CATERINA NOTARGIOVANNI
Una de la mañana en la localidad de Sauce (Canelones). Una mujer abre el portón de su casa y sale con una bolsa en la mano. Hace frío y la calle está vacía, pero eso no menoscaba su ánimo. La señora tiene una misión y se dirige rauda a cumplirla. Un par de perros la siguen moviendo la cola. De a poco, se suman otros. Al arribar a la plaza central los canes se cuentan por docena. La mujer abre la bolsa. Los perros ladran, saltan, se pelean. Todos quieren comer. "Tranquilos, hay para todos", se la oye decir.
La bolsa se vacía y es hora de volver a casa. Ahora sí, piensa, me voy a dormir tranquila. Mañana será otro día.
Araceli Sacco (47) recorre ese camino hasta la plaza todas las noches, los 365 días, desde hace 11 años. "Una tardecita salí a hacer un mandado y, a dos cuadras, habían tirado una gata con dos crías chiquitas. Me dio tanta pena que decidí llevarles comida todos los días. Ahí empezó mi historia. Enseguida se me acoplaron otros perros que había en la vuelta", cuenta con la mirada fija en sus manos hinchadas y rojas por el frío.
Los "bichos", como le gusta llamarlos, son el motivo de su existencia. Nada le hace más feliz que cuidar y alimentar a cuanto perro o gato se le cruce por el camino.
"Son como los hijos que no tuve, ciudarlos me complace, es mi vida", dice con cierta timidez.
Todo animal sin hogar de Sauce termina en manos de Araceli. Por ese motivo ya son 27 perros y cerca de 90 los gatos que viven con ella. Para evitar peleas, los canes están distribuidos en lotes de cuatro, repartidos en siete piezas.
Pacientemente Araceli los saca en tandas, los alimenta, los mima y los vuelve a guardar. Los gatos -los hay de todos los colores y tamaños- deambulan indiferentes por el predio. Sólo el sonido producido por la fricción del alimento en forma de pastilla los vuelve afectuosos y obedientes.
"La perrera", como le dicen en Sauce, es hija única y trabaja en la sección de Gestión de Correspondencia del Telecentro Antel de La Paz. Su padre, fallecido, la inició en el amor hacia los animales. Su madre, Eidelia Bentacor (66), es quien la ayuda a limpiar y cocinar para la prole. También ella se define como amante de los bichos, aunque tiene debilidad por los gatos.
"Me dedico a los animales desde que tengo memoria", indica Araceli.
De niña prefería jugar con un perro que con las muñecas. "Cuando tenía siete años me regalaron una y así como la agarré, la tiré en el pozo negro de mi casa".
Tímida en extremo, la Araceli adolescente fue tratada por un psiquiatra porque tenía dificultades de relacionamiento con sus compañeros de liceo. "No me encontró na-da", confiesa.
"Ni siquiera la medicó" -interrumpe su madre- "dijo que su problema es la timidez, que tenía complejo de inferioridad y que por eso los animales son su amor".
Araceli no mira a los ojos cuando habla. Y mientras camina por la calle junto a sus perros les conversa, aunque a su madre le dé vergüenza. "A mí no me importa que me critiquen", asegura.
Los altos costos de manutención de los animales, sumados a una retención salarial derivada de un préstamo para los medicamentos de su padre convaleciente, le hacen cada día más difícil llevar la comida al centenar de bocas que alimenta. Con los descuentos le quedan $4.000 para vivir.
De carnicería tiene un costo fijo de $ 30 diarios (compra huesos y Leo), y de luz paga más de $1.000. El pan se lo venden más barato y si se puso viejo se lo regalan. La dueña de una pollería colabora con carcazas de aves.
A eso hay que agregarle los gastos en productos desinfectantes: "La limpieza te lleva mucho porque estamos todo el día y toda la noche", explica.
El mes pasado le cortaron la luz por falta de pago. Una amiga solidaria se hizo cargo de la cuenta y volvió la luz.
SOLEDAD. Su incondicional amor hacia los animales tuvo un alto costo espiritual para esta mujer. En el año 1989 se casó con un hombre al que no le gustaban los perros. Dos años más tarde se separó. Su familia le ha dado la espalda y le insiste a la madre con que la mande a un psicólogo.
Duerme poco y fue mordida por sus gatos en dos oportunidades. La primera vez terminó cinco días internada en el Casmu por un "flemón" en su mano derecha. La segunda, por un tendón desgarrado en la misma mano.
"Cuando hay una pelea de perros de la calle yo siempre estoy en el medio. Si salgo lesionada, paciencia. Yo no dejo que se maten", cuenta orgullosa.
También tuvo problemas laborales. "Después de 22 de años de trabajo en Antel de Sauce me discriminaron", explica.
Una compañera la denunció por tener olor a perro y las manos podridas. "Es que tengo problemas de circulación desde los 12 años", acota extendiendo los dedos.
Si bien Araceli recibe ayuda de mucha gente de la zona, los vecinos de la cuadra la miran con recelo. La cantidad de animales es una molestia para el vecindario que se queja de no poder sentarse a tomar mate tranquilos en el jardín de su casa porque los gatos van y vienen, dejando su ADN donde les plazca.
Además, insisten en el feo olor permanente que viene desde la casa. Dos de los vecinos radicaron denuncias en el Junta Local que hasta ahora no han tenido respuesta alguna.
Pegado al domicilio de Araceli se ubica una policlínica del Casmu. La doctora de guardia contó que no pueden dejar la puerta entreabierta porque seguro se mete un gato. "Una vez ingresaron en la mitad de una consulta", cuenta la médica. A pesar de las quejas, ninguno de los consultados quiso aparecer con su nombre en los testimonios. "Es que me crié con ella", argumenta un vecino.
La cercanía y familiaridad con la que se vive en un pueblo como Sauce parecen ser los motivos que despiertan ese amor-odio hacia Araceli. "La gente me denuncia pero día por medio encuentro una caja con gatitos o perritos en la puerta de mi casa", dice sin quejarse.
SUEÑO. Como toda ciudadora, Araceli asegura saber de memoria los nombres de todas sus mascotas: Tigre, Peter, Morena, Agustina, Willi, Toba..., y a los lotes nuevos los llama por su género o señas particulares, porque no se le ocurrían ya más nombres.
Araceli y su madre quieren mudarse. La relación con los vecinos está cada vez más deteriorada y en su casa apenas tiene espacio para más animales.
"Mi sueño sería poder estar en una orilla, en una zona entre la ciudad y la campaña, donde ellos estarían más libres. Esa sería mi felicidad", cuenta suspirando.
Caso tomado casi como emblemático
Cristina Indarte, de la Asociación Nacional de Protección Animal (ANPA), señaló que el caso de Araceli es emblemático. Lo mismo sufren todas las personas que protegen a los animales: "La gente abandona en sus casas los perros y gatos y después los denuncian por mal olor o ruidos molestos".
La Facultad de Veterinaria, la Comisión Nacional de Rabia, la Escuela de Caninoterapia, S.O.S Canino, ANPA y autoridades del Plantel de Perros del Ministerio del Interior elaboraron un proyecto de ley que fue presentado en el Parlamento en el 2005. El mismo apunta a mejorar la calidad de vida de los animales en el entendido de que ello es también mejorar la salud humana.
El proyecto incluye una campaña nacional de sensibilización, educación e información, un registro que permita identificar en tiempo real al animal y su propietario, una campaña de adopciones de perros adultos y una nacional de esterilizaciones, entre otros. Hasta el momento, el proyecto no encontró eco en los legisladores.
La organización calcula en 1.000.000 el número de perros (con y sin dueño) que viven en Uruguay y afirman que el 80% de los canes callejeros adultos tienen dueño. La estimación se basa en el hecho de que un cachorro no puede sobrevivir 18 meses sin atención de ningún tipo, lo que indica que los que están en la calle o tienen dueño o fueron abandonados hace poco.
Un veterinario que trabaje para una sociedad protectora cobra $250 por acto, pero esa cifra oscila entre los $500 y $1.000 a nivel privado y se sitúa en $700 si la castración la hace la Facultad de Veterinaria.
ANPA nuclea a las 27 protectoras de animales de todo el país
Las cifras
1 millón. Es aproximadamente el número de perros en Uruguay, con y sin dueño. El 80% de los callejeros tuvo dueño alguna vez.
2005. Año en que se presentó un proyecto de ley en el Parlamento para la mejora de calidad de vida los animales. Aún no tuvo eco.
$700 Es lo que se cobra en la Facultad de Veterinaria por la castración de un animal. Un veterinario cobra $ 250 por acto para las protectoras.