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Historia uruguaya en fotos

La era de la tarjeta postal: cuando las imágenes enviadas por correo eran consuelo y esperanza

Del acervo del coleccionista Carlos E. Martínez llega una época donde las postales eran el twitter de hoy

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Calle General Artigas, Salto (tarjeta postal)
(Colección Carlos E. Martínez)

por Juan de Marsilio
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El Dr. Carlos E. Martínez (1962), abogado uruguayo egresado de la Harvard University y residente en Nueva York, se dedica a la cartofilia, es decir, al coleccionismo de tarjetas postales. Su acervo supera los veintidós mil ejemplares, y de él se han tomado los materiales para los libros Fotógrafo de las olas de Punta del Este: Jesús Cubela Núñez, 1863–1925, de 2018, Montevideo ¡Qué lindo te veo!, de 2020, y al cierre de lo que el editor Álvaro J. Risso califica como una trilogía involuntaria, el libro Como el Uruguay no hay, de 1923.

Interesantísimo y grato en lo visual, este último libro es también un valioso aporte para la comprensión de la historia nacional por parte del lector común, gracias a los trabajos introductorios de Carlos, E. Martínez, Ana Ribeiro, Juan José Arteaga y Gerardo Caetano.

Tarjetas. En el texto introductorio, el Dr. Martínez hace una clara, prolija y amena historia de edición y circulación de tarjetas postales, tanto en el mundo como en Uruguay. Historia que es rica y vertiginosa, pues la idea de la postal surge en la década de 1860, comienza a ejecutarse en la siguiente y se uniformiza al crearse en 1874 la Unión Postal Universal, a la que Uruguay adhiere en 1882.

La tarjeta postal se generalizó muy rápido en el mundo y en el Uruguay. De diversas calidades —las mejores impresas y coloreadas en casas del rubro alemanas, en blanco y negro las más humildes— las postales uruguayas se asocian a distintos fenómenos sociales: la inmigración, el turismo —interno o extranjero— o el dar noticias de la familia o la actualidad, incluidas las guerras civiles, a orientales residentes en el exterior. Eran el modo rápido de comunicarse, pues la tarifa de envío era mucho menor que la de las cartas, el envío de telegramas era caro y el teléfono era un lujo que pocos se podían dar. Acierta Martínez al calificarla como el twitter de fines del siglo XIX y principios del XX.

Salvo por algunas postales de la Guerra Civil de 1897, el período abarcado en este libro va de 1900 a 1929, es decir, entre el cambio de siglos y la crisis de Wall Street, sin olvidar que en nuestro país el año 1929 está marcado por el fallecimiento de Don José Batlle y Ordóñez. Entre otras cosas, el período incluye la última guerra civil, la primera reforma constitucional, la Ley de Divorcio, la separación entre Iglesia y Estado, el llegar a ser más de un millón de uruguayos, la Primera Guerra Mundial y la Revolución Soviética, entre otros muchos sucesos.

Para apreciar lo que el período implica, en un país que estaba, con razón, orgulloso de sus logros, pero en el que quedaba mucho por hacer, conviene citar al Presbítero Dámaso Antonio Larrañaga en su “Oración inaugural” de la primera biblioteca pública montevideana, citado por Ana Ribeiro en su trabajo introductorio a la parte fotográfica: “Las necesidades dijo son inmensas. ‘Hay que abrir caminos, elevar calzadas, construir puentes, hacer canales, poner compuertas, limpiar vuestro puerto, rehacer el muelle, fabricar arsenales, fortificar el recinto, traer aguas potables, levantar planos, distribuir la campaña. Secar pantanos (...)’. Este libro, que compila postales enviadas un siglo más tarde desde ese territorio ya convertido en estado nación, da cuenta del camino trazado en 1816 por el Padre Larrañaga. Lo hace con detalles que no ocultan el orgullo por todo lo conseguido ni lo mucho que aun faltaba, ni cuánto se escondía aun en lo más alejado del lente fotográfico”.

Del mismo modo que muchas de estas postales retratan bellos paisajes, ciudades y comercios que progresan, no pocas de ellas enfocan la guerra y la miseria rural y suburbana.

Inmigrantes y criollos. Una de las funciones de la postal era que los inmigrantes compartiesen con los familiares y amigos que habían quedado en Europa sus experiencias en el Nuevo Mundo. Podía ser una madre que vivía en una casucha de un pueblito, tanto da si de Italia o de Polonia, para que el hijo le mostrase que vivía en una ciudad pujante, moderna y próspera como Montevideo. Era todo un consuelo y una esperanza para los que estaban lejos (bastaba con no contar que se vivía en un conventillo destartalado). Pero también el mundo criollo se mostraba en postales, con fines diversos: revelar el orgullo bélico y partidario con el que se iba a la guerra tras el caudillo, retratar las costumbres paisanas de un mundo que se iba, pero también mostrar el arribo del progreso a nuestros campos, a un ritmo mucho más lento que el de la ciudad.

Tanto el trabajo de Ana Ribeiro como el de Juan José Arteaga abordan el contraste entre el pujante desarrollo edilicio y social en las ciudades, durante el batllismo, y el atraso y la miseria rurales, sobre todo en los rancheríos que bordeaban las estancias, con sus viviendas insalubres y sus habitantes a la espera de alguna “changa” zafral que no siempre llegaba. No se trata sólo de la oposición entre disciplinamiento y barbarie, estudiada por el Prof. José Pedro Barrán, aunque eso también puede verse en varias de las postales. Y aunque hay postales de campo que muestran un dulce y nostálgico pintoresquismo criollista, lo central del asunto es que hubo fotógrafos que se atrevieron a enfocar la miseria y hubo quien la plasmó —tal vez sin ser del todo consciente del documento que dejaba para el futuro— imprimiéndola en postales. Esto importa porque esa miseria rural trascendió al período abarcado en este libro. Ribeiro y Arteaga citan un libro clave sobre este asunto, Detrás de la ciudad de Juan V. Chiarino y Miguel Saralegui, publicado en 1942, en el que se acusa a Montevideo de darle la espalda al campo y a su miseria. En palabras de los autores: “Mientras tengamos tras la magnificencia dorada de la gran ciudad, el campo aislado, inaccesible, desprovisto y pobre; mientras acumulemos el hormigón y el granito en avenidas y ramblas urbanas y dejemos los pantanos desalentadores en los caminos rurales; mientras electrifiquemos las urbes y dejemos extensiones enormes sin ferrocarriles y comunicaciones; mientras levantemos gigantescas ciudades hospitalarias y dejemos kilómetros y kilómetros sin otro recurso que el curanderismo por carencia de servicios médicos; mientras hagamos ‘parques escolares’, grandes Liceos y Facultades monumentales, y tengamos las Escuelas lejanas y escasas en ranchos oscuros y carezcamos de un número adecuado de Escuelas agrarias, mientras acumulemos la riqueza creada por la producción en muestrarios vanidosos de mármoles y granitos y dejemos la vergüenza suburbana y campesina de cincuenta mil ranchos claudicantes; mientras brindemos arte y cultura barata al pueblo metropolitano y dejemos obtuso y ciego al pueblo campesino, sin organización familiar y sin cultivo moral. Y espiritual, formándose racialmente en la promiscuidad amoral del rancho con un matriarcado instintivo y sin amor y con la tristeza de la filiación sin nombre, toda la brillantez orgullosa con la que la capital más desproporcionada del mundo se muestra al extranjero y al turista, no será sino el lujo de la miseria,” citado por Ana Ribeiro.

Imágenes y palabras. Es un verdadero acierto de este libro el apostar no sólo al interés que despiertan las imágenes de otros tiempos, tan atractivo para el comprador uruguayo como para el turista de paso, sino también a la palabra, que tanto en los estudios introductorios como en los epígrafes del Dr. Martínez convierten a este trabajo en un libro de historia, útil al lector común que tenga interés en saber cómo hemos llegado a ser el país que hoy somos. En palabras de Gerardo Caetano: “Es un ‘lugar común’ demasiado transitado aquella frase que señala que ‘una imagen vale más que mil palabras’. Aunque menos conocido, en algún sentido también lo es aquello de que ‘no hay nada más persuasivo que hablar de lo concreto’. Pues bien, desde ambas perspectivas, en este libro puede confirmarse el sentido profundo de las ‘postales’ como un documento especialmente calificado para referir una época y sus circunstancias.”
El diseño de Rodolfo Fuentes hace de este libro un bello objeto para regalar o regalarse.
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COMO EL URUGUAY NO HAY: ANTIGUAS POSTALES DE UN PAÍS LEVEMENTE ONDULADO, de Álvaro J. Risso (editor), con textos de Ana Ribeiro, Juan José Arteaga y Gerardo Caetano, más texto introductorio y epígrafes de Carlos E. Martínez. Linardi y Risso, 2023. Montevideo, 320 págs.

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Palacio Salvo, Montevideo (tarjeta postal)
(Colección Carlos E. Martínez)
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Paso Casupá, Río Santa Lucía (tarjeta postal)
(Colección Carlos E. Martínez)
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Ciudad de Salto, vista general (tarjeta postal)
(Colección Carlos E. Martínez)
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Llegada de la caldera para la usina eléctrica, Rocha (tarjeta postal)
(Colección Carlos E. Martínez)

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