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Historias de piel: ¿Y si no hay erección?

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INTIMIDAD

El éxito del disciplinamiento masculino arrojará a los hombres una y otra vez a las oscuras pesadillas de la posibilidad de la “impotencia”.

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¿Y si no se me para? Cada vez que alguien se interroga temerosamente sobre la reacción de su cuerpo en torno a un reflejo como es la erección del pene, estaría operando un mecanismo psico-social que alerta al sujeto respecto a cómo podría llegar a ser mirado, y por tanto juzgado (por otro o por él mismo), si dicho intento de erección llegara a “fallar”.

Tal interrogante podría llegar a aferrarse a la conciencia como un parásito, inhibiendo la acción de los centros más primarios y emocionales del cerebro, y distanciando a la persona del contacto armónico con los discontinuos ritmos de la respuesta sexual y la corporalidad. Un cuerpo que al no ser una máquina de precisión ni un tanque de guerra fálico, no puede más que ser un cuerpo (vulnerable, sensible, afectable, desnudo) que sólo logrará excitarse si no siente la “obligación” de hacerlo.

Al ser el homo sapiens una especie social como otros animales, tendemos a internalizar desde que llegamos a este mundo una mirada cargada de juicios sobre nuestro modo de sentir, comportarnos y “rendir” a partir de expectativas familiares y sociales. Algo que opera desde el disciplinamiento y adoctrinamiento que instituciones como la familia, la escuela, las iglesias, los medios de comunicación, el Estado, etc. ejercen sobre nuestros cuerpos y modos de pensar/nos, en función de los casilleros desde los que se nos clasifica por sexo, clase, raza, género, orientación sexual, etcétera.

A nivel de la masculinidad hegemónica tal adoctrinamiento organizado en torno a la Educación Sexual Informal (esa que se imparte cotidianamente en la familia y grupos sociales primarios sin verla como “educación”, ni como “sexual”), se aplica de manera precoz y violenta sobre el niño exigiéndole obediencia, de modo tal que acate los mandatos masculinos como algo natural para que la ideología de género binaria se haga carne, y pueda así tener efectividad aquella mirada social que exige un constante (auto) examen sobre la propia adecuación al mito del macho.

Por eso cuando la pregunta “¿se me parará?” irrumpe (sobre todo si ya se experimentó una discontinuidad ocasional o más o menos persistente de la erección), ese cuerpo que ha sido precoz y violentamente adoctrinado hacia una subjetividad auto vigilada, activará alarmas que a través de la angustia le recuerden que se estaría poniendo en riesgo la posibilidad de mantenerse dentro de la normalidad sexual y de género fabrilmente seriada.

Así interpretará esa discontinuidad eréctil (o su posibilidad) más bien como un “problema” personal, y no como signo de que su cuerpo dice en clave de súplica y resistencia que no puede ni quiere seguir funcionando como máquina, y que el placer sexual no pasa por cumplir narcisísticamente con un rol de “dureza” masculina. A la vez tal perspectiva problemática, tenderá a ser ratificada por la misma ideología patriarcal de quien lo acompaña sexualmente, cada vez que “disimuladamente” le exija “estar a la altura” de una destreza fálica y penetrativa al menos “estándar”, o al menos que le cuide la autoestima y le deje claro que su “dificultad” de erección no se debe a una insuficiencia de deseo o a una ineficaz manera desde la que se lo sedujo.

Con todo ello la persona portadora de un pene al que se le prohíbe ser mero órgano por tener que ser falo, no podría estar registrando (ni teniendo mucha ayuda del entorno para lograrlo) que en realidad aprendió a negar que tan sólo es un cuerpo, y que como tal apenas logrará experimentar pasivamente las sensaciones que van apareciendo como discontinuas, caprichosas e impredecibles oleadas de afectación a través del vínculo con otro/s.

Por más “voluntad racional” que le ponga, y por más que las miradas impacientes le exijan que “actúe como hombre en la cama”, su cuerpo le dirá en lenguaje metafórico que el sexo no es “trabajo” o un “voluntarismo meritocrático”. Y aunque él y el resto de la cultura lo nieguen, su masculinidad patriarcalmente idealizada (y descalificante de otras posiciones sexuadas y sexuales) no “lo salva” de ser objeto de la mirada de un otro cuyo poder como otro siempre lo podrá hacer sentir “desnudamente blando” .

El éxito del disciplinamiento masculino lo arrojará una y otra vez a las oscuras pesadillas de la posibilidad de la “impotencia”, esa con la que se logra controlar al sujeto mediante la construcción del obediente y orgulloso soldado, padre proveedor u obrero maquinizado. Sujeto “sujetado” que como tantos intentará rápidamente “reparar”, a través de obsesivas preguntas que le prohíben hospedar la vida, cualquier discontinuidad propia de un organismo vivo que para la máquina fálico-masculina sólo podrá ser concebida como “falla”, y ante la que el neoliberalismo actuará con instantáneas y certeras propuestas de consumo farmacológico y ortopédico para siempre andar “duro” y jamás parar.

Y si no se me para ¿qué?... ¿Cuál es realmente el problema? ¿En qué se origina esa urgencia por “estar en carrera” y negar que se es sólo un cuerpo? Es cierto que tenemos injertado el chip moderno y mentiroso que dice que gozar mucho y ahora es la clave de la felicidad, y que para ello hay que seguir una serie de pasos previamente establecidos. Pero ante lo común de estas dudas sobre la erección, así como de las discontinuidades que acucian a ese “super pene”, la receta incluida en ese chip no parecería estar dando el resultado que promete, dejándonos a merced de un control panóptico que constantemente nos induce a rendir examen en la sexualidad y en otras áreas de la vida.

¿No será necesario tal vez dejarse alcanzar por la blandura sensible de lo corporal? ¿Tomar prudente distancia de fantasmas perversamente machistas que exigen durezas fálicas como meros escudos totalmente carentes de empatía con uno mismo y con el otro? ¿No sería necesario “dejar que la vida simplemente llegue” y no “operar activamente” sobre ella? Permitir por tanto que la palabra “flácido” tome nuevas significaciones, de modo tal que habilite lo lúdico, lo fuera de guion, aquello que facilita la expresión de un organismo que simplemente respira con otros, afectando y dejándose afectar. Para que así, y sólo así, aparezca la “dureza” saludable y espontánea que haga que el cuerpo recuerde que el pene es sólo un órgano más.

Conocé a nuestro columnista
Ruben Campero
Ruben Campero

Psicólogo, Sexólogo y Psicoterapeuta. Docente y autor de los libros: “Cuerpos, poder y erotismo. Escritos inconvenientes”, “A lo Macho. Sexo, deseo y masculinidad” y “Eróticas Marginales. Género y silencios de lo (a)normal” (Editorial Fin de Siglo).

Fue co-conductor de Historias de Piel (1997-2004, Del Plata FM y 2015 - 2018,
Metrópolis FM). Podés seguirlo en las redes sociales de Historias de Piel: Facebook, Instagramy Twitter y en su canal de YouTube.

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