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Juan Andrés Verde: “Trato de ser una ventana por donde entre la luz”

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El padre Juan Andrés Verde lleva su prédica a miles de fieles a través de las redes.

El Personaje

Su prédica es seguida por miles de feligreses, es franco, sin ceremonias. Obligado por la cuarentena está dando misa cada día a través de Instagram.

"Las palizas más grandes que me comí fueron por culpa de la Iglesia”. No es la declaración que uno esperaría de alguien que viste una sotana. Pero le pertenece y además lo pinta de cuerpo y alma. Franco, directo, enormemente carismático, su prédica es seguida por cientos, miles de fieles que oyen sus sermones con los ojos húmedos por la emoción.

Juan Andrés Verde (30) es sacerdote católico desde hace tres años y actualmente está a cargo de la parroquia Stella Maris en Carrasco. Todo el mundo lo conoce por el “Gordo” Verde, él mismo lo asume con la sonrisa que lo caracteriza. Alto y corpulento, su impronta de rugbier no lo ha abandonado. Confiesa que nadie, comenzando por él, imaginaba que terminaría ejerciendo el sacerdocio. Pero, de algún modo secreto y misterioso, su vida parecía marcada para ese destino.

Hasta hace unos días Juan había estado en estricto confinamiento dado que había estado en contacto con una persona contagiada por coronavirus. Los análisis dieron negativo pero cumplió hasta el último minuto el aislamiento. “No podía correr el riesgo de contagiar a alguien”, dice. Pero ahora volvió de lleno a la actividad, aunque se ha visto obligado a dar misas por Instagram. Y el resultado ha sido increíble. Feligreses de todas partes del país y de los rincones más recónditos de Argentina, Paraguay y Chile quedaron magnetizados por su prédica. El domingo pasado hubo 2.500 personas siguiendo la misa virtual, el anterior habían sido 4.000, para este Domingo de Ramos Juan imagina una audiencia incluso superior.

“Para mí es muy raro, incluso muy duro, porque me enfrento a una misa vacía, solo que al otro lado de la pantalla sé que son muchos”, dice.

Juan Andrés acepta una videollamada mientras descansa en la casa de sus padres. Todavía viste la sotana, se lo ve extenuado. Ha tenido un día ajetreado, acaba de dar misa y el día siguiente promete ser más intenso ya que dedicará la tarde a repartir canastas de alimentos entre los necesitados en el barrio Santa Eugenia, ubicado en el Este rural de Montevideo. Pero desde hace mucho tiempo que la vida de Juan Andrés es así. Y siempre hay una sonrisa pronta en su rostro.

“Yo siento que tengo que ser una ventana, nunca un espejo, una ventana por donde entre la luz. Si la gente ve solo en mí al Gordo Verde, entonces habré fracasado en mi tarea”, resume.

EL MENOS PENSADO. Juan Andrés es el segundo de cuatro hermanos. Él confiesa que los hermanos Verde eran unos verdaderos enfant terrible y si muchos se hacían cruces al verlos llegar no era por su religiosidad. Que, dicho sea de paso, en su familia era y es profunda.

“Si había alguien que nunca pensó en ser cura ése era yo”, dice Juan.

Sus travesuras eran constantes. Entre sus primeros tropiezos con la Iglesia recuerda el coscorrón que se llevó cuando le quitó el velo a una monja. Tenía apenas siete años: “Yo no entendía por qué usaba eso en la cabeza”, explica.

Su educación religiosa comenzó en la escuela, asistió a varios colegios -Monte Sexto, Pío IX, Juan XXIII-, pero su relación con la institución eclesiática era distante. Él mismo se veía como un rebelde.

Algo que se acentuó cuando llegó a la adolescencia. Para entonces ya era jugador de rugby y su carrera iría en ascenso hasta llegar a las competencias internacionales, incluido el mundial sub 20.

Su actividad deportiva continuó incluso durante lo peor de la crisis de 2002, que obligó a su familia a mudarse a una casa en Villa Colón. Juan tenía que cruzar media ciudad en ómnibus para ir a las prácticas. Sin embargo, cuando aún creía que no había nada más alejado de su vida que la Iglesia tuvo una de las experiencias que lo marcó.

“Yo tenía 17 años y me acuerdo que a veces trataba de convencer a mi madre que me llevara hasta la práctica para zafar del viaje en ómnibus”, cuenta.

En una ocasión su madre le dijo que lo llevaría pero antes debía acompañarla hasta el CTI del Casmu donde tenía internada a la madre de una querida amiga. A regañadientes Juan aceptó. Aguardó a su madre mientras hacía la visita y cuando salió ella le dijo: “Ahora te toca a vos”.

“Yo me la quedé mirando como diciendo, ‘ni loco’, pero al final entré”, recuerda Juan Andrés.

La visión en la sala de cuidados intensivos era desoladora. La paciente estaba en su cama, intubada y llena de cables, aunque consciente. “Yo me quedé muy impresionado, nunca había visto a nadie en esa situación”, explica. Y se le ocurrió que lo mejor que podía hacer era rezar un Ave María junto a ella. Y lo hizo.

Cuando se estaba retirando el paciente de la cama contigua lo llamó. También intubado no podía hablar, solo mascullar sonidos y mover una mano. De ese modo se hizo entender. “Quería que también rezara con él”, cuenta. Y así lo hizo.

Le prometió volver al día siguiente y regresó con su madre. Al otro día tuvieron la noticia del deceso de la mujer. “Le pedí a mi madre que me llevara de vuelta al CTI porque le había prometido al señor que iría y me llevó”, relata.

