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El Shincal, una ciudad inca escondida

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El Schincal. Foto: GDA/LANACION

VIAJES

Es el gran secreto del norte argentino. Allí, en el valle del río Quimivil, en medio del monte catamarqueño, los restos de un centro ceremonial inca proponen un viaje en el tiempo.

En Catamarca, a casi 300 kilómetros de la capital provincial, el sitio arqueológico El Shincal devela una historia que ocurrió hace más de cinco siglos, cuando los incas era dueños y señores del lugar.

No sabemos su verdadero nombre y esta circunstancia aumenta el misterio. El sitio tuvo un momento de esplendor entre 1430 y 1580. Entonces, convocaba a multitudes que llegaban desde las regiones más remotas del sur del imperio. Las fiestas duraban varios días, se comía y se bebía a cuenta del soberano. Bailes, ceremonias, rituales y reuniones administrativas tenían lugar en este precioso recinto, al pie de los Andes. Pasaron varios siglos hasta que los arqueólogos encontraron el lugar; para entonces estaba cubierto de shinkis, un arbusto nativo de madera resistente, que protegió las construcciones de los avatares del tiempo, de ahí su nombre: El Shincal.

El descubrimiento

Las primeras noticias llegaron de la mano del ingeniero Hilarión Furque quien, a principios del siglo XX, creyó ver allí una fortaleza española. Sin embargo, la investigaciones arqueológicas se iniciaron recién en la década de 1950. Había que tener imaginación porque el monte había devorado todo. Pero los científicos se empeñaron y durante 60 largos años estudiaron gran parte del lugar que hoy puede visitarse.

La gigantesca plaza principal rodeada de una extensa pared perimetral exhibe una plataforma ceremonial en el centro. Después, están los dos cerros ubicados al este y al oeste de la plaza que fueron amurallados en varios sectores para realzar su aspecto monumental. Para acceder a la cima se construyeron escaleras de piedra con cientos de peldaños que conducían a un espacio aplanado artificialmente donde se realizaban diversos rituales. Hoy se los conoce como el Templo del sol y el Templo de la luna; son denominaciones modernas, en realidad se cree que ambos estaban dedicados al sol.

Estas son algunas de las construcciones que pueden verse durante la visita. El recorrido se realiza exclusivamente en compañía de guías locales, en su mayoría descendientes de diaguitas, un detalle que le brinda atractivo extra al paseo.

El Schincal. Foto: GDA/LANACION
El Schincal. Foto: GDA/LANACION

Pasaron de largo

Casi no existe registro de El Shincal en las crónicas españolas durante la conquista. “Los españoles llegaron a la zona unos siete u ocho años después de la caída de El Cuzco. La ciudad estaba abandonada y casi no había población. Lo cierto es que no le prestaron demasiada atención, el objetivo de los colonizadores estaba puesto en encontrar una ruta hacia el Pacífico y quizá la supuesta ciudad de El Dorado”, cuenta Marco Giovannetti.

Giovannetti es arqueólogo y realizó aquí su tesis de grado a principios de 2000. Actualmente se encuentra trabajando en proyectos como investigador del Conicet que enriquecerán el conocimiento sobre la vida cotidiana en El Shincal.

Según cuenta, la noticia de la caída del Inca en Cuzco no debe haber demorado más de un mes en llegar hasta aquí. Esa fue la oportunidad de los pueblos conquistados, diferentes tribus diaguitas, para volver a sus tierras, porque no todos estaban felices con el dominio inca.

Muchos asimilan El Shincal con Machu Picchu. “Machu Picchu fue creada con el fin de desarrollar el culto estatal, allí vivían los sacerdotes y sacerdotisas dedicados a esa actividad, el sitio no tenía como El Shincal una función administrativa. Lo que si podemos decir -aclara Giovannetti- es que ambos comparten una misma cosmovisión en cuanto a la conexión de los elementos sagrados de la naturaleza y la forma de desplegar los recintos y los templos en el espacio, una modalidad que se repite en muchos otros emplazamientos incas.”

