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Trece consejos para tener una muy mala biblioteca

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Jorge Orlando Melo

Desde Colombia, con amor

Para que una biblioteca sea realmente mala y no promueva la lectura, hay que aplicar a rajatabla estas ideas.

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No es fácil que una biblioteca sea realmente mala: unos buenos libros, aunque estén perdidos entre un mar de textos escolares, pueden ser suficientes para abrir a sus lectores posibilidades maravillosas. Sin embargo, si uno se esfuerza un poco, puede lograr tener una mala biblioteca. Umberto Eco, en “De biblioteca”, señaló alguna vez los rasgos que debía tener una biblioteca académica que quisiera ser excelente en su maldad. Las recomendaciones que siguen tratan de dar unas ideas parecidas.

Uno.

Cambie el bibliotecario con frecuencia. Si usted nombra el bibliotecario, cámbielo siquiera cada año. Así no llega nunca a conocer bien la colección y se evita que aprenda a promover la lectura, que conozca bien a los lectores y sus hábitos y en general que preste un buen servicio.

Dos.

Preocúpese por los edificios y los muebles, y no por los libros. Lo importante es que la alcaldía o el gobierno den dinero para construir un edificio nuevo, o para tener cabinas y cubículos para la lectura. Los recursos para comprar unos cuantos libros nuevos al año, unas películas o unos discos de música no tienen mucho interés. Y ojalá los edificios sean bien complicados: las bibliotecas que tienen sólo una sala general, una sala de niños y una o dos salas más para reuniones y talleres hacen más difícil tener una mala biblioteca, pues el bibliotecario se da cuenta de todo lo que pasa y los lectores encuentran todo a la mano.

Tres.

No deje que los lectores se interesen por los libros y desordenen la biblioteca. Cuando los lectores pueden hojear y buscar libremente los libros, acaban desordenándolos. Es preferible que los libros estén en un cuarto separado o detrás de un mostrador y que tengan que pedir el libro que necesitan. Si no saben qué libro necesitan, mejor, pues así los usan menos y hay menos riesgos de que se pierdan, se deterioren o se gasten. No ponga los libros nuevos a la vista, no haga muestras de libros interesantes o para un público especial. Deje que los lectores mismos averigüen lo que quieren leer.

Cuatro.

Promueva la lectura mostrando que es aburridora, un verdadero castigo que hay que soportar para que a uno lo dejen hacer lo que es divertido. La mejor estrategia es hacer que la lectura sea la condición que hay que cumplir si uno quiere hacer algo realmente agradable. Las madres lo han perfeccionado: “Si no te lees este libro no te dejo ver la telenovela”. Siguiendo este ejemplo, no se permitirá ver películas sino a los que hayan pasado por la tarea de leerse un cuento.

Cinco.

Complíqueles la vida a los lectores. Pida documentos para entrar a la biblioteca, y recomendaciones y fiadores para prestar libros. No permita que lean en el patio, bajo los árboles, en el suelo: lo mejor es tener cubículos individuales de los que no se puedan mover. Divida la biblioteca en muchas salas distintas, para que las revistas y periódicos no estén junto a los libros ni las enciclopedias, para que los computadores donde se consulta Internet no puedan usarse para comparar lo que está en un libro, para que las películas haya que verlas en un sitio diferente, y así los lectores tengan que caminar y hagan ejercicio. (Además, esto promueve el empleo: se necesitan más empleados para vigilar todas las salas). Cambie los horarios con frecuencia o cierre la biblioteca por cualquier motivo; sobre todo, ciérrela para tener tiempo de hacer informes bien largos para la administración pública. No abra los sábados ni domingos, ni al final de la tarde, pero abra a las 8 a.m. los lunes, cuando nadie venga a la biblioteca. Abrir de 12 del mediodía a 8 p.m. puede hacer muy fácil que la gente que trabaja o estudie venga a la biblioteca y le complicará la vida. Haga actividades que no dejen leer a los que quieran hacerlo: haga la hora del cuento para niños, o el taller de dibujo, en la misma sala de lectura de niños, de modo que los que quieran seguir leyendo no puedan hacerlo. Invente toda clase de talleres que no tengan nada que ver con la lectura.

Seis.

No preste libros. Si usted deja que se lleven los libros a la casa, van a terminar aficionándose a la lectura y de pronto interesando a otras personas. Y si presta, ponga trabas: demore la entrega del carné, no preste más de un libro a la vez, no preste los libros sino por cinco días.

Siete.

Tenga pocos libros. La regla principal para tener una biblioteca mala es no tener plata para comprar libros nuevos y depender únicamente de los regalos de las entidades públicas. Pero si tiene plata para comprar libros, compre en primer lugar enciclopedias, que sirven para averiguar datos inútiles pero raras veces promueven la lectura. En segundo lugar, es preferible comprar muchas copias de cada libro. Así, si hay con qué comprar trescientos ejemplares, en vez de comprar trescientos títulos diferentes, es preferible comprar tres copias de cien títulos. De esta manera la catalogación es más fácil, nunca habrá un lector incómodo porque el libro que quiere leer está prestado o lo está leyendo otra persona. El hecho de que los lectores no encuentren los doscientos títulos que no se compraron no importa, pues como no están en el catálogo, sólo uno que otro se dará cuenta de que hacen falta. También puede argumentar para sostener esta política que si se pierde un ejemplar siempre estará otro disponible: nadie le preguntará por los doscientos que no están disponibles. Por último, no compre los libros sino una vez al año, en un solo pedido: así logra que buena parte del material interesante esté agotado y se ahorra la compra; además, evita darles el gusto a los lectores que quieren leer los libros cuando acaban de salir.

Ocho.

No tenga computadores, ni películas ni música. Mantenga una visión clásica de la biblioteca: lo único que debe tener son libros. En los computadores los lectores se ponen a mirar su correo o entran a páginas inadecuadas; las películas y la música no tienen que ver con la verdadera cultura: son puro entretenimiento.

Nueve.

Haga de la biblioteca un apéndice, y no un complemento del trabajo escolar o académico. Que la biblioteca tenga muchos textos escolares o universitarios y pocos libros distintos, para que los estudiantes no vayan a perder el tiempo con cosas que no les piden sus maestros.

Diez.

No tenga libros sobre temas difíciles. La biblioteca no debe tener libros que critiquen el gobierno o la religión, ni que hablen de sexo. Así evita problemas.

Once.

Trate de tener pocos libros inútiles o extranjeros. Los libros para tareas de estudiantes o consultas útiles de los adultos sirven mucho. Es mejor tener pocas novelas, poca poesía, pocos libros de juegos, diversiones y trabajos manuales. Promueva los escritores locales, para que la gente no pierda el tiempo con escritores extranjeros: entre Shakespeare, Tolstoi, Faulkner y los escritores locales, escoja siempre a los autores locales. Se lo van a agradecer.

Doce.

No valore la capacidad de sus lectores. Tenga a mano frases como: “¿Y a quién se le ocurre que en este pueblo alguien va a leer a Aristóteles?”; “Las novelas de Balzac ya pasaron de moda: que lean a Corín Tellado”; “Lo que la gente quiere son horóscopos y libros de autoayuda”.

Trece.

Invente muchas reglas, y cámbielas con frecuencia. No hay que olvidar mantener un buen conjunto de prohibiciones: no se puede entrar a la biblioteca sin estar calzado (muy útil en los pueblos de la costa); no se puede entrar con cuadernos sino con hojas sueltas, no se puede cambiar de puesto de lectura, no se pueden tomar fotografías de las páginas (se pueden permitir, pero con flash, para que molesten a los lectores).

Ironía

Este texto irónico es de 2006, cuando Jorge Orlando Melo participaba de las reuniones del Ministerio de Cultura de Colombia promoviendo el Plan Nacional de Bibliotecas, adoptado en 2002 y que se desarrolló hasta 2018.

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