Pero al llegar y preguntar por él salió a recibirlo una enfermera. Se la veía enojada y fue directamente a increparlo. “Todo este tiempo sin visitas y ahora venís a verlo, ahora que falleció”, lo reprendió. Juan no entendía nada y comenzó a enojarse él también. “Al final le expliqué que yo había estado rezando con él y le había prometido que volvería”, dice. Y la enfermera se quedó mirándolo con los ojos como platos. Se volvió y le comentó a sus compañeras lo que había dicho el joven.

“El señor estuvo cuatro años en coma”, le dijo la enfermera.

Y entonces fue el turno de Juan Andrés para quedar atónito.

“Esa fue una de las experiencias que ahora creo que me marcó”, dice.

Llegó a los 20 y se sentía en la plenitud. Estudiaba, jugaba al rugby -ya estaba en la selección-, tenía “una novia preciosa”, amigos y la vida que cualquier joven podía querer. Sin embargo, había algo en su interior que no terminaba de funcionar. “Yo me preguntaba por qué tengo todo y aún así no soy feliz”, dice.

En la parroquia Stella Maris de Carrasco, desde donde hoy dará misa.
En la parroquia Stella Maris de Carrasco, desde donde hoy dará misa.

EL LLAMADO. Había oído de la obra de los padres salesianos en Sarandí del Yí y decidió probar. “Puse todo en el freezer, el rugby, las fiestas, el estudio y hasta mi novia, le dije de estar separados por un tiempo y me fui”, recuerda.

Fue una decisión radical. “Regalé todo, hasta mis trofeos más queridos, que eran las remeras que había intercambiado en los partidos de rugby”, cuenta.

Y pasó un año junto a 70 chicos, en su mayoría hijos de peones rurales, aprendiendo oficios. Carpintería, alfarería, una rutina de trabajo manual y oración.

“En esta experiencia con gurises rurales en el campo descubrí una felicidad que no puedo explicar”, relata. Y allí descubrió que lo que más quería en la vida era ser cura.

Ese fue, para Juan Andrés, el comienzo de su carrera. No fue algo inmediato, pero al poco tiempo ingresó al seminario y comenzó los cursos para ordenarse. No fue una decisión sencilla, debía dejar todo atrás, incluida su novia. Sin embargo, ella lo había alentado a que buscara su vocación. Pero su convicción era fuerte.

Por eso, aquella tarde de principios de diciembre de 2017 es inolvidable para Juan Andrés. Con la Catedral de Montevideo totalmente colmada el Cardenal Daniel Sturla le confirió, por fin, la ordenación sacerdotal. Entre el público estaban sus amigos, su familia, sus padres emocionados y orgullosos, sus hermanos, una tía que había viajado de Canadá para verlo y Maru Bottana, con quien guarda una entrañable amistad. También estaban el expresidente Luis Alberto Lacalle y el entonces senador colorado Pedro Bordaberry.

El carisma de Juan Andrés atraviesa todas las capas y edades. Hoy se dispone a celebrar el Domingo de Ramos. Con una sonrisa, como siempre.

El mensaje de Pascua

“El misterio de esta Semana Santa va a llegar en la medida que tengamos el corazón abierto. Pensemos que esto que estamos viviendo nos puede ayudar a valorar tantas veces que debimos estar y no estuvimos”, dice Juan Andrés. Estos últimos días y debido a las medidas de restricción debió comenzar a celebrar misa a través de Instagram. Las trasmisiones han sido un éxito desde el punto de vista de la audiencia. Cada tarde sobre las 19 horas, el padre Juan Andrés Verde, el “Gordo Verde”, se sienta ante la pantalla y comienza a dialogar con sus seguidores antes de celebrar la ceremonia. Conoce por su nombre de pila a la mayoría, recuerda a sus hijos, sus padecimientos, sus logros en el trabajo. Los mensajes le llegan de todas partes, también desde los puntos más alejados del interior de Argentina o aún desde Paraguay. Juan está convencido que ahí, en esa posibilidad de hablar “mano a mano” con cada uno aunque él esté del otro lado de la pantalla solo o apenas en compañía del sacristán, está el milagro que hace Dios. “El misterio de la Pascua es esto, poder ir al momento en que ocurrió, estar ahí y sentir la alegría enorme porque Jesús venció lo más temido: la muerte”, dice.

El rugby continúa siendo su pasión y va a verlo cada vez que puede.
El rugby continúa siendo su pasión y va a verlo cada vez que puede.

Sus cosas

 VOLVER AL PAGO. “Siempre que encuentro un hueco, algo que me renueva es irme para afuera, sea a visitar a mis padres en campaña o algún amigo”, cuenta Juan Andrés. Salir al campo, “camperear” como él le llama, “tomar un mate, ensillar” y estar con los que quiere, padres, hermanos, amigos, la gente del pago chico.
?RUGBY. La ovalada sigue siendo su pasión. “Ver rugby es algo que también me descansa”, confiesa Juan Andrés, “sea ver algún partido de los chicos de la parroquia o mismo ir de visita al Charrúa”. Durante toda su juventud jugó en el Carrasco Polo y llegó a competencias internacionales en la selección Sub-20 de Rugby.
"UN RICO ASADO". Como buen uruguayo reunirse alrededor de una mesa para compartir un asado debe ser una de sus mayores aficiones. “Algo a lo que nunca le saco el cuerpo es a un rico asado”, dice a las risas. Menú que incluye en cada una de las “escapadas” que mencionaba antes con sus padres y amigos en campaña.

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