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Ciudad que cambia en la pantalla de cine

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Hong Kong
Hong Kong.
Foto: Archivo

VIAJES

Hong Kong produce esa extraña sensación de que uno ya lo conoce, aunque nunca antes haya estado ahí: el resultado de una de las industrias cinematográfricas más productivas del mundo.

Hong Kong

La escena en la que estamos metidos ahora parece de película porque, bueno, ha sido una escena más o menos frecuente en películas que tienen a Hong Kong como locación. El sampán sobre el que vamos navega lentamente, remontando las pequeñas olas a la salida del moderno embarcadero en Tsim Sha Tsui. Desde la cubierta podemos ver cómo el murallón de rascacielos que forma el skyline de la isla de Hong Kong, al otro lado de Victoria Harbour, se va haciendo cada vez más grande, casi al mismo tiempo que otro sampán de vela roja, iluminado con faroles también rojos, se hace más pequeño a medida que se aleja hacia la otra orilla.

Esta escena me recuerda a una película en particular, que vi en televisión abierta hace demasiados años. Era algo así: Bruce Lee a bordo de un pequeño bote empujado por un solo remo que el botero, de pie al fondo de la embarcación, movía de un lado a otro, como si fuera la cola de un pescado. Bruce Lee avanzaba por una zona portuaria, camino a un sampán parecido al que voy ahora, donde la camarera me sirve una cerveza adecuadamente fría para un día insensatamente caluroso y húmedo.

En esa otra nave, la de la película, Lee viajaba con rumbo a una isla misteriosa, para participar en un torneo de artes marciales y enfrentar, en la pelea final como corresponde, al perverso señor Han, un antagonista digno de James Bond, que tenía una mano de hierro reemplazable por otras armas, desde garras a cuchillos, según el combate.

La película es Operación Dragón (1973) y consagró a Lee como actor y artista marcial; en 2004 fue seleccionada para preservarse en el National Film Registry de Estados Unidos por su valor cultural. Pero el Hong Kong de esa película y el que está ahí al frente ahora mismo, mientras cae el atardecer, parecen dos mundos separados no solo por casi 45 años.

De hecho, este sector, Central, ni siquiera se parece al skyline que se ve en Dragon: The Bruce Lee Story, la muy pobre película de 1993 con aspiraciones biográficas, basada en el libro de su esposa, Linda Lee Caldwell (Bruce Lee: The Man Only I Knew). Ahí, Jason Scott Lee (sin relación directa con Bruce ni, hasta ese momento, con las artes marciales) se pone en la piel del artista marcial, mientras se despliega otro Hong Kong muy diferente más allá de la cubierta del sampán en que "Bruce" viaja con su mujer e hijos, luego de volver a la por entonces colonia británica, tras años instalado en California.

El skyline que vemos ahora es... valga la repetición, como de película. Pero de una futurista. Un poco más como la ciudad que se ve en Batman: El Caballero de la Noche, la segunda de la trilogía dirigida por Christopher Nolan, en la que Bruce Wayne debe venir para capturar al contador de la mafia de Ciudad Gótica, refugiado aquí. Se parece a esa versión, aunque menos oscura, porque el atardecer se toma su tiempo en dejar llegar la noche, así como se lo toman los edificios para iluminarse completamente.

Desembarcados ya, mientras caminamos las pocas cuadras que nos separan del muelle hasta el hotel, es posible quedarse con la sensación de que uno ya conoce un poco esta ciudad. De que la ha visto, aunque nunca antes haya estado aquí.

Eso no es porque Tsim Sha Tsui, el distrito donde se encuentra el muy elegante hotel The Langham Hong Kong, sea una colección de galerías repletas de vitrinas con nombres que sí resultan familiares. Es por el cine, claro.

El Sky100 está a 393 metros sobre el nivel del mar, en el piso 100 del International Commerce Centre, en Kowloon, la península que forma parte del territorio de Hong Kong, pero que está frente a la isla de Hong Kong. Suena algo confuso, pero no lo es. De hecho, desde el mirador en 360 grados que es Sky100 se entiende perfectamente, porque uno puede ver los edificios de la isla, al otro lado de Victoria Harbour, y puede ver además el tupido bosque de construcciones que forman el sector de Kowloon, la otra cara de este territorio que los forasteros llaman simplemente Hong Kong.

Este mirador es el más alto de la ciudad y desde el acceso principal, con presentaciones digitales que muestran el pasado de la metrópolis, se puede ver cómo todo ha ido cambiando por aquí: los antiguos barrios, desplazados por nuevos edificios; los viejos comercios reemplazados por los modernos. Una historia conocida. O quizá no tanto. Por eso, en el mismo mirador hay una pequeña muestra, con maquetas tamaño natural, que recuerdan desde cómo eran los negocios tradicionales hasta a las antiguas habitaciones de los hongkoneses o las micros del transporte público.

Todo eso combinado con algo que en esta ciudad sobra: tecnología. Aquí se puede descargar una app que permite tomarse fotografías en ciertos sectores de la misma plataforma de observación, claramente identificados, y la aplicación se encarga de agregar imágenes de, por ejemplo, la misma torre, como si uno estuviese de pie al lado, y fuera del mismo porte, del enorme edificio.

Justo antes de que Tweety Ho, la directora de comunicaciones, haga una demostración de la app, veo entre las "maquetas" a una pareja de visitantes fotografiándose junto a la reproducción de una boletería de cine, donde se ven afiches de películas de Bruce Lee y Jackie Chan, posiblemente el hongkonés y actor de películas de artes marciales más conocido internacionalmente.

Que en una exhibición que intenta resumir hitos del desarrollo de esta región en apenas una decena de reproducciones, una esté dedicada al cine tiene sentido. La industria hongkonesa tiene fama y usualmente se la incluye entre las tres más grandes productoras del mundo, tras Bollywood y Hollywood. Tiene un claro perfil propio, en el que predomina —cómo no— el cine de acción y artes marciales y los bajos presupuestos (generalmente), aunque también ha creado las condiciones para que surjan directores como Wong Kar-Wai, que nació en Shanghái, pero vino cuando era un niño a Hong Kong, donde filmó, entre otras, una de las mejores películas rodadas aquí, Chungking Express (1994), en apenas dos semanas, según se dice. No sería extraño: la velocidad parece otro atributo hongkonés.

Buena parte del Hong Kong mostrado aquí es apenas una barriada periférica, marginal casi hasta la miseria, que quizá tenga algo que ver con lo que era esta zona en 1973, cuando se estrenó, pero que es casi imposible de encontrar hoy. Tampoco es que uno pudiera echar de menos "esa" ciudad, cuando tiene la actual, lo que se ve ahora en el centro de la isla de Hong Kong, por ejemplo: callejuelas estrechas e inclinadas, que combinan pastelerías tradicionales —repletas de gente, turistas y locales, a la espera de sus tartas de huevo; recomendables— y cafés modernos; puestos callejeros donde comprar té helado o pequeñas galerías de arte, tradicional y moderno.

Quizá en este caso sea mejor guiarse por otra película, quizá menor, pero que está hecha para mostrar la ciudad. En Dim dui dim (2014), la profesora de chino mandarín Xiao Xue llega del continente a Hong Kong y, mientras hace clases, descubre unos curiosos puntos grabados fuera de las distintas estaciones del metro de la ciudad. Pronto Xiao (interpretada por la adorable Meng Ting Yi) se da cuenta de que estos ocultan dibujos, como en esos juegos infantiles en que hay que unir unos puntos numerados para ver la imagen oculta.

Aunque no hay números en los de la película, la profesora descubre, a medida que recorre toda la ciudad, que cada serie de puntos recuerda cómo era ese pedazo de Hong Kong —un mercado, un muelle de pescadores artesanales, una zona de juegos— antes de que la modernidad cambiara las cosas. Y luego empieza a buscar al autor de los mensajes, que es cuando la película deriva en melodrama romántico. Y que es cuando uno puede dejar de pensar en ella, para seguir recorriendo la ciudad real. 

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