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Cancelados: la nueva batalla cultural

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Cancelados

DE PORTADA

Con unos cuantos clics y publicaciones es posible acallar voces incómodas, militar políticamente o denunciar a abusadores. La cultura de la cancelación da para eso y más.

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Una turba recorre internet

. La muchedumbre, en vez de portar horquillas, hoces y antorchas está munida de opiniones inamovibles, certezas de la dureza de una roca. Y una determinación de acero para amplificar y, en última instancia, imponer esas certezas.
turba
Enojados y conscientes de su masividad. Foto: Shutterstock. 

El lugar preferido de esta turba es Twitter. Aunque no se limitan a esa red social, es más que nada ahí donde encuentra a sus presas: transgresores (reales o supuestos) a las costumbres, normas y valores que ellos esposan y que, con el afán del recientemente converso, intentan viralizar para dominar los términos del debate y, también, las medidas a tomar en caso de que algún hereje o directamente pecador, tenga la osadía de apartarse del camino y opinar algo antagónico a la masa.

Como los integrantes de una secta radicalizada, blanden el grito de “¡Cancelado/a!” para señalar y castigar. Cuando alcanzan su propósito, un artista musical es avergonzado hacia el ostracismo, alguien es despedido de su trabajo o se escabulle cerrando su cuenta de Twitter.

Así, dicen sus detractores, actúan los que integran la “Cancel culture”, o cultura de la cancelación. El fenómeno tiene algunos años, pero últimamente cobró vigor debido auna carta abierta firmada por varias celebridades y algunos intelectuales. La carta, publicada en Harper’s Magazine el 7 de julio, fue impulsada por el crítico cultural estadounidense afroamericano Thomas Chatterton Williams (@thomaschattwill).

Entre otras cosas, la carta afirma: “El libre intercambio de información e ideas, el sustento vital de una sociedad liberal, está siendo restringido día a día. Hemos aprendido a esperar este impulso censor de la derecha radicalizada, pero también se está extendiendo en el resto de nuestra cultura: la intolerancia hacia puntos de vista opuestos, una tendencia a avergonzar públicamente y a marginalizar y a licuar complejos temas políticos a certezas morales enceguecedoras”.

La carta tuvo repercusión mundial porque en ella figuraban las firmas de gente tan famosa como Margaret Atwood ("El cuento de la criada"), J.K. Rowling y Salman Rushdie, entre muchos otros. Pero no es indispensable irse hasta Estados Unidos o Europa. En Uruguay también se libran batallas digitales en torno a quién o quiénes condenar en el altar virtual. Hace un par de meses, tuiteros identificados con posturas de izquierda intentaron “cancelar” a Sergio Puglia por sus opiniones políticas, incitando a boicotear a aquellos productos o marcas que pautan en los programas del conductor.

Más acá en el tiempo, el blanco de la ira fue el ya fallecido cantautor Daniel Viglietti. El periodista Nelson Díaz se hizo eco de una publicación en Facebook en la cual una integrante de la familia Viglietti afirmaba que el músico habría violado a una niña de 10 años, su sobrina, cuando él tenía 27.

Esos son apenas dos casos entre muchos, porque las cancelaciones es parte del menú básico de Twitter y otras redes sociales. ¿De dónde viene este impulso a la condena por clic? En parte, la cultura de lo Políticamente Correcto tiene algo de responsabilidad. En su afán por corregir injusticias o inequidades recurriendo al lenguaje y a la identidad de las minorías, los guerreros de la justicia social abrieron un flanco hacia ambos lados del espectro político.

Para el académico Gustavo Verdesio, profesor de literatura y lenguas en la Universidad de Michigan, “esto empezó en las redes sociales como respuesta a las acciones o posiciones de figuras públicas consideradas como inaceptables por algunos sectores de la sociedad. La idea detrás de esas denuncias es contribuir a la pérdida de popularidad de esas personalidades”.

Aunque las connotaciones ideológicas son parte sustancial de la cultura de la cancelación, Verdesio advierte que es algo que no pertenece exclusivamente a la izquierda o la derecha. “No me atrevería a decir que es algo que viene de la izquierda. Esto de andar cancelando gente viene, simplemente, de sectores de la población (llamadas minorías en Estados Unidos) que se sienten ofendidos o agredidos por algunas actitudes o posiciones de personalidades mediáticas. Se puede ser parte de una minoría (por ejemplo, gay o afrodescendiente) y de derecha: muchos ciudadanos gay y afrodescendientes votan a gente como Trump, que dista mucho de ser de izquierda. Y se puede ser muy derechista (votante de Bolsonaro o de Trump) y al mismo tiempo deplorar declaraciones que idealizan la violación”.

La corrección política —asociada a la izquierda— no alcanza entonces para explicar la totalidad del fenómeno. Porque en la discusión sobre la cultura de la cancelación también entran el revisionismo histórico, el inagotable debate sobre si es posible separar vida y obra de un artista o intelectual y, además, el acoso a través de plataformas digitales.

El filósofo y profesor universitario (Universidad Católica) Javier Mazza dice que hay que intentar separar los tantos. “Por un lado, se habla de eso cuando hay un escrache masivo en redes. El movimiento MeToo —que denunciaba acosos sexuales de hombres poderosos— sería una versión de eso. Lo otro es como una especie de boicot corporativo o empresarial, como cuando muchas empresas se fueron de Facebook por entender que la plataforma podía propiciar la desinformación y la manipulación política”.

Activismo digital

Para Mazza, los tuiteros que atacan a una persona o institución en la virtualidad se comportan de una manera similar a la de los militantes que se movilizan y manifiestan a favor o en contra de reivindicaciones políticas particulares. Es, dice el pensador, una acción política legítima. Pero cuando eso ocurre en la web, agrega, hay una diferencia. Como expone, si mañana un colectivo X se junta afuera del edificio de Presidencia para exigirle al gobierno tal o cual cosa, el éxito de ese reclamo dependerá de cómo responde el Poder Ejecutivo. “Pero en el mundo online, las acciones pueden tener repercusiones reales por sí mismas. Si todos nos ponemos de acuerdo en no comprar más productos que apoyan a Puglia, eso es una consecuencia concreta. Esa consecuencia no depende de lo que haga otro, como en ejemplo de la movilización en la puerta del edificio de Presidencia”.

Esto es así, dice Mazza, porque por primera vez en la historia hay un movimiento que es consciente de su masividad y de los alcances de esa masividad. Uno de los ejemplos de esa conciencia, añade, fue el acto inaugural de la campaña presidencial de Donald Trump en la ciudad de Tulsa. Esa ciudad fue elegida para el primer acto porque ahí Trump había obtenido una gran victoria en las elecciones presidenciales de 2016. Las entradas al acto (gratuitas) se pedían a través de la web. Entonces, muchos usuarios de Tik Tok (tiktokers) se pusieron de acuerdo en inundar con pedidos de entradas al cuartel general digital de la campaña de Trump. Ante la avalancha de pedidos de entradas, la campaña del presidente cantó victoria: acudirían miles y miles. El acto sería un rotundo éxito. Solo cuando empezó el mitin propiamente dicho fue evidente que había habido una acción coordinada, un boicot invertido. Los tiktokers habían acaparado muchísimas entradas, sin intención alguna de usarlas. Grandes claros en las gradas del estadio en donde se realizó el acto político eran la demostración del resultado concreto que había tenido la acción política digital que, en parte, había “cancelado” el mitin de Trump.

Revisionismo histórico

¿Está bien derribar estatuas de, por ejemplo, las figuras militares del Sur en la Guerra Civil de Estados Unidos, porque el Sur era el bando esclavista? Otra vez: no es necesario irse muy lejos. En Uruguay también hay tela para cortar. El escritor y ensayista Aldo Mazzuchelli se refirió al tema del revisionismo histórico en un texto llamado Espiral y publicado el 5 de julio en la revista Extramuros, donde pintaba un paisaje dantesco de hordas políticamente correctas derribando todo a su paso en el intento por reescribir la historia uruguaya: abajo aquellas figuras convertidas en bronce y arriba todas aquellas que fueron consideradas víctimas o adversarias a esa nómina de próceres. Javier Mazza dice que “el revisionismo histórico es una forma válida de escribir la historia. No digo que esté bien o mal, digo que es válido. Pero hay algo interesante: la dimensión simbólica del Estado es una de las formas más expeditivas que tiene ese aparato estatal para influir sobre la libertad de expresión de los ciudadanos. No es nada menor que esté Artigas en Plaza Independencia en términos de lo que me genera como ciudadano, y en términos de qué puedo y qué no puedo decir sobre Artigas. Si no me creés, andá a preguntárselo a Roberto Musso”, comenta y recuerda la batahola que se armó cuando salió la canción "El día que Artigas se emborrachó", del Cuarteto de Nos en 1996. Mazza continúa: “Siendo tan poderoso el acto simbólico del Estado en torno a Artigas, es entendible que la acción del ciudadano para impugnar ese acto tenga que tener una entidad que sea más fuerte que componer una canción. Vos no te hacés oír en un concierto amplificado con muchos parlantes solo con un megáfono. La dimensión simbólica del Estado es como una amplificación para el Estadio Centenario. Y Musso tenía un megáfono nomás. La construcción simbólica que se hace de determinados personajes históricos afecta tu identidad como uruguayo. Y la postura de tirar abajo una estatua se comprende desde ese punto de vista: lo que está por detrás de derribar una estatua no es un razonamiento tan banal. Obvio que es un acto violento. Cuando tiraron el Muro de Berlín, todo el mundo celebró. Pero es el mismo acto”.

estatua derribada
Estatuas que simbolizan la esclavitud en Estados Unidos son derribadas

Hablar o callarse

Otro elemento importante de la cultura de la cancelación es el cuestionamiento moral a artistas por algo que dijeron o hicieron. ¿La escritora J.K. Rowling hizo comentarios transfóbicos? Cancelada. ¿El comediante Kevin Hart hizo chistes homofóbicos hace unos años? Cancelado. ¿No alcanzó con los miles de comentarios atacándolo en sus redes? Entonces se presiona a quienes lo apoyan o quienes hacen negocios con él (luego del affaire Kevin Hart fue notificado que no iba a conducir la gala de los Oscar, como inicialmente estaba pensado).

Al respecto, Verdesio dice que “hay casos fáciles de evaluar: la gente que dice cosas racistas (o clasistas o sexistas) debería saber que eso no le va a salir gratis. No me parece mal que alguien que agrede a diversos sectores de la población reciba, a su vez, una respuesta crítica. Es el caso de los políticamente incorrectos en Uruguay, que se creen muy vivos porque dicen barbaridades y se enojan cuando alguien les llama la atención por sus dichos. No entienden que la libertad de expresión no quiere decir que se pueda decir lo que a uno se le antoje sin sufrir consecuencia alguna. Es una mirada absurda (¿omnipotente?) que solo puede explicarse a partir de la desesperación que sienten esos sujetos ante su creciente pérdida de impunidad”.

Las cancelaciones, claro, no afectan a todos por igual: Rowling seguirá siendo una escritora inmensamente exitosa y Hart no dejó de hacer películas o presentaciones.

Pero los casos de Bill Cosby y Harvey Weinstein tuvieron repercusiones mucho más serias: ambos fueron condenados a cárcel por violación y acoso sexual. Para Mazza, el movimiento MeToo es un buen ejemplo para pensar esta cultura. “En la web aparece un espacio de acción para estos reclamos porque es un tipo de denuncia que en el mundo no digital no encontraba una forma efectiva de canalizarse. El caso paradigmático es el de Bill Cosby: una mujer denuncia que fue abusada y atrás vienen muchas más. La denuncia cobra entidad no por la persona que denunció primero, sino por todas las que se hicieron eco. Por eso digo que encuentran en la masividad una legitimación que no encontraban en otro ámbito. ¿Cómo se prueba jurídicamente un abuso? Es la palabra del denunciado contra la palabra de la denunciada. Pero en la masividad se encuentra una especie de prueba, que no termina siendo del todo una prueba. Es complicado. El caso de Weinstein es muy similar. ‘Todos los sabíamos’; ‘lo vimos pero no dijimos nada’ fueron comentarios corrientes luego del escándalo. A uno le queda la impresión que se hizo justicia en el caso de Cosby o Weinstein, mientras que en otros puede quedar la duda”.

Arte y parte

Cuando se llega a los casos de artistas o referentes intelectuales (en donde muchas veces hay una importante cuota de admiración no solo por la obra sino también por la persona), siguen las complicaciones. Mazza recuerda una clase en la que se estaba hablando del libro "Sobre la libertad", del pensador británico John Stuart Mill. “Ah, pero ese era un colonialista”, me dijo uno de los alumnos. ¿Eso descalifica la obra de Stuart Mill? “Es muy difícil, para cualquiera, sobrevivir al juicio de la historia. Aristóteles defendía la esclavitud, pero yo no voy a dejar de leer la "Metafísica". ¿Eran unos energúmenos los griegos? Y no. Porque en su mundo, la esclavitud era lo que sostenía al sistema que ellos tenían. Estas son cuestiones muy complicadas”.

El poeta y escritor Rafael Courtoisie, por su parte, recuerda los casos de Pablo Neruda y Louis Ferdinand Céline. “Se puede pensar en la confesión de Pablo Neruda: violó a una mujer de la casta más baja de la India. Y ese reconocimiento, hecho por él mismo en "Confieso que he vivido", no llamó la atención de nadie durante años, hasta que sí lo hizo. ¿Eso le confiere a su obra poética otro tipo de lugar en el parnaso de los poetas de su época? Pensemos también en el caso de Louis-Ferdinand Céline, una de las influencias y referencias de nuestro Onetti, un comprobado colaboracionista de los nazis. ¿Vamos a dejar de leerlo o tenerlo en cuenta como literato porque en su momento fue colaborador de los nazis? Me parece legítimo y positivo que se estudie y revisite la vida y la obra de figuras importantes de la cultura si se tiene en cuenta, también, la distinción -siempre que sea posible- entre la creación y el trayecto vital. Porque hay que ser consciente que la creación de alguien no corre, siempre, por los mismos carriles que los comportamientos políticos (u otros) de ese alguien en un determinado momento de su vida. Eso sin dejar de reconocer, claro, lo que hicieron o dejaron de hacer”.

Hasta ahí, figuras que ya fallecieron. ¿Pero qué pasa con aquellos que siguen en actividad? “Esa batalla también es muy complicada”, dice Mazza. “Es más fácil cuando los ámbitos donde se cuestiona moralmente a la persona tienen que ver con los ámbitos en los que esa persona se mueve. Un político al que se acusa de estafa es fácil quitarle la confianza: tiene que ver con dineros públicos, es un servidor... Pero ¿qué pasa con Woody Allen?”, se pregunta Mazza y se pueden agregar otras preguntas a esa: ¿Hay que dejar de ver las películas o considerar que aquellas que ya vimos y nos habían gustado, ya no nos tienen que gustar?

También puede ser saludable, como dice Courtoisie, no olvidar los aspectos más deplorables de un ídolo. Verdesio coincide: las vacas sagradas deben poder ser cuestionadas también. “De hecho, esas vacas deberían saber que, por el solo hecho de ser populares, están expuestas a los mugidos de otras menos sagradas que ellas”.

En esta batalla cultural, donde todos parecen tener algo para perder, es necesario poder discriminar todo lo que se pueda entre vida, obra, contexto histórico y referencias éticas y filosóficas antes de emitir un juicio definitivo. La cautela y la mesura a veces pueden confundirse con tibieza. Pero también puede ocurrir que la bola de nieve que se genera en torno a algunas opiniones puedan acallar a algunas voces. Nada nuevo bajo el sol. Siempre fue muy difícil sostener, en solitario, un parecer. Y más si ese parecer viene legitimado no solo por la opinión de nuestros pares, sino también del poder político o económico. “Vivimos en una época en la que a menudo se hacen juicios casi instantáneos a través de las redes sociales, muchas veces basados en emociones y no en el raciocinio”, reflexiona Courtoisie.

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