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Cuentos

Mariana Enriquez: un horror sin castillos siniestros ni anacondas asesinas, pero que aleja de la zona de confort

El arte de escribir sobre esas cabezas donde se abre el infierno

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Mariana Enriquez, por Ombú

por Mercedes Estramil
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La ola de horror en la narrativa de Mariana Enriquez sigue subiendo, y la relación no sacramental de la argentina con la literatura suma en 2024 este volumen de doce cuentos publicados por Anagrama. La tapa ya es perturbadora: un título seguramente inspirado en el tema de Lawrence Rothman y Son Little (Sunny Place for Shady People); y una reproducción de la pintura The English Bed, del artista chileno Guillermo Lorca, en la que un amenazante y sensual leopardo (o algún otro tipo de félido) lame el pelo de una niña acostada. Vale la pena reparar en las miradas del animal y de la niña hacia el espectador, plenas de un significado ambiguo que tanto connota peligro como complicidad. Cuando este libro se reedite esa portada podrá o no cambiar, pero en cada cuento de Un lugar soleado para gente sombría va a seguir estando esa condición indeterminada y turbia que lleva al lector al corazón del verdadero horror, a lo inadmisible e inexplicable.

Abandonos y olvidos. Hay un horror que no vamos a encontrar en Mariana Enriquez (n. 1973): ni siniestros castillos góticos, ni colores que caen del cielo, ni anacondas asesinas ni alienígenas. Aquí el mal no está anclado a los tópicos de la arquitectura o la geografía terrestre ni al espacio exterior. Tiene más que ver con la historia, individual y colectiva, y con el modo de procesarla, desde el recuerdo o el abandono. Es un horror que no nos aleja de la zona de confort, sino que muestra la parte de esa zona que no se quiere ver; la muerte de los seres queridos, la propia, la enfermedad física, el deterioro de las virtudes, la locura, la indiferencia. Quizá por eso no parece tan horror en la primera lectura, la anecdótica, la que quiere saber o enfrentar el final. En “Mis muertos tristes” una médica de sesenta años es visitada por el fantasma de su madre muerta, una irrealidad (o realidad psicológica si fuera otro tipo de relato) que en parte se normaliza cuando otros muertos aparecen: chicos asesinados, víctimas y victimarios de actos delictivos. No son retornos inocuos (ya no lo eran en otros relatos similares de Enriquez de Las cosas que perdimos en el fuego, 2016) sino que están al servicio de una mirada crítica, como el último y más delirante escalón de bajada de una sociedad inmersa en la inseguridad, el crimen, el deterioro económico, la crisis de valores y de mitos que —aunque discutibles— la sustentaban. Esto es interesante porque mientras hace horror, Enriquez no se olvida de la realidad del noticiero y del barrio: los bares que cierran, los trenes que no vuelven a pasar y liquidan pueblos enteros, los empleados que piden aumento, los piqueteros, los despedidos, los rehenes de sistemas de salud perimidos, los emigrantes y sus dobleces morales, etcétera.

Nada de lo que cuenta es ajeno a la realidad rioplatense, y aunque la mayoría de los relatos se ambientan en Argentina, un par cruza fronteras y uno llega hasta Uruguay. “Julie” es la historia de dos familias emparentadas: una se fue a Vermont y la vida del emigrante en Estados Unidos estuvo bien mientras Julie no enfermó; la otra es la familia que se quedó (soportando las crisis) y que ahora recibe a los emigrados que no pueden costear el tratamiento médico gringo y buscan la gratuidad solidaria del local. Eso es horror. Que Julie tenga sexo con espíritus también y que en Nueva Helvecia o Colonia Suiza exista una filial del grupo ocultista The Marjorie Cameron Church in the Desert (un saludo literario a la Marjorie Cameron real) más que horrorífico es improbable. Los Estados Unidos también están presentes en el cuento que da título al libro, inspirado en un sonado y abierto (o cerrado a fórceps) caso policial de 2013: el descubrimiento de una chica muerta dentro de un tanque de agua del hotel Cecil en Los Ángeles. El relato de Enriquez presenta a una narradora periodista que quiere indagar en ese caso y viaja a esa ciudad, busca conexiones, alimenta recuerdos. Si la inconclusión es parte del horror cotidiano, Enriquez le saca partido en este y en otros relatos sin solución, diluidos en misterio.

Memoria y culpa. La dictadura reciente, la “grieta”, el descalabro de Argentina como promitente país primermundista, también están presentes en estos relatos que bordan y bordean el concepto del Mal. Si uno no los lee como historias para tener miedo puede encontrar aquí ensayos de realidad. El drama del cuerpo herido, abusado, violado (por hombres y por sistemas), la somatización del trauma recibido e infligido, circulan con una precisión quirúrgica y sin falsos buenismos. El cementerio de heladeras del cuento homónimo, en el que dos adolescentes cometen un crimen por omisión de asistencia (y un poquito de maldad) es visitado treinta años después por una mujer que reconoce que “el trauma se puede ocultar detrás de migrañas ficticias, cansancio y malhumor”. Los voluntarios de una ONG en “Ojos negros” (soberbio cierre del volumen) ayudan a gente que vive en la calle pero no dan la vida por ellos porque darla quizá sería literal. Frente al mal, la ingenuidad pierde.

La capacidad de Enriquez de generar horror y repulsión en el lector tiene como aliados el poder persuasivo de sus imágenes y el miedo escaso o generoso de sus personajes, que aceptan, normalizan o negocian las situaciones más tremendas. A una chica se le pudre la piel y cría gusanitos; a otra le sobreviene parálisis facial y se le van cerrando los orificios de la cara; otra se injerta en la espalda un mioma extirpado del útero; un artista de pueblo chico parece gusano y toma teta de una vieja; tres vendedoras de ropa sufren en el cuerpo el maleficio de prendas malditas. Más allá del disfrute de leerlos, de saborear la prosa intensa pero también saludablemente descuidada de Enriquez, estos relatos dejan puertas abiertas. Y en materia de horror la más mínima rendija de apertura es una promesa de más. No queda duda de que el horror está en nosotros, en el ayer no resuelto, en el mañana incógnito, en la vejez, en las despedidas, en el latente cáncer, en la psicopatía, en cada infierno privado.

UN LUGAR SOLEADO PARA GENTE SOMBRÍA, de Mariana Enriquez. Anagrama, 2024. Barcelona, 219 págs.

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