Día Internacional de la Mujer

En la sociedad actual y, en especial en la era del resurgimiento masivo de los movimientos feministas en todo el mundo, cada vez son más claros, analizados y sobre todo, condenados los grandes machismos de la vida cotidiana.

Las historias de violación, el techo de cristal, la violencia machista o el acoso callejero son probablemente algunos de los grandes problemas que tiene la sociedad en torno al género y que, sin duda, debe resolver con urgencia. Sin embargo, el machismo también invade la vida de hombres y mujeres en detalles mínimos, esos que son tan pequeños que muchas veces no rompen los ojos, pero sí moldean algunos comportamientos.

Las micromachismos, son una forma de violencia de género que habitualmente se manifiesta como natural en la sociedad. Pueden aparecer en estrategias, gestos, símbolos e incluso objetos de la vida cotidiana. Como son “pequeñeces” no detenemos nuestra mirada sobre ellos y no los cuestionamos, así continúan transmitiéndose a otras las generaciones.
Sin embargo, una vez que se detectan, hay ejemplos bien concretos de micromachismos aparecen en la sociedad en forma de actitudes e incluso algunas frases.

El mansplaining (cuya traducción según Fundéu BBVA es machoexplicación) es probablemente uno de los más habituales: ocurre cada vez que los hombres creen que deben explicarle a las mujeres ciertas cuestiones únicamente por su condición de varones. O cuando asumen que la mujer con la que hablan sabe menos que ellos y le aclaran o le corrigen permanentemente, aunque ellas sepan más del tema en cuestión y nadie les haya pedido opinión o consejo alguno.

Este concepto trasciende lo anecdótico o subjetivo: según un estudio de las universidades de Brigham Young y Princeton, los hombres hablan tres veces más que las mujeres en reuniones de trabajo. De hecho en algunos ámbitos se incorporó un nuevo término para nombrar a la verborragia masculina: manologue (o monólogo de hombre).

La típica pregunta que le hacen a las mujeres después de cierta edad: “¿Y el bebé para cuando?” es otro claro ejemplo de micromachismo que remite a las creencias sobre las cuales se construye la sociedad patriarcal donde la mujer, madre, cuidadora, sumisa, reproductora social y relegada a lo doméstico debe adoptar roles y actitudes ya designados.

No sólo las frases de transmisión oral llevan implícitos mensajes fuertes; también los íconos juegan un rol fundamental en la construcción social y, en muchos casos, no prestamos atención a su contenido.

Siempre son figuras femeninas la de la enfermera que pide silencio o es la silueta que está en botón para pedir asistencia un hospital; el símbolo de “despacio escuela” donde una maestra y una niña aparecen cruzando la calle. Por la inversa, el cartel de “no hablar con el chofer” en un ómnibus y el peatón siempre son hombres. Todos estos íconos, por mínimos que parezcan, reflejan ciertos valores de la sociedad vinculados a los lugares que hombres y mujeres ocupan en la sociedad patriarcal.

“Las imágenes, en general, pueden ser entendidas desde diversos niveles”, puntualizó Mariangela Giaimo, profesora de alta dedicación del Departamento de Comunicación de la Universidad Católica del Uruguay (UCU), quien además imparte clases en la Licenciatura en Comunicación y la Licenciatura de Artes Visuales de esa casa de estudios. “Hay uno epistémico, que tiene que ver con la información que aportan sobre el mundo. Otro estético, que se vincula con el goce estético o decorativo, y también un nivel de lo simbólico porque las imágenes son tomadas como una convención sobre valores y conceptualizaciones que circulan en la sociedad”, agregó.

Giaimo señaló que “las imágenes son políticas y están insertas en relaciones de poder” y no pueden ser concebidas como externas a los integrantes de la sociedad porque “realizan y conforman actos de significación que transforman a las personas”.

¿Existen imágenes machistas? “Puede entenderse que existen imágenes icónicas —como fotografías, piezas de diseño gráfico, pinturas u otras— en que la figura de la mujer, o lo relacionado a ella —como roles, acciones, u otras características– la encasillen en un lugar secundario, pasivo, o de objeto en relación a los hombres”, explicó la docente.

La especialista señaló que desde enfoques postestructuralistas y poscoloniales, se decontruye la posición machista, racista o centrada en el hombre (blanco, clase media, europeo y heterosexual).

“En relación a la imagen y el cuerpo femenino existe una tradición feminista de estudios del cine y de las imágenes que explican que el placer de mirar del que mira algo es una posición activa —generalmente masculina—y quien es mirado (pasivo, mujer). Esta condición no es inquebrantable: es posible usar estrategias para interpelar la representación, las imágenes y los cuerpos: es decir la mirada, lo visto y lo mostrado”, subrayó.

Problematizar la cultura visual es parte de la reflexión sobre este tipo de micromachismos y construcciones culturales, especialmente en el ámbito educativo. El vínculo de la relación entre la representación y lo real en una sociedad del espectáculo cuestionados es uno de los pasos.

“No existe un machirulómetro exacto de lo políticamente correcto de las imágenes. Pero podemos hacer ciertas preguntas sobre las mismas: ¿Quién las realizó? ¿En qué contexto cultural e histórico? ¿A quién van dirigidas y cómo circulan? ¿Qué significaciones les encontramos? ¿En qué roles coloca a hombres y mujeres? ¿A quién estoy dejando fuera y por qué? ¿Qué similitudes y rupturas encontramos con imágenes del mismo estilo? Esas respuestas nos darán una mirada más crítica”, concluyó.