preocupante. Uruguay se endeuda más y más para pagar los gastos del Estado, pero todo tiene un límite y si no mejora la producción y se generan recursos propios, vamos camino al colapso. No hay dudas, la inactividad del gobierno ha puesto al país en situación crítica. El Frente Amplio en el poder ya fue. Es más, se agotó en la primera presidencia de Vázquez y luego inició el despilfarro. Si permanece en el gobierno, Uruguay ahondará sus problemas porque serán prácticamente los mismos nombres con los que hoy peregrinamos en camino al infierno: el MPP, Raúl Sendic, el Pit-Cnt, el Partido Comunista, Constanza Moreira, Ernesto Murro, los socialistas, Asamblea Uruguay. El abanico entero. Todas figuritas conocidas que son justamente lo que hay que cambiar o el apagón será muchísimo más grave.
SEGUIR Ricardo Reilly Salaverri Introduzca el texto aquí Cuando una familia o un empresario cualquiera toma plata prestada debe hacerlo de forma que sus ingresos le permitan pagar el préstamo. De lo contrario les puede llegar la bandera de remate y verán cómo se pierde el auto, o la casa, o como se pierde absolutamente todo lo que se tiene. Con los países es distinto. Si gastan más de lo que producen pueden pedir plata prestada siempre a partir de poner más impuestos que pagarán los ciudadanos, o emitir moneda. Los pueblos pasan a vivir peor. Los gobernantes no se enteran. Cuando se pide plata prestada hay que actuar con el criterio de un buen padre de familia, viejo concepto jurídico que viene de la Roma antigua. Significa tener conciencia de las circunstancias y actuar con sentido común. Miremos lo sucedido con la familia Kirch-ner en Argentina, o con Lula da Silva, sus "travalhistas" y la flor y nata de la política y los empresarios privados de obra pública en Brasil, que han poblado las cárceles. Es notorio, destinaron voluminosos recursos de sus pueblos al beneficio individual de unos pocos. El agujero de las finanzas públicas se viene tapando con una sumisión a los prestamistas faraónica. En Uruguay, los acomodos de familiares y amigos, los negociados, los 70.000 empleados públicos más, a costa de los dineros fiscales, la limosna sin reivindicación social efectiva que se da a los más carenciados para comprar votos, y las malversaciones de Pluna, Ancap, ALUR, Fondes, etc., son cientos de millones de dólares que no se sabe adónde han ido a parar. Son escuelas que no se levantan, hospitales que no mejoran, empleados de la educación con retribuciones limitadas, etc., y a su vez la producción y la actividad exportadora expoliadas como nunca. Con un Estado cada día más deficitario. Para tapar el agujero también a nosotros nos endeudan más y más. Los parlamentos, cimiento de la república, surgieron históricamente en Occidente para frenar los gastos de las monarquías. Para controlar los impuestos, la gestión gubernamental, y prever que los gastos presupuestales fuesen asignados a necesidades públicas. En nuestro país una regimentada mayoría absoluta en el parlamento, que vota cualquier cosa que le envíe el gobierno sin moral ni capacidad de discernimiento, ha hecho que estemos con la mayor presión tributaria de la historia nacional, y carencias en necesidades populares fenomenales. Con los recursos que nos extraen se financia un fracaso demagógico sin realizaciones tangibles desde 2005 hasta hoy. Cuando se mira la gráfica de la deuda pública del estado uruguayo, fundamentalmente por el endeudamiento del gobierno nacional y el Banco Central, se ve un carrito en la subida de una montaña rusa. Año a año va subiendo. Hoy la deuda bruta del país se ubica en 40 mil millones de dólares. La deuda neta a su vez, que es la deuda bruta menos los activos de reserva (ahorros disponibles del Estado) se ubica en 28 mil millones de dólares (datos de E&M, El País, Bafico y Michelin). En el 2016, la deuda bruta era de 23 mil millones de dólares o sea que prácticamente en dos años nuestro endeudamiento se ha duplicado junto con el crecimiento del déficit fiscal. Somos el país con mayor deuda pública per cápita de América Latina, US$ 7.455 por habitante. Y, en el continente tenemos la mayor deuda pública proporcionada a la riqueza nacional, un 60% del PBI (Ecos, Uruguay, 7/03/18). Apagá y vamos.

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