Publicidad

Al rescate de la histórica Quinta VAZ FERREIRA

Compartir esta noticia

JORGE ABBONDANZA

La calle se llamaba Caiguá, pero después recibió el nombre de Carlos Vaz Ferreira para homenajear al filósofo que vivió allí durante cuarenta años, felizmente atrincherado en su quinta a unos pasos de Millán y rodeado por la fronda más espesa de todo el Barrio Atahualpa. Ahora los descendientes se han embarcado en un plan de rescate de la casa y el parque, con la idea de convertir el sitio en un museo y un centro cultural, pero vale la pena conocer detalles de ese emprendimiento, por detrás del cual hay una larga historia familiar.

La que se conoce como Quinta Vaz Ferreira fue construida bajo la dirección de Alberto Reborati a partir de 1918, cuando el filósofo y su mujer Elvira Raimondi llevaban casi dos décadas de casados. La casa sería ampliada por única vez en 1928 por la firma Bello & Reborati y así ha quedado hasta el día de hoy: dejó de ser vivienda de la familia en 1997 cuando murió Mario, uno de los ocho hijos del filósofo y el último que la habitó, quien legó su parte de la propiedad al Estado uruguayo con la condición de que éste "asumiera el mantenimiento de la totalidad del bien", compromiso de magnitud que determinó en 2002 el rechazo de esa propuesta: "el Estado resolvió no aceptar el legado".

La negativa gubernamental determinó que la familia Vaz Ferreira decidiera emprender por su cuenta la gradual restauración de la propiedad "como paso previo a la confección de un plan de recuperación global que consolide ese bien patrimonial como un sitio de pertenencia social".

Las obras iniciales, orientadas a preservar el conjunto como "la unidad ambiental que siempre fue", han sido dirigidas por el paisajista Luis Carrau y la arquitecta Cristina Echevarría Vaz Ferreira, nieta de Carlos.

PROYECTO. En adelante, la propuesta de los descendientes consiste en crear un Museo de Sitio que funcione como testimonio de una época del Uruguay (la primera mitad del siglo XX) pero reservando ciertas áreas para las actividades de un Centro Cultural, cuyo dinamismo permita programar actividades asociadas a "la dimensión simbólica" del lugar, capaces de "otorgar actualidad y continuidad a la historia de la propia casa".

Al margen del valor cultural de la propiedad, generado por quienes vivieron allí, lo valioso y más singular desde el punto de vista patrimonial es el equipamiento de la casa, realizado hacia 1920 por el pintor Milo Beretta, que no sólo era amigo personal de los Vaz Ferreira sino un colaborador de Pedro Figari en el plan de creación de la Escuela de Artes, donde se promovió la formación de artesanos y operarios capaces de desarrollar un estilo decorativo a través de la creación de objetos. El sueño de Figari (y de Beretta) no prosperó, aunque parte de la propuesta ha sobrevivido en las manufacturas cuya enseñanza se imparte hasta hoy en la escuela Pedro Figari que depende de la Universidad del Trabajo, pero en aquellas décadas iniciales del siglo pasado "la integración de diversos rubros del diseño en el espacio arquitectónico" no sólo se enhebraba con tendencias europeas que iban desde el Art Nouveau hasta la Bauhaus, sino que se asociaba en más de un sentido con el movimiento inglés de las Arts & Crafts, cuya línea parece transmitirse a lo que hizo Milo Beretta en la Quinta Vaz Ferreira. Porque no sólo el mobiliario que diseñó sino la herrería, los ornamentos y la decoración de techos y muros se emparentan con la modernidad de aquel movimiento, aunque tomen elementos prehispánicos como base de ciertos diagramas.

TESTIMONIO. Eso, afortunadamente, ha quedado intacto en la casa del filósofo como un despliegue artesanal de notable unidad, que respondió en su momento al espíritu del dueño de casa pero además constituye hoy —47 años después de la muerte de Vaz Ferreira— el único vestigio montevideano en la materia: como ha dicho el arquitecto Gabriel Peluffo Linari en su informe sobre la quinta, un solitario "testimonio histórico de una ideología cultural-regionalista que tuvo su auge en el Uruguay hacia 1920".

