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Crónicas de la libertad

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El recibimiento a la selección de Croacia en Zagreb. Foto: AFP.
MARKO DJURICA

Opinión

Lo acontecido con Croacia en el Mundial de fútbol llenó las páginas de periódicos y semanarios, ocupó largos espacios en emisiones de radio y TV y, naturalmente, tuvo un espacio preponderante en las redes sociales.

El éxito deportivo de la joven nación fue, como corresponde resaltarlo, no solamente en fútbol. Parece evidente que las características biológicas de sus habitantes los hacen diestros para la práctica de ciertos deportes a lo que, obviamente deben sumar trabajo, método y disciplina. Pero ese pequeño país, cuyo territorio "útil" es aproximadamente 1/3 que el nuestro, no sólo debe ser tomado como ejemplo de éxito deportivo, debemos pensarlo en términos globales. Hace 25 años, apenas una generación atrás, recién obtenida su independencia, estaba devastado por una guerra, su producción era mínima y las habilidades y hábitos de trabajo escasos, como en toda Europa del Este. Los regímenes comunistas apañados por la URSS dejaron su secuela. Había que empezar desde cero, sin saber cómo moverse en una economía de mercado, donde la disponibilidad de bienes es muy superior, pero hay que ganárselos, ni cómo es una sociedad libre bajo una República democrática.

Al igual que en Rusia y otros países, del gris uniforme, la falta de variedad, la escasez de todo, la "igualdad del gallinero" y donde los jefes del Partido se quedaron con todo, pasar a valerse por sí mismo, pensar que el futuro, (por cierto, muy poco estimulante), no está predeterminado y depende de uno mismo, era un salto al abismo. Sin embargo, los seres humanos, actuando bajo la libertad de su potencial creador, sin restricciones ni imposiciones y siendo libres de disponer del fruto de su esfuerzo para aplicarlo donde mejor le parezca, logran cosas que parecen poco creíbles en muy poco tiempo.

El PIB per cápita de Croacia, medido a paridad de poderes de compra (el costo de vida es aproximadamente 1/3 inferior al nuestro), es hoy 9.2% superior al nuestro, su inflación es muy baja, en 2017 tuvo superávit fiscal y su ratio de deuda pública sobre PIB, más grande que el nuestro, cae de manera continua en los últimos 5 años. Más importante, se convirtió en una democracia plena, estrella del turismo mediterráneo y un país pujante. Otros países están en el mismo proceso. Por eso, no miremos únicamente sus éxitos deportivos.

En Rusia pasó algo parecido, también en apenas una generación, las ciudades se han reconstruido y modernizado. Naturalmente que quedan vestigios del antiguo régimen, pero su occidentalización es asombrosa.

Pese a que Mijaíl Gorbachov anuncia la apertura a la inversión extranjera a mediados de los 80, la primera inversión fue a comienzos de los 90 y en una actividad que, podríamos decir, seguramente no aumente la tasa de crecimiento potencial, abrió McDonalds. En agosto de 1998, Rusia cayó en default y trasladó el problema hacia el resto de los países emergentes; fue su primer choque con la realidad del mercado en casi un siglo. Sin embargo, se levantó.

En este país, igual que en todos los de Europa del Este que he visitado, la diferencia entre los jóvenes y los habitantes de media edad se nota fácilmente, no solamente por su mejor dominio de lenguas extranjeras, sino por su forma de pensar. Un cuento de un guía enseña más que muchos textos y nos pone frente a la realidad de por qué un régimen dictatorial, con cuasi infinitos recursos materiales, se desintegra sin un disparo.

La razón es, meramente porque aplica una política económica que va contra la esencia del ser humano, pese a más de 70 años de búsqueda y supuesta formación del hombre nuevo".

La historia: "en una tarde cualquiera, la gente podía estar en un cine mirando una película, de pronto se encendían las luces, se suspendía la emisión y entraba la policía, debiendo la persona justificar por qué no estaba en su trabajo o lugar de estudio". Lo que se podía aspirar en la vida ya estaba dado desde la cuna, salvo que se convierta en un cuadro relevante del Partido o se destacara por su inteligencia y el Estado lo captara para formarlo y trabajara para el régimen, donde se le aseguraba un estatus superior. Entonces, era lo mismo trabajar que no hacerlo, estudiar más o menos. Dejando de lado las decenas de millones de muertos, la vida en sí misma era una tragedia. No existía el más mínimo estímulo para buscar el progreso, no era posible.

La economía de mercado genera desigualdades, algunas se pueden corregir, otras moderar, pero siempre le permite al ser humano que lucha y persevera lograr algo mejor; siempre hay esperanza y de allí el crecimiento personal y, con él, de la sociedad en su conjunto. Cualquier persona puede ver los avances logrados gracias a la competencia, de eso se trata. Es mucho mejor tener un ingreso percápita de 300, que uno de 100, por más que en el primer caso la desigualdad sea mucho mayor que en el segundo, seguramente los pobres del primero, vivan mejor que la mayoría de la clase media del segundo. El nivel también importa y el índice de concentración (Ginni) eso no lo mide.

Como me dice un amigo, siempre con una sonrisa: yo soy socialista pero se que no existe alternativa al "neoliberalismo", ante lo cual siempre le contesto, no existe alternativa a la libertad y eso implica repúblicas democráticas y economías de mercado, donde el Estado interviene para brindar las máximas posibilidades a todos para que puedan desarrollarse y eso sólo se hace en la base, y ésta es la educación y los servicios de salud, lo cual no implica que su provisión sea necesariamente pública, pero si su financiamiento.

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