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El triunfo de la hipocresía fiscal

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El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, este jueves durante un discurso en la Casa Blanca. Foto: Reuters

ANÁLISIS

La economía estadounidense está funcionando bastante bien estos días. Pero hay algunas sombras en el panorama a futuro.

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La campaña de reelección de Donald Trump se centrará en aseveraciones sobre el gran trabajo que ha hecho por la economía. Y seamos honestos: la economía estadounidense está funcionando bastante bien estos días. Ha habido crecimiento del PIB y el empleo ha andado bien, aunque no espectacular; la tasa de desempleo está cerca de un mínimo histórico.

Hay algunas sombras en el panorama. Las ganancias económicas han sido asimétricas: un gran aumento en las ganancias corporativas que en esencia reflejan las gigantescas exenciones tributarias, mientras los trabajadores no han visto ganancias comparables (y las ganancias para los trabajadores con los salarios más bajos en parte han provenido de los aumentos al salario mínimo en estados demócratas). Se han estancado o revertido las inmensas ganancias en cobertura servicios médicos que se obtuvieron durante el gobierno del presidente Barack Obama, y ha habido un incremento drástico en la cantidad de estadounidenses que han informado tener que postergar sus tratamientos médicos a causa de los costos.

A pesar de todo, la economía en efecto es muy sólida. No obstante, si preguntáramos qué hay detrás de esa fortaleza, la principal respuesta sería la explosión en el déficit del presupuesto federal, el cual superó el billón de dólares el año pasado. Además, la historia de cómo ocurrió eso tiene consecuencias profundamente perturbadoras para el futuro de la política estadounidense.

Volvamos por un momento a inicios de 2009, cuando la economía estaba colapsando y necesitaba ayuda urgente en la forma de gasto deficitario. El gobierno de Obama en efecto propuso un significativo plan de estímulos, pero era demasiado pequeño en relación con el tamaño del problema, principalmente porque la administración quería obtener apoyo bipartidista y no estaba dispuesta a tener que llegar a un acuerdo para evitar a los obstruccionistas.

Esto no es una visión en retrospectiva. En enero de 2009, advertí sobre un escenario en el cual “el plan limitaría el aumento del desempleo, pero la situación seguiría bastante mal, con una tasa que llegaría hasta un nueve por ciento y luego bajaría muy lentamente. Y luego el senador republicano Mitch McConnell diría: “¿Ven? El gasto del gobierno no funciona”. Por supuesto, eso fue justo lo que pasó.

Luego, en 2010, los republicanos tomaron el control de la Cámara de Representantes y estuvieron en posición de obligar a Obama a pasar años reduciendo el gasto, lo cual fue un freno significativo para el crecimiento económico. Este freno no pudo evitar una recuperación económica sostenida, pero esta pudo y debió haber sido mucho más rápida. No había una razón económica para que no pudiéramos regresar a un pleno empleo para, digamos, el 2013; en cambio, en buena parte gracias a la austeridad fiscal, la tasa promedio de desempleo ese año siguió arriba del siete por ciento.

Ahora bien, los republicanos aseguraban que exigían recortes al gasto porque les preocupaban mucho los déficits en el presupuesto. Además, los medios informativos, lamento decirlo, se dejaron convencer por la narrativa de que los déficits eran nuestro problema más importante —abandonando las convenciones usuales de la neutralidad informativa— y aceptaron sin reservas las aseveraciones republicanas de probidad fiscal.

Por cierto, ¿qué les pasó a los regañones por el déficit que eran tan prominentes durante los años de Obama? Curiosamente están callados ahora.

En todo caso, para cualquiera que en verdad prestara atención siempre fue evidente que las personas como el ex presidente de la Cámara de Representantes, el republicano Paul Ryan eran hipócritas fiscales, que de pronto perdían todo el interés en los déficits en cuanto un republicano ocupaba la Casa Blanca. Y precisamente eso hicieron.

Como dije, con Trump, el déficit en el presupuesto ha rebasado el billón de dólares, una cifra superior a los menos de 600.000 millones de dólares del último año de Obama. La mayor parte de ese aumento se puede atribuir a las políticas de Trump, principalmente a una reducción fiscal que se aprobó velozmente en el Congreso con justo las mismas tácticas hiperpartidistas a las que se opuso Obama en 2009.

De cierta manera, lo sorpresivo del festival deficitario de Trump es que no haya estimulado aún más la economía, una insuficiencia que se puede atribuir a su mal diseño. Después de todo, los recortes fiscales a las corporaciones que fueron el más grande impulsor del aumento de los déficits no contribuyeron en absoluto al aumento de la inversión en los negocios, la cual de hecho ha disminuido durante el último año.

Y mientras que los estímulos de Obama incluyeron inversiones significativas para el futuro, en particular ayuda para impulsar el arranque del progreso revolucionario de la energía verde, Trump no ha destinado un centavo a su promesa de reconstrucción de la infraestructura estadounidense.

No obstante, los déficits de Trump le han dado un empujón a la economía —y a la fortuna política de Trump— a corto plazo. Y ese hecho debería molestarles mucho.

Piénsenlo así: los republicanos usaron el pretexto de que les importaba la responsabilidad fiscal para llevar a cabo un sabotaje económico “de facto” mientras un demócrata estaba en la Casa Blanca. Luego, abandonaron ese pretexto y abrieron el grifo del gasto en cuanto uno de los suyos llegó al poder. Y lejos de pagar el precio de su hipocresía, están recibiendo recompensas políticas.

Las conclusiones para la estrategia de un partido son contundentes: el cinismo máximo es la mejor política. Obstruye, perturba y perjudica la economía lo más que puedas, desplegando cualquier excusa hipócrita que se te ocurra que puedan creer los medios, cuando el otro partido esté en la presidencia. Luego, abandona todas las preocupaciones por el futuro y compra votos en cuanto vuelvas a tener el control.

Por alguna razón, los demócratas no han estado dispuestos o no han sido capaces de comportarse de una forma tan cínica. Sin embargo, los republicanos sí lo han hecho. Si Trump resulta reelecto, ese cinismo asimétrico será la razón principal.

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