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¿A qué hora hay que empezar?

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La biología no siempre acompaña la hora del inicio de clase. Foto: Shuttlestock

Cansados de madrugar, muchos se suben al debate que abrieron los especialistas del sueño sobre cuán útil es comenzar el día temprano.

La gente debería comenzar a trabajar a las 10 de la mañana", disparó Paul Kelley, investigador del Instituto de Neurociencias Circadianas y del Sueño de la Universidad de Oxford, Inglaterra, durante un reciente encuentro científico realizado en Bradford, West Yorkshire. Y claro, en cuestión de segundos desató la polémica en torno a cuál es el mejor horario para comenzar la jornada laboral de una manera menos tortuosa que abrir los ojos cuando aún no asomó el sol. Kelley sostuvo que vivimos en una "sociedad privada del sueño" y argumentó en una entrevista concedida a la BBC: "La mayoría de las personas nos levantamos con el despertador, porque naturalmente no nos despertaríamos a la hora en que debemos levantarnos para ir a trabajar".

Si bien los bancos y buena parte de las oficinas públicas y comercios no abren sus puertas antes de media mañana, para la mayoría de los adultos el día comienza mucho antes, ya sea porque sus horarios de ingreso al trabajo o a la universidad así lo requieren, ya sea porque deben llevar a sus hijos a colegios que, en sus turnos vespertinos, insisten en hacer sonar la campana a las 7.30, 7.45 u 8 de la mañana. Sumemos al combo los extensos trayectos que muchos recorren en el primer tramo del día para llegar a destino y obtendremos una legión de somnolientos que, arrastrando su cansancio mientras salen del hogar, se preguntan: ¿y qué pasaría si el día comenzara a las 10?

"Yo sería feliz", se ilusiona Marina Maiztegui, de 41 años, que todos los días escucha chillar el despertador a las 6.30 como indeclinable señal de largada para despertar a sus hijos, hacer el desayuno, conducir, dejarlos en la puerta del colegio a las 7.45 y de ahí ir a abrir las puertas de su casa de decoración y mantelería.

"Ahora que a las 6.30 hay sol —agrega— no es tan terrible. Pero en invierno, a las 6.30 es de noche, y es un bajón. Al menos para nosotros, no hay otra opción; de lo contrario, es imposible cumplir con los horarios del colegio".

Es cierto: los anacrónicos horarios de colegio se encuentran desde hace rato en el ojo de la controversia, ya que si bien el debate en torno a la mejor hora en que los adultos deben comenzar sus tareas admite discusión (y mucha), no hay dudas y sobran evidencias de que escribir en el pizarrón, a las 8 de la mañana, una ecuación delante de un puñado de adolescentes de 15 años es una propuesta de dudosa utilidad o con resultados no muy satisfactorios.

"Éste es el gran problema. Hay una tendencia biológica en el adolescente y preadolescente a la nocturnidad que se viola con los horarios de comienzo temprano de la escuela", sostiene el doctor en ciencias biológicas Daniel Cardinali, investigador del Hospital de Clínicas de la ciudad de Buenos Aires y una de las máximas autoridades en ese país en materia de medicina del sueño y cronobiología.

Su colega Daniel Pérez Chada, jefe del Servicio de Neumonología del Hospital Austral de Argentina y experto en medicina del sueño, explica el porqué del ritmo más nocturno de los adolescentes: "El sueño en ellos es distinto al de los adultos, tanto en la cantidad de horas (que debería ser de no menos de nueve horas por noche) como en el hecho de que ese sueño debería interrumpirse por lo menos un par de horas más tarde que el de los adultos".

¿Por qué conviene dejar que los adolescentes duerman un poco más? "El pico de melatonina, que es la hormona promotora del sueño, en los jóvenes se produce un par de horas después que en los adultos, y su caída también se produce más tarde. Por consiguiente, el nivel óptimo de alerta se da cuando ya está un poco avanzada la mañana. Basta conversar con los docentes para confirmar que en las primeras horas los chicos están dormidos en el aula. Paradójicamente, la currícula tiende a poner materias como matemática o química en las primeras horas, cuando convendría poner otras, que demanden un menor nivel de alerta."

Las experiencias realizadas en distintos países de atrasar el horario de comienzo de clases de las escuelas secundarias han dado resultados positivos, a tal punto que el año pasado la Academia Americana de Pediatría de los Estados Unidos recomendó (sin mucho éxito hasta el momento) que las instituciones educativas retrasaran su horario de ingreso.

Pero así como existe consenso en torno a la idea de que las clases en las escuelas secundarias deberían comenzar más tarde, la propuesta de Kelley en cuanto al horario de inicio de la jornada laboral ha despertado numerosas críticas. Sucede que en el caso de los adultos comenzar el día más tarde tiene beneficios... para algunos, pero no para todos.

Búhos, alondras y otros bichos.

La hora a la que suena el reloj varia de un lugar a otro, con factores culturales pero también geográficos marcando el ritmo de la jornada laboral. Mientras que en Francia comienza a las 9.30, en los países escandinavos o en Alemania, por ejemplo, a esa hora ya hay gente en la oficina hace rato. En Argentina y Uruguay, el habitual horario de oficina de 9 a 18, encuentra cada vez más excepciones de mano de empresas que se animan a hacerlo más flexible en busca de mayor productividad.

"Nosotros trabajamos en una industria que se mueve por el conocimiento y la resolución de problemas; para esto, es fundamental que la gente se encuentre en el mejor estado mental posible", dice Franco Monsalvo, director de tecnología (CTO) para América latina de Global Logic, y agrega: "Hay muchos estudios que indican que las personas son productivas en distintos horarios, con lo cual poder adaptarnos a esos patrones nos permite tener una mejora en la productividad".

"Levantarme y arrancar el día me lleva un tiempo", asegura Macarena Giménez, de 22 años. Afortunadamente, su horario de ingreso a Global Logic no le exige madrugar. "Trabajamos por objetivos", explica, y cuenta que llega a la oficina entre las 9.45 y las 10.

Valentín Gutiérrez comparte equipo con Macarena, pero él llega a la oficina entre las 8.15 y las 8.30. Y lo hace por decisión propia: "Siempre, en todos los ámbitos, no sólo el laboral, me gusta aprovechar y disfrutar la mañana, que es cuando más productivo me siento. El despertador en casa está puesto a las 7.15, pero la mayoría de los días me despierto solo a las 7. El año pasado trabajé en un proyecto en el que la jornada empezaba a las 11, y sentía que estaba perdiendo el momento en que mejor rindo".

Macarena es búho; Valentín, alondra. Las preferencias nocturnas y diurnas, respectivamente, de esas dos aves han sido utilizadas para ilustrar dos perfiles de personas en relación con el momento del día en que mejor rinden: los cronotipos. Pero ojo, que ahora ya no son dos, sino tres: "Se habla de tres cronotipos, temprano, vespertino y neutro. Cronotipo temprano (o alondra) son las personas que se levantan muy temprano, a menudo sin necesidad de despertador, y alcanzan su máximo de productividad hacia el mediodía. Alrededor de un 10% de la población pertenece a este tipo", precisa Cardinali.

"En cuanto al cronotipo tardío (o búho), su máximo nivel de alerta les llega hacia las 6 de la tarde, y son muy productivos de noche, no acostándose antes de las 2-3 si pueden evitarlo. Estos sí necesitan un despertador y suelen tomar bastante café debido a la deuda de sueño que arrastran durante el día. Un 20% de seres humanos se encuentra en este extremo", describe el especialista. ¿Y el resto, que en realidad es la mayoría? "El 70% se ajusta mejor al ciclo noche-día, y dentro de éstos los hay cercanos a ambos extremos, unos más cerca de los búhos, otros de las alondras". 

Desde antes para correr.

Desde esta mirada, que es la más establecida dentro de la medicina del sueño, la propuesta de Kelley de comenzar el día laboral a las 10 de la mañana no se ajusta a todos los cronotipos. Y esto vale para el rendimiento intelectual, pero también para el físico. Hacer deporte es, para muchos, el motivo por el cual el despertador suena antes de lo que necesitan para llegar a hora al trabajo o a la escuela de los chicos.

"Para mí, la mañana es el mejor momento para correr, es cuando uno está más descansado", sostiene Gabriel Vilella, de 43 años, entrenador, que durante la semana laboral hace ejercicio por la tarde —"no todos pueden correr por la mañana por cuestiones de trabajo"—, pero que los fines de semana arranca sí o sí temprano. "Además, es una buena forma de acostumbrar el cuerpo a las carreras de calle, que suelen ser a la mañana", agrega Gabriel.

Del otro lado hay quienes, como buenos búhos, prefieren moverse cuando se va la luz del sol. "Por la mañana el cuerpo me pesa, siento que siempre estoy al borde de lesionarme, por eso entreno por la tarde", dice Sebastián, de 33 años, que cuenta que sólo corre de tarde o de noche.

Claro que el rendimiento (físico, intelectual) no lo es todo. El caso de Ernesto Juárez, amante del running de 45 años, lo ilustra: "Rindo mejor deportivamente por la tarde o la noche: siento que el cuerpo a esa hora está en funcionamiento pleno, por lo que voy más rápido, pero luego me cuesta bajar la aceleración que me genera la actividad física y me complica el sueño", cuenta, y agrega: "Por el contrario, por la mañana rindo menos deportivamente, pero la actividad me carga de energía para afrontar el día, así que salgo a correr entre las 7 y las 9".

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La biología no siempre acompaña la hora del inicio de clase. Foto: Shuttlestock

Comportamiento La Nación/GDA

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