El Schincal. Foto: GDA/LANACION
El Schincal. Foto: GDA/LANACION

El principio de todo

Se cree que el gran avance imperial inca hacia el sur se produjo durante las últimas décadas del siglo XV y continuó durante la primera parte del XVI. Durante esos años conquistaron a los pueblos de esta región, diferentes tribus diaguitas, y anexaron las tierras a su imperio, un vasto territorio conocido Tawantinsuyu, que se extendía desde los límites con Colombia y Ecuador hasta el sur de Mendoza.

El valle del río Quimivil donde se encuentra El Shincal es un sitio especial. Caminamos durante horas con Rosita Yapura Ramos, una de las guías, quien nos compartió infinidad de historias y datos.

El aire huele a hierbas, más tarde sabremos sus nombres: inca yuyo, poleo, brea y palo amarillo, aromas que acompañan el paseo. Todo es mágico en este valle salpicado de chañares, talas y algarrobos blancos que dan forma a un bosque abierto flanqueado por cuatro cerros. No es raro que los diaguitas y más tarde los incas eligieran esta geografía protegida por montañas, dueña de un microclima excepcional, para asentarse. “Los incas se dieron cuenta que los cuatro cerritos bajos que rodean el valle formaban una especie de cruz, cada uno orientado hacia un punto cardinal: norte, sur, este, oeste. Esta disposición que para nosotros resulta azarosa para los incas fue una señal de la naturaleza -cuenta Marcos Giovannetti- les indicaba que ese lugar era sagrado, poderoso”.

Desde lo alto se observa que la construcción de El Shincal tiene una disposición muy precisa. La líneas extendidas de los cuatro cerros se entrecruzan en un punto donde los incas ubicaron el ushnu, la plataforma ceremonial sagrada. “Nuestra hipótesis -señala Giovannetti- es que replicaron la chakana o cruz andina en la disposición de la arquitectura, un símbolo sagrado para los incas, una forma que tiene múltiples manifestaciones en la naturaleza, una de ellas es la Constelación de la Cruz del Sur y que representa el orden cósmico”.

En este sentido, El Shincal fue un sitio de poder, un lugar alineado con el orden natural donde fluía la energía. Esa energía regulaba la bondad de las cosechas, la buena salud, la armonía entre los hombres y sobre todo justificaba el poder político de los jerarcas incas.

Arquitectura & Naturaleza

El Shincal tiene un trazado típico cusqueño: aukaipata (plaza), ushnu y kallanka. Sin embargo, el tipo de construcción pertenece a una técnica local: doble muro de piedra relleno en el medio con adobe. Es térmico y antisísmico. En la plaza tenían lugar diversos eventos, algunos vinculados a la danza, a la música y otros a rituales. Se cree que vivían aquí unas 500 personas de manera estable, sin embargo, la presencia humana aumentaba considerablemente durante las festividades. La gente de los alrededores llegaba a pagar sus tributos en especies: lana, granos, entre otros y participaba de las fiestas.

En la plaza además de ushnu y el muro perimetral se encuentran las kallankas, grandes edificios de planta rectangular y cuatro entradas que oficiaban de depósito, espacio de reuniones, incluso de preparación de alimentos y albergue durante las fiestas.En las periferias se encontró una zona de viviendas y varias construcciones circulares de piedra que podrían ser silos. Un poco más alejado hay zonas de múltiples morteros y fogones donde se supone que se molían los granos y se preparaba la multitudinaria comida.

Durante las épocas de fiestas -el Inti Raymi era la más importante- se realizaban también reuniones administrativas. Los jefes de las comunidades (kuracas) llegaban hasta aquí y recibían instrucciones, planificaban el trabajo, las cosechas, el pago de tributos, etc. Se cree que El Shincal puede haber sido la capital de Quire Quire una suerte de provincia del Qollasuyu (el sector sur del Tawantinsuyo), un territorio que se extendía por Catamarca, sur Salta y norte de La Rioja.

Actualmente el área protegida se reduce a 30 hectáreas, aunque se cree que el sitio abarcaría una extensión mayor. En este sentido, la comunidad de los alrededores está intentando aumentar la zona de protección para evitar el desmonte y preservar los antiguos vestigios y los recursos naturales porque para ellos es un espacio de uso ancestral.

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