Cuando la familia habla hoy de un Museo de Sitio, responde con ello al hecho de que "es el propio lugar, tal cual está estructurado, lo que configura el objeto testimonial a exhibir" ya que la casa escenifica "pautas estéticas y formas de uso del espacio doméstico" que han adquirido la significación de un legado impar, quizás irrepetible.

Más aún, cuando los descendientes aluden asimismo al desarrollo de un Centro Cultural Vaz Ferreira, donde puedan albergarse —como agrega Peluffo— actividades semanales de conferencias, seminarios, conciertos y talleres de diseño, el valor de esa iniciativa consistirá en que "otorgará continuidad de sentido a la propia historia de la casa, que además de motivo para la práctica de un particular concepto de diseño, fue el lugar de tertulias intelectuales de prolongada vida a lo largo de casi cuarenta años del siglo XX". En efecto, como la música era una de las pasiones de Vaz Ferreira, en su casa había reuniones que se celebraban todos los jueves y viernes en torno de alguna grabación o de un instrumentista en vivo, convocatoria a la que respondió un desfile de notabilidades que visitaron la quinta en sus años de apogeo familiar, como Arthur Rubinstein, Eduardo Fabini, Fanny Ingold o Lida Indart.

No sólo la música fue un imán para relaciones ilustres, porque Vaz Ferreira también recibió a colegas y amigos del calibre de Federico Capurro, Juan Zorrilla de San Martín, Enrique Dieste y Jacobo Varela.

Pero Vaz Ferreira supo cultivar otras inquietudes al margen de sus veladas musicales en torno a una discoteca que se ha conservado íntegra: su interés por las aves lo llevó a instalar cuatro enormes pajareras en el jardín, una de las cuales ha sobrevivido, en las que estudió las costumbres de esa fauna, deteniéndose particularmente en los horneros y chingolos. Esos jaulones emergieron entre la vegetación cuyo deliberado desarreglo Vaz Ferreira (y los descendientes) mantuvieron intocado para que el parque envolviera la casa como un tupido muro capaz de preservar la calma en que prefería vivir el filósofo.

Ahora el reto consiste en llevar adelante la restauración y el alojamiento del museo y el centro cultural, metas que deberán alcanzarse ampliando el circuito de patrocinios en una escala que pueda generar los recursos económicos y encauzar el proyecto. El empeño familiar es encomiable, pero el apoyo de otros individuos, grupos, organismos o empresas será decisivo para cumplir con lo que reclama la memoria del hombre eminente que vivió detrás de la fronda de la calle Caiguá.

LA FIESTA DEL PATRIMONIO

En setiembre de 2004, la Quinta Vaz Ferreira se abrió por primera vez al público durante los recorridos del Día del Patrimonio. El único de los hijos del filósofo que sigue con vida estuvo presente y locuaz para contar al caudaloso público que visitó el lugar algunos rasgos y anécdotas del pasado.

Tanto el Dr. Raúl Vaz Ferreira Raimondi, como el resto de la familia, quedaron sorprendidos por el número de visitantes que acudieron ese día.

Perfil

FILOSOFO. Primero se recibió de abogado, aunque ejerció esa profesión solo hasta 1987 cuando obtuvo la Cátedra de Filosofía de la Universidad. Desde ese momento, Carlos Vaz Ferreira dedicó su vida a la docencia desde la cátedra y desde las tres ramas de la enseñanza pública, la primaria, la secundaria y la terciaria. Ejerció diversos cargos docentes, además del de rector de la Universidad de la República en tres oportunidades. Hasta su muerte, fue decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias que él mismo había fundado.

OBRA. "En el Uruguay impregnado de positivismo, introdujo en la enseñanza una postura independiente y abierta, fuertemente criticista y especulativa, condenatoria de todos los dogmatismos de escuela," según se desprende de la vasta y múltiple obra del intelectual de fuste. Sus publicaciones abarcaron "la filosofía pura, metafísica, ética, estética, filosofía de la religión".

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad