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Qué tan cerca estamos de cometer un crimen, se pregunta Cecilia Ríos

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Cecilia Ríos
Cecilia Ríos.
Foto: Archivo.

Novela policial

La versátil e inquieta escritora uruguaya explora ese lado oscuro del ser humano.

Los libros, en el mejor de los casos, hacen preguntas. Puede pasar que durante el transcurso de una lectura las esquivemos para no pensar en las respuestas. También puede no gustar hacia dónde conducen. Según la fuerza con la que el autor logre robustecer el delicado pacto entre nosotros y la historia, la ficción insiste en ayudarnos a depositar en los personajes cierto grado de identificación o de rechazo, si es que alguna de esas variables logra activarse. Así y todo, hay preguntas que es mejor no hacerse, otras aparecen solapadas, subyacen en el texto, emergen de repente o tardan en llegar, días, años, o quizás nunca. “¿Qué se precisa para cruzar el límite entre conocer y no conocer a alguien?”, dice el narrador de la nueva novela negra de Cecilia Ríos (Montevideo, 1959), titulada Apenas lo conocía. O mejor: qué tan cerca se está de cometer una acción de la que nos arrepentiremos; qué tan lejos estamos del accidente, del error, del doblez en la conducta; qué tan impredecibles pueden ser las cosas para que algo (o alguien) nos lleve a cometer un crimen.

Apenas lo conocía tiene como protagonista al teniente oficial Leocadio Rivero, nombre escogido en honor al escritor y poeta Elder Leocadio Silva Rivero, conocido como Elder Silva (1955-2019), a quien en una sentida nota final la autora dedica este libro. Este es el segundo proyecto de novela policial de la autora, ya que su primer mojón dentro del género lo tuvo con Volver de noche (2019), texto ambicioso en clave de ejercicio metaliterario con el que recibió el Premio Lussich (2017). Antes había publicado la colección de cuentos Sigiloso dinosaurio (2011); incursionó luego en la poesía con el extenso poema Crecida (2017) que le valió una mención en el Premio Onetti de 2016, y más tarde regresó al cuento con la flamante aparición de No fumes ni vayas a la guerra (2019), galardonado con el Premio Narradores de la Banda Oriental en 2018. Es una escritora inquieta y versátil que trabaja con múltiples registros expresivos.

Preguntas. Motivaciones. Incluso aquellas personas que se encuentran fuera del universo criminal pueden desarrollarlas y lograr que su vida, y la de quienes los rodean, cambie de un momento a otro. Es que los personajes de Apenas lo conocía no tienen propensión al crimen; se trata de gente común y corriente, gente bien. Rivero, nuestro investigador-héroe en este asunto, es humano, hasta demasiado humano para afrontar la complejidad de un caso que debe resolver en apenas seis horas de trabajo, para luego presentar su investigación en un lacónico informe: la vida y la muerte resumidas en un mero trámite administrativo. Rivero escribe, hace preguntas y el comisario Pereira lo edita, lo obstaculiza, lo pone a prueba. Rivero es un policía que intenta hacer lo mejor posible, siempre: “La idea de que una vida —aún la de un pobre tipo— ha desaparecido a causa de un criminal impune altera su respiración, le trae sudor y temblores”. No puede hacer a un lado las “las emociones que (le) despierta la injusticia”. Rivero es un aprendiz que se involucra con la tarea, que va hasta las últimas, no sin darse alguna “diversión esporádica”.

Está metido en un caso que involucra a una persona envenenada, Roberto Arias, alias el Boti, cuyo pasado lo conecta al negocio (mercado negro en realidad) de autos robados en la frontera de Livramento-Rivera. Es un desguazadero. A Rivero no le cierran las cuentas, no cree que la muerte haya sido casual, ni mucho menos. Eso pone en el tapete otras reflexiones que la novela proyecta: la desaparición violenta de una persona es algo trágico, algo que en la actualidad puede ser tomado como normal. Cuando alguien muere sin motivo aparente, de la nada, zas, te llegó la hora y no zafaste, ¿a quién le importa? Esta circunstancia espantosa evita que el destino de la víctima sea explícitamente triste para sus allegados, se les priva de explicación, o bien la saben pero la ocultan, y allí aparecen otra vez las motivaciones.

Por ejemplo, las de Maite (novia del difunto), las de Lucía Helder (su amante), las de Raúl Arias (hermano), o las de Emilio Helder (esposo de Lucía, el sufrido), y otros personajes que orbitan cada vez más lejos del envenenado pero que aportan datos para que Rivero ate cabos o los desate, porque es bueno aclarar que no está solo en su investigación: “en su cabeza sonaban voces de distintas personas y con ellas se sentía acompañado”. Esas voces, que conviven día a día con Rivero pero que no parecen influir en la resolución del caso, se constituyen como audiciones privadas, voces en off a las que el lector tiene acceso exclusivo (como a un podcast en Spotify) y que alternan en cursiva con el discurso del narrador, un lado B de la historia, una confesión de partes, algo parecido a la felicidad que tendrá el lector cuando, en determinado momento de la historia, sea el único que lo sepa todo.

APENAS LO CONOCÍA, de Cecilia Ríos. Hum, 2022. Montevideo, 161 págs.

Ahí empezó todo (extracto de la novela)

—(Roberto) Era un muchacho tranquilo, le gustaba el fútbol, las carreras de bicicletas y autos, pensábamos que sería un buen mecánico, hizo un par de años en UTU. Se había empleado en un taller grande, tenía futuro. La gente preguntaba por él, pedía que le arreglara el auto. Después apareció un gerente y lo sacó del taller, le dijo que tenía buena pinta y podía irle mejor si se dedicaba a vender partes. Y ahí empezó todo.
Ese ahí empezó todo remite a un momento de tristeza, de pérdida, tan doloroso como la muerte. Rivero espera que el silencio de su parte invite al otro a dar detalles de ese todo. Teme que sus palabras rompan el discurso evocativo de ese hombre tan cercano al muerto, pese a las desavenencias. (...)
De niño estábamos siempre juntos; al crecer él cambió y al final apenas lo conocía. Antes de irse a Montevideo se vino a despedir. Vino acá al taller, yo estaba adentro. No quería salir, no quería hablar con él y fue el patrón el que me dijo que si no lo hacía me podía arrepentir. Tuvo razón porque nunca más lo vi. Le dije que se cuidara, que si quería volver a trabajar de mecánico yo lo ayudaba, que en Montevideo no se metiera en nada raro. Fueron dos o tres palabras, era en horario de trabajo. Me dio un abrazo sin cuidarse porque yo estaba con el mameluco y se le manchó la campera.
Hay un límite entre la declaración y la confidencia, un punto a partir del que se abren compuertas clausuradas y afloran deseos inadvertidos. Es la senda irreverente de las emociones que nada agregan, más bien dificultan la resolución del caso. Rivero entiende que la conversación ha terminado; no quiere escuchar intimidades, debe centrarse en los datos concretos que lo acerquen a la verdad.

(tomado de Apenas lo conocía, de Cecilia Ríos)

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