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¿Cómo comprender el comportamiento de los mercados bursátiles frente a la crisis del coronavirus?

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Foto: AFP

OPINIÓN

Sin dudas debemos citar el temor a la recesión. Pero no es posible comprender el desplome de los mercados tan repentino como marcado, sin analizar primero unos catalizadores de índole más psicológica.

En primer lugar, la propagación de la epidemia: en cada país donde surge, sigue una curva clásica denominada “epidémica” en forma de campana que comienza por una fase de crecimiento exponencial. Sin embargo, a pesar de este dato estadístico objetivo, todo el mundo parece seguir mostrándose sorprendido —incluidos los mercados financieros— ante las cifras que se dan a conocer a diario. Contra toda lógica, su aceleración constituye motivo de sorpresa, y este sentimiento parece seguir produciéndose en Estados Unidos en la actualidad, lo que explica que presenciemos unas reacciones tardías, en ocasiones cercanas al pánico y, en cualquier caso, siempre ineficientes.

En segundo lugar, tenemos la evolución de la confianza: desde siempre, la confianza es el elemento que convierte las previsiones económicas en valoraciones de mercado. No obstante, desde hace más de una década, los inversores podían, con razón, depositar una gran confianza en unas economías estables a largo plazo y en unos tipos de interés objeto de recortes periódicos, puesto que los propios bancos centrales, símbolo de la credibilidad, se encargaban de garantizar que así fuera. De este modo, las valoraciones de absolutamente todos los activos financieros habían alcanzado máximos históricos pocos días antes de que se identificase la amenaza que planteaba el coronavirus. Y mejor aún, o más bien peor: esta visibilidad había permitido a los más audaces —y habían llegado a ser numerosos— beneficiarse de esta ganga endeudándose para posicionarse en estos activos.

No existe término más idóneo para resumir esta situación que el de fragilidad: este contexto podría perfectamente haber perdurado aún durante un largo tiempo, con la condición expresa de no ser objeto de una perturbación violenta.

Pero ¿existe acaso una perturbación más violenta que el confinamiento de cerca de la mitad de la población mundial?

(*) Miembro del Comité de Inversiones Estratégicas de Carmignac, Francia

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