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Opinión|El discurso totalitario

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Washington Abdala. Foto: Archivo El País
Nota a Washington Abdala, abogado, politico, profesor y escritor uruguayo perteneciente al Partido Colorado, en su domicilio de Montevideo, ND 20171110, foto Marcelo Bonjour - Archivo El Pais
Marcelo Bonjour/Archivo El Pais

CABEZA DE TURCO

"El totalitario no advierte que es totalitario". Por Washington Abdala.

El discurso totalitario está convencido de su perfección. Se considera infalible. Construye desde el supuesto “colectivo” pero es mesianismo puro. No permite el matiz lo elimina, lo barre, lo aniquila. Y si alguien se desmarca, hay que reprochárselo. El que propone el matiz es un traidor, un disidente y enemigo. Al Gulag con ellos. Y no importa si es “compañero” quien sugiere un tono distinto. Si lo produce, ya no es compañero: ¿cómo alguien osa pensar con cabeza propia?

El discurso totalitario cree que tiene derecho a interpretar a todos. Pocos son la vanguardia (Vladimir Ilyich Ulyanov, Lenin) que creen que son el pueblo y al pueblo es a quien se interpreta por todos. Punto. Por eso el discurso totalitario -al sentirse portador de la verdad- derrapa, y al derrapar daña, lesiona, ofende y agravia.

El discurso totalitario siempre es violento, física o verbalmente. La violencia es el alma de su existir. Aunque muchos de los que adhieran a discursos totalitarios se consideren pacíficos, en los hechos son arrastrados por el imán totalitario.

El totalitario abona el camino desde lo ideológico-político, carcomiendo la cultura y llegando a penetrar hasta religiones a las que mezcla en su aventura alienante.

Está lleno de portadores de este discurso en el mundo y acá mismo. Son los que intoxican el aire. Los que ponen la política al nivel del microbio. Los militantes del odio. Los que no entienden la alternancia democrática. Los que no respetan al pueblo. En realidad, blasfeman y se mofan de la gente al actuar así.

El empalamiento retórico es otro dato de la realidad. Lo vemos en las redes morales día a día. Recurso totalitario. Y lo curioso es que convivimos con ello sin demasiada reacción. Y este país ya pasó por experiencias violentas que todos conocemos de memoria. Sí, con responsabilidades distintas, pero totalitarias todas. Y todas pensando que eran la “ultima ratio”.

El discurso totalitario no va jamás al psicoanalista, no mira su pasado, lo considera mitológico, pluscuamperfecto. En realidad, en el fondo, el discurso totalitario es infantil, binario, básico, elemental, cree en los buenos y en los malos. Si estás con los buenos tenés derecho a hacer todo -hasta matar y raptar para defender tu credo- en democracia inclusive, en donde sea. Sabemos de memoria que hay discursos totalitarios en diversas ideologías (que lo esconden).

Lo peor es que el totalitario no advierte que es totalitario. Su mente no permite matices, construye desde la conspiración y la teoría del enemigo y es incapaz de altruismo alguno.

El totalitario es pequeño por esencia, anida en textos de rencor de referencia, recuerda un pasado glorioso que jamás existió (¿dónde algún grupo de totalitarios construyeron una sociedad respetuosa de los derechos humanos?) y tiene tendencia a la idolatría infantil.

¿Qué diferencia hay entre Kabuga, Fidel y Pinochet? Ninguna, son la misma violencia, algunos con más Estado, otros por fuera, algunos inventando sus sueños criminales desde la izquierda, otros desde la derecha, pero todos violentos que deben ser vistos como lo que son: criminales que por sus pensamientos masacraron incontables vidas humanas llegando al límite de la vergüenza de lo humano para con lo humano. Sí, algunos desde el terrorismo de Estado, horripilante por cierto, pero todos asesinos al fin de cuentas.

Esto, tan simple para muchos, para otros, es imposible de meditar. Enseguida viene el relato justificatorio de las intenciones, de la razón de la violencia y así, tristemente, se empieza a reconocer que algunos se consideran con el derecho a decidir sobre la vida de otros.

Y eso los demócratas y republicanos no lo vamos a dejar de criticar nunca. Ese es el límite a tener en cuenta siempre. El día que nos quieran hacer pasar gato por liebre estamos fritos.

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