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Los cerritos de indios

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Guillermo Pellegrino

(desde Treinta y Tres)

EL 18 DE OCTUBRE de 2010 la Biblioteca Nacional albergó un homenaje al treintaytresino Oscar Prieto por las investigaciones arqueológicas que, desde hace medio siglo, viene desarrollando en su departamento. La sala desbordó de gente que acudió a escuchar a este sabio de 85 años, arqueólogo experimental y auténtico mito de nuestra cultura popular, acompañado en la mesa por prestigiosos profesionales provenientes del mundo académico. Entre ellos estaban los antropólogos Daniel Vidart y Renzo Pi Hugarte y los arqueólogos José López Mazz, Roberto Bracco, Arturo Toscano y Jorge Baeza, en una actividad organizada y dirigida por el licenciado en ciencias antropológicas y músico Walter Díaz.

UN INVESTIGADOR. Desde 1960 "El Laucha", como se lo conoce a Prieto popularmente, ha relevado unos 500 cerritos de indios (cien de los cuales ha estudiado en profundidad), recolectado decenas de objetos y materiales de los indígenas que habitaron distintas zonas de Treinta y Tres, además de fósiles marinos del período cuaternario, entre otros elementos. Con ellos ha logrado construir una prehistoria local.

A fines de 2009 Prieto dejó la localidad General Enrique Martínez (La Charqueada), donde residió por dos décadas, y regresó a la ciudad de Treinta y Tres, a la que había llegado a los 10 años tras vivir en los parajes Molles de Olimar Chico (donde vino al mundo) y Cañada del Brujo. En el comedor-cocina de su casa de la calle Manuel Oribe, a unas doce cuadras de la plaza central, El Laucha recibió a este cronista.

Luego de hablar de su relación con Atahualpa Yupanqui, a quien conoció en la capital departamental a fines de los años `30; de Los Olimareños, dúo del que fue uno de los impulsores; y su original método para tocar la guitarra usando el dedo meñique (es un eximio concertista, con más cien obras compuestas), Prieto entra en el campo de la arqueología y, con entusiasmo, empieza a describir y a explicar para qué servían los cerritos de indios, vestigios "arquitectónicos" de los aborígenes de las pampas orientales, quienes no llegaron a alcanzar en ningún área el desarrollo que sí tuvieron otras tribus en el continente: "Estas construcciones de forma cónica, suavemente redondeadas en su parte superior, son elevaciones artificiales hechas por el hombre para establecer una vivienda en lo alto y de esa forma poder preservarse de las crecientes de las aguas y de la humedad del suelo". Los indígenas también los utilizaban para enterramientos y para cultivar, entre otros, maíz, porotos y zapallos.

La altura de los cerritos, aumentada progresivamente por las sucesivas generaciones de indígenas, es una de las características que hace que estos sean fácilmente distinguibles en los campos llanos o de moderadas estribaciones. La otra es la vegetación que, fruto de la riqueza del humus, es de un verdor mucho más intenso que el resto de la pradera.

"De niño escuché muchas historias de los cerritos. Mi padre, que es de las zonas bajas de Rocha, me contaba que cuando había crecientes en las lagunas los animales se refugiaban en ellos, en cuyos suelos solían hallarse objetos probatorios de que habían sido habitados muchísimo tiempo atrás", recuerda, sin dejar de apuntar que, por años, no le prestó atención al tema. "Pero un día Alfredo Alvarez, maestro rural de Treinta y Tres, me invitó a unos de los terremotos de indios (nombre que también se les daba) `para ver que hay`, me dijo. Acepté. Hicimos excavaciones y encontramos restos de cerámica… Así empezó la cosa".

El Laucha dice que "en campos próximos a los cerritos pueden verse depresiones o lagunetas, que son los lugares de donde lo indígenas sacaron la tierra para levantarlos". Luego explica que para construir los cerritos los aborígenes usaban el método al que él llama "cono de albañil", por la figura que éstos forman cuando hacen la mezcla de arena y portland: "Los indígenas hicieron lo mismo: sacaban tierra ablandando la parte de arriba de la corteza del suelo con palos y con guampas de ciervo, y con esa tierra formaban una especie de cono. Después, arriba de él, le echaban más tierra y a medida que el cono se iba elevando la base se agrandaba".

Los cerritos de nuestro territorio tienen, según sus estudios, variantes en lo que se refiere a extensión y altura: "están los cerros largos, que son lo que serían en la actualidad edificios de propiedad horizontal: allí residían varias familias. También, si la zona es muy llana, en los distintos campamentos pueden verse cerritos que se destacan por su altura y a los que se denomina `vichaderