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¡Atención con los conspiradores!

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COLUMNA — CABEZA DE TURCO

Washington Abdala

El ser humano “conspirador” es una alimaña que anida en buena parte del planeta. Lo encontramos en todos los estratos sociales y logra hacerse un lugar a costa de dimes y diretes, destruyendo honor, dignidad, honra y credibilidad de aquellos a los que selecciona para destruir. Abundan en la aldea.

En política, este tipo de bichos viven en el círculo rojo. En realidad, en todo agrupamiento humano afloran semejantes perfiles que son afectos al maldecir, al pensar mal del otro, a creer que el mundo es binario (o con ellos o contra ellos) y gastan buena parte de sus energías en ejercicios negativos construyendo una narración destructiva del “otro”. Al final del día, han destrozado personas que, sin comerla, ni beberla, se despiertan atónitos ante la salvaje agresión linguística de semejantes bípedos que navegan con la hipérbole, la mala leche y cierta mezquindad intrínseca en ellos. Gente jodida.

No son fáciles de descubrir. Saben cómo posar de humildes, se esconden entre sus retóricas complacientes y manejan la mentira mejor que nadie. La mentira es solo un medio que aplican, no es lo central, pero la utilizan con sabiduría magistral.

No son fáciles de descubrir. Saben cómo posar de humildes.

¿Son todos “cínicos” los conspiradores? En mi lectura sí. Lo son porque tienen un escenario público y otro detrás donde con su barra íntima confabulan para construir un relato “para afuera”. Eso sí: suelen ser cínicos talentosos, o talentosas, saben construir sus personajes y logran desdoblarse sublimando con sus “conspiraciones” parte de lo peor de sus mentes. En el fondo no podrían ser otra cosa.

¿Hay “buenos” conspiradores y “malos conspiradores”? No, el conspirador es, repito, una rata con dos patas (Paquita la del Barrio), no está jamás motivado por la buena fe.

Pueden existir, sí, personas que piensan mucho sus decisiones, en ese caso no hay que confundir el “pensamiento estratégico” del burdo conspirador. Las diferencias son notorias y si el ojo del observador es atento, logra discriminar y no confundir los jugadores. Veamos ejemplos: el general De Gaulle era pensamiento estratégico puro, Perón un conspirador profundo.

¿Se acuerdan del sketch de las vecinas? Imilce Viñas representaba en forma genial y grotesca la vecina conspiradora del barrio y más bien chusma (en el sentido de buchona, no despectivo). Nos reíamos, pero era la típica vieja del barrio que te hundía la honra difundiendo rumores.

Los “conspiradores” están en todos lados. Vecinos que aman conspirar, amigos que —por alguna razón— deliran y sus mentes se enloquecen hablando mal de otros amigos, gente que parece normal pero liberados de amarras pueden afirmar las peores cosas de otros, sin la más mínima prueba, sin el menor fundamento y sin arrimar ningún dato empírico a sus decires malévolos. Y en tiempos de posverdad, se reproducen más, porque las redes les suministran la cocaína más pura que jamás imaginaron, y allí los vemos agazapados y zumbando a cuanto infeliz anda por la vuelta. El que saque la cabeza un poco será presa de los conspiradores, más aún en un país bastante necio que le cuesta ver la verdad y donde si se dice algo con convicción, la barra conspiradora está preparada para hacer el daño que entienda pertinente propinar.

Cansan los conspiradores. Agotan la mente. Cuando uno sabe que está frente a un conspirador (¿cuál es el político de gobierno u oposición que cree usted que conspira más?) nos aflora el cerebro milenario y nos ponemos en guardia. Algo nos dice que esa persona no nos “está cantando la justa” como decía el último Batlle presidente. Algo me dice que las generaciones que vienen no se bancan más “los conspiradores” porque el pragmatismo los lleva a ver el mundo de otra forma.

Capaz tenemos suerte en eso. Pongo una ficha por el futuro. Ojalá.

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