Publicidad

Con Mercedes Estramil: "El cinismo aporta lucidez"

Compartir esta noticia
Mercedes Estramil

La autora de "Mordida"

La escritora uruguaya cree que "no todos los escritores que están vivos, están vivos".

Cuando fui a ver a Mercedes Estramil (Montevideo, 1965), pensé que iba a ser duro. La había visto declarar en un par de entrevistas y su manera de responder era breve y directa, como si tuviese que estar en otro lado. Por suerte mantuvo su estilo, pero lo que cambió fue que no la invité a contestar, sino a conversar.

Principiantes

—Repasando tu bibliografía veo que hay un poemario inédito.
—Sí, y va a seguir así, forever.

—Arrancaste por la poesía.
—Casi todos arrancan por ahí. En realidad empecé por narraciones cortitas que no me satisfacían, luego con la poesía (Ángel sólido, 1994), e incluso hay otro libro posterior, también inédito, que se llama Alfabeto negro. Pero dejé rápidamente hasta retomarla, vía amistad con Álvaro Ojeda, en Lennon & McCartney.

—¿Qué tal ese proyecto?
—Estuvo bueno, fue un ejercicio diferente. Con Álvaro tenemos una larga vida de caminatas hacia los boliches y en una de esas charlas surgió la idea. No nos juntamos para escribir, fue todo por compu. Él escribía algo, luego yo, como siguiéndonos un poco en la misma línea. Nos pareció que podíamos formar un poemario en conjunto y lo hicimos.

—A cuatro manos, un mismo texto.
—Totalmente. Lo bueno es que no se sepa quién escribió cada cosa. Igual hay marcas.

—Me hace acordar a los Sonetos a dos (2009), de Francisco Tomsich y Horacio Cavallo. Son formatos raros, inclasificables, que también los hace invendibles.
—La poesía es invendible.

—Bueno, ja ja.
—No pongas eso como título de esta entrevista.

—Luego aparece Rojo, y ahí comienza tu novelística. No puedo decir nada porque no la leí.
—¿Jugás canasta?

—No.
—Si jugás canasta lo vas a entender mejor. Va por ahí.

—¿Y después? Hay una pausa de casi 13 años hasta Hispania help (2009).
—Sí. Es mi libro amado. Trata de una muchacha disconforme con su destino que quiere viajar a España pero no lo logra.

—Bien. Ahora repregunto, ¿qué pasó en ese impasse? Tal vez dijiste ‘la escritura no es lo mío’.
—Y... pasó el tiempo. Escribía cuentos pero me dediqué a otras cosas. Trabajé y además faltó la llama creativa. Esas cosas pasan, y conviene no hacerse demasiado problema por ellas.

—Muy bien. Esa novela te reactivó y luego apareció Irreversible (2010), que te puso en órbita de nuevo.
—Sí, a Hispania help la venía laburando y no me costó mucho escribirla. Le tengo un cariño especial, además.

—Tal vez porque es la novela del come back.
—Exacto, puede que sí.

Si querés leer, leé

—A nivel general, tus novelas son de corto aliento.
—Tengo esa respiración, sí. Están comprimidas. También mis cuentos tienen un tamaño reducido.

—Ahí te entiendo más porque es un género que requiere otra artesanía.
—No me sale un relato largo de cuarenta páginas, por ejemplo.

—Una cosa que me gusta mucho de tus narradores es que hacen preguntas y discuten a los protagonistas.
—La figura del narrador para mí es fundamental, es cierto.

—También hay pocos diálogos.
—Sí, es re difícil hacer diálogos. En eso veo un cambio en la nueva generación de escritores y es que hay más facilidad para crearlos. Para hacer diálogos tenés que soltarte, y capaz que uno viene con una carga grande de miedo al clisé, o de resultar superfluo. Eso provoca un freno y no se utiliza el oído como debería. Todas las frases tienen que sonarme bien, sino no las pongo.

—Está bueno eso. Las redes sociales y las aplicaciones de mensajería nos hacen conversar más también. Estamos más proclives que nunca a generar diálogos, a abrir el chat.
—Totalmente.

—En tu caso, tenés una prosa muy controlada. Usás pocos personajes y trabajás duro con ellos.
—Sí, es verdad. No lo pienso demasiado pero es cierto, tiene algo que ver con cómo es uno también.

—En Irreversible me pasó algo con el narrador, y es que parece estarnos diciendo: “si querés leer, leé, y si no querés leer, me da igual”.
—Puede ser, sí. Igual yo lo veo por el lado de que no insistir es atraer. Es la búsqueda del desapego en la literatura. No me acuerdo quién lo dice, pero una vez leí en un decálogo algo así como que si querés causar en el lector determinada sensación, tenés que inducirlo y no mostrarla vos. Si querés que el lector llore, no llores.

—Washed Tombs atrajo más a los jóvenes, ¿no?
—Sí, capaz que por lo zarpado del argumento.

—Y además porque el narrador se toma atrevimientos que pueden entenderse como mensajes críticos fuera de la ficción.
—Los escritores siempre metemos bajada de línea. Tratás de que el personaje sea lo más fiel a sí mismo, pero también es cierto que tiene un porcentaje importante de vos. Tenés que dejar en claro que las cosas no son exactamente como parecen, entonces se complejiza. El tema del feminismo, por ejemplo, es algo con lo que no hay necesidad de definirse. Es una exigencia desde el afuera y hay cosas que son indefinibles. Uno no quiere etiquetarse o que te encasillen. Si yo digo que soy feminista, la etiqueta va a ser interpretada por las infinitas maneras de entender el feminismo, como que adhiero a algo puntual y eso no es así. La etiqueta confunde y homogeneiza todo, y no es por ahí.

—Claro. De repente hay una intención más marcada en el lector de leer horizontalmente la obra con el autor.
—Hay que transversalizar más. Se lee mucho desde el eslogan, y si lo hacés así estás perdido, porque está todo flechado.

—Creo que eso le pasa a veces al lector común.
—¿Al lector común o al escritor embanderado?

—Ja ja, buen punto. Por otra parte, se percibe una crítica hacia la literatura nacional. En Irreversible el personaje de Irene dice: “Ser escritor en el Uruguay solo puede ser un chiste”.
—En el momento en el que escribo trato de no pensar mucho en eso. Hay que dejar que el mundo de la escritura sea el mundo de la escritura.

—Sos pícara.
—Las mayores verdades se dicen riendo.

—Hay mucho de eso en tu literatura.
—Los personajes liberan partes de uno que comúnmente uno trata de tener contenidas.

—Entre un chiste y una crítica hay medio centímetro.
—Casi siempre es así.

—Al menos así podemos interpretar el Concurso Mortuorio Nacional, en Washed Tombs. Ahí se abandona la zona del chiste y se critica al sistema literario.
—Obvio, es una metáfora graciosa: no todos los escritores que están vivos, están vivos. No toda la literatura que se publica está viva tampoco. Igual soy bastante cínica.

—Ja ja, sí, por suerte.
—El cinismo te aporta cierta lucidez o te hace creer que la tenés.

—Claro.
—Creo que hay demasiada literatura y como que llega un punto en el que todo el mundo quiere ser escritor. Está lleno, y creo que a veces no sé si se plantean realmente en qué consiste el esfuerzo. Falta un poco de autocrítica también y se publica mucho. Pero ojo que no hablo de nadie en particular, solo digo que hay algo serio en escribir y que hay mucha gente que lo banaliza.

—En Washed Tombs, Jennifer es una divorciada bastante heavy. ¿Cómo hiciste para construirla así, tan temeraria?
—Desde la ira, desde el desasosiego. Está despechada desde varios lugares, desde lo profesional, lo afectivo, todo.

—Se la banca.
—Es fuerte, sí. Te iba a decir “resiliente”, pero tanto esa palabra como “empoderada” no me gustan.

—“Sueno exactamente como una divorciada. Así se cuenta la historia”, dice Jennifer.
—Es una frase hecha. La dicen mucho los hombres también.

—¿Sí? Acuso recibo. Por otra parte, en esta novela me encantó la noción de que los autos hablan por las personas. Hay diversas formas de conocer a los otros, a través de sus casas, de sus autos.
—El auto es una continuidad. Las cosas dicen, también.

—Los oficios de tus personajes son importantes, y se aprecia el interés que le dedicás.
—Trabajé en una licorería durante 32 años, hasta 2017. No me gustan las ocho horas. Hay que moverse, y creo que eso es necesario para un escritor: la oficina te mata. Me preocupa mucho el tema de sus trabajos. El trabajo es una faceta que ocupa la mayor parte de nuestras vidas. Es a lo que te dedicás. A veces perdemos la vida en trabajos que no nos interesan y la ficción te da la oportunidad de resarcirte, creando otra voz que tenga trabajos más interesantes.

—Si tuvieras que definir el negocio que se plantea en Washed Tombs, ¿qué dirías?
—Que es una chantada.

—Ja ja.
—Es un no aceptar la muerte. La tenés que disfrazar. Solo en la escritura se pueden decir algunas cosas.

—A su vez, en tus novelas hay un Montevideo (o un Uruguay) que no se parece.
—No es la idea. Es más, nunca había ido a un pueblo del interior antes de escribir sobre un pueblo del interior, como pasa en Irreversible.

Juegos de guerra

—¿Qué podés decir de tu último trabajo, Mordida?
—Que Christian es el único de mis personajes que tiene certezas. Los demás no, por eso el azar los gobierna. Con Christian es diferente. Él tiene un credo. Es un personaje que me atrajo mucho y una opción era seguir toda la novela desde su punto de vista.

—Y qué pasó.
—No sé si me hubiera servido emocionalmente seguir con ese personaje. Eso lo tenés que ir manejando, porque te metés mucho en lo que escribís. Tenía que dejarlo.

—Christian es una bomba de tiempo, además.
—Sí.

—Pero no lo vemos explotar.
—No explota.

—Claro, a mí como lector me faltó ese momento.
—Qué suerte que no te lo di, que lo corté.

—Ja ja. En tus textos hay un gran manejo de la espera, de la ansiedad y de esos ritmos. Qué mostrar, qué cortar.
—Me encanta haber provocado eso.

—Los personajes de Mordida no dependen de sí mismos, sino de algo más que los oprime.
—Incluso Christian.

—Exacto.
—Debés ser la primera persona que me habla bien de Christian.

—No alcanzo a hablar bien, empatizo.
—Claro, eso es lo que el escritor quiere, que odies pero que empatices. Está demás. Fue difícil escribir este libro, en cierto sentido. Primero porque rompí con la estructura tradicional. El hecho de que hubiera otras voces era algo nuevo para mis novelas, entonces tenía la idea del comienzo y del final, pero no lo que iba a pasar en el medio. También tuvo un trancazo, tuve dos meses en los que no escribí nada.

—Mirá, y ¿a qué se debió?
—A que lo sentía demasiado negro, demasiado opresivo. Por eso no hubiera podido seguir con Christian.

—El narrador a veces es piadoso con él. Sus matices ayudan a lograr esa empatía que te decía.
—La escritura tiene mucho de juego de guerra, en el sentido de que está el disfrute, pero también se va algo, se entrega algo. Por eso lo que te decía de aquellos que entran a la literatura solo “para”. Se pierde una parte importante del proceso. Si leés desde el yo —porque la gente lee demasiado desde el yo—, podés sentirte tocado en algo que tal vez no te quiso tocar.

—“Todos queremos ser amados por lo que somos, pero ¿qué somos?”, nos dice el personaje de Tamara.
—Es una gran pregunta. Creo en la confabulación del cosmos para casi todas las cosas.

—Para tus personajes también.
—Sí. Nadie puede juzgar, ni tampoco ser juzgado.

Poesía, cuentos, novelas

Mercedes Estramil realiza talleres, da clases en la ORT y en el Club Biguá. Escribió las novelas “Rojo” (1996), “Hispania help” (2009), e “Irreversible” (2010), así como el volumen de cuentos “Caja negra” (2014) y un conjunto de crónicas al que llamó “Iris play” (2016). Más tarde publicó “Washed Tombs” (2017, premio Bartolomé Hidalgo, 2018), y “Lennon & McCartney” (2018, poemario a dúo con Álvaro Ojeda), para regresar a la novela en su último trabajo, “Mordida” (2019).

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad