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URUGUAYOS POR EL MUNDO

Un uruguayo en el alma de África: viaja solo entre campos minados, tribus y animales salvajes

Martín Bauzá recorre los caminos más extremos que pudo imaginarse con su camioneta desde hace siete meses; una aventura por la costa atlántica.

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Martín Bauzá con miembros de la tribu Holi en Benín
Martín Bauzá

Condenado por la historia, el paso de Guerguerat es “una de las fronteras más míticas” de África, como dijo Martín Bauzá, por las peores razones. Esa franja de casi cuatro kilómetros de arena al sur del Sahara Occidental y fronteriza con Mauritania es uno de los puntos calientes del continente. “Los hacés esquivando autos prendidos fuego; tenés que ir por un trillo bien marcadito porque todavía hay minas terrestres”, cuenta.

Ese día le mandó una foto a su madre. Y recordó todo lo que le dijo a sus familiares y amigos cuando la idea de cruzar África en camioneta y completamente solo se materializó en un pasaje sin fecha de retorno. “Para algunas personas hacer algo relevante puede ser pelear por un escalafón más arriba en el trabajo; yo quería hacer algo relevante para mí y me aventuré a hacerlo”, relata.

Compró una camioneta Toyota Bandeirante la cual deshizo y volvió a armar. Ese es su medio de transporte y muchas veces refugio. La embarcó rumbo a Países Bajos —era la opción más económica dado que el flete hacia Sudáfrica pasó de US$ 1.700 a US$ 12.700 tras la pandemia—, se subió a ella en el puerto de Róterdam, cruzó los Alpes bajo nieve, llegó hasta Polonia, bajó hasta Algeciras y la montó en el ferry que conecta Europa con África. Lo que le ha estado sucediendo desde noviembre del año pasado era imposible de prever.

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Martín Bauzá y su camioneta Confuso
Diego Battiste

La aventura.

“En estos lares nadie sabe lo que es un pasaporte uruguayo. Acá saben leer España, Alemania o Francia. Nadie sabe leer Uruguay. Me dicen ‘¿qué es esto?’”, relata a Domingo mientras espera que le sirvan el almuerzo en un parador de madera improvisado en una calle polvorienta de Cotonú, en Benín.

Tiene anécdotas por montones. La mayoría ocurre en los pasos fronterizos y en los consulados, ya sea porque tiene dificultades para tramitar las visas necesarias para continuar el viaje o porque es detenido por la Policía (le han pedido desde perfumes y remeras hasta US$ 500 pero terminó pagando US$ 15). “He trancado con policías o militares cuando lo que te piden es desorbitado. Ya sabés cómo funciona. Y lo que no entendés te lo explican con una metralleta en la mano”, resume.

Su estadía en Mauritania se prolongó por 45 días porque, aun semanas después de su salida de ese país, no terminó el trámite de la visa para entrar a Senegal. La documentación que le pedían no era la que le habían informado en la embajada en Brasilia; le solicitaban una preautorización del equivalente al Ministerio del Interior que tenía que solicitarla alguien que estuviera físicamente en Dakar. Lo hizo una pareja de franceses que había conocido unos días antes. “Ese expediente nunca culminó”, apunta.

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Martín Bauzá en el desierto del Sahara
Usuario

En este punto Martín tenía dos alternativas: conseguir visa para entrar en Malí (y así seguir hacia el sur) o dar media vuelta y acabar con el sueño. La primera opción se agotó rápido: luego de cuatro o cinco intentos en el consulado, se le informó que no se le daría el permiso —“el ISIS está muy activo y no quieren tener el problema político si les raptan un turista”, explica—. Pero, aunque tuvo “ganas de tirar todo a la miércoles”, no aceptó volver. Conoció a un mochilero que sí podía entrar a Senegal y fue él quien llevó la camioneta desde el paso fronterizo con Mauritania hasta el paso fronterizo con Guinea-Bisáu, país al que voló Martín desde Naukchot.

Más suerte tuvo con la visa de Nigeria por la que solo esperó una semana y para la que tuvo que convertirse en residente de Benín. Al cierre de esta nota, Martín conducía hacia la frontera con un plan: “Entrar a Nigeria como si fuese un túnel —cruzar Camerún y Guinea Ecuatorial— y salir en Gabón lo más rápido posible. Esta es la etapa más complicada porque aumenta la inestabilidad sociopolítica”. Cree que Gabón le dará un respiro hasta adentrarse en Congo y República Democrática del Congo. También tiene en su contra que se avecina la época de lluvias y eso puede detenerlo en un lugar muy inseguro para un extranjero.

Cuando llegue a Angola bajará la tensión que siente desde que entró a Togo—país que visitó antes de Benín— dado que lo que sigue —Namibia, Botsuana y Sudáfrica— son territorios más abiertos al turismo y, más importante, “son países donde podés hacerle caso al mapa”.

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Martín Bauzá
Salvado por una foto de Messi con un mate

Martín perdió la cuenta de cuántos mapas de América Latina lleva dibujados en la tierra. Es lo que hace para explicar dónde queda Uruguay en el mundo. “Algunos entienden cuando digo Suárez o Cavani”, dice. A casi todos tiene que explicarle qué es la yerba y eso le ha traído algunos beneficios. En un control en Marruecos le sirvió de distracción cuando estaban revisándole la camioneta y tenía miedo que encontraran un dron que tenía desarmado y escondido (es un objeto prohibido y, por lo tanto, se enfrentaba a la cárcel). “Empecé a ofrecerles mate. Apareció alguien de mayor rango que primero se enojó y que luego volvió con el celular y una foto de Messi con un mate en la mano. Dio la orden de que siguiera”, relata. El mate también le sirve para distender alguna situación incómoda en sedes diplomáticas o para intercambiar experiencias con locales.

Con la tribus.

Por supuesto, África también le ha robado risas y le ha mostrado paisajes increíbles y costumbres ancestrales. Como la noche que una manada de camellos rodeó la camioneta en el desierto o el día que en una cascada de Guinea tres chimpancés se escondieron atrás de un árbol para verlo. O cuando los fulani —tribu de pastores nómadas en Benín— lo convidaron con leche almacenada en una calabaza y terminó prometiéndoles que les enviará la foto grupal que se sacaron con el dron a pesar de que primero huyeron del aparato mientras volaba.

Martín también pudo conocer a los holi, una tribu famosa por sus escarificaciones y tatuajes. No fue fácil. En el primer intento terminó en la comisaría por meterse en un parque que fue cerrado al público tras unos atentados de Boko Haram. Al segundo, a unos 140 kilómetros del punto anterior y dejando atrás la camioneta por la espesura de la selva, caminó hasta la aldea. Lo invitaron a bailar y lo llevaron hasta la entrada de su bosque sagrado, donde se practicó el último sacrificio humano en 1984. “Quedé con la sensación de que ellos no eran la atracción para mí sino que yo era la atracción para ellos. Lo veías en la mirada de cada persona, con actitud de desconfianza y de miedo en cada niño o con una mirada un poco intimidante de los más veteranos”, cuenta. En este mundo, él es el raro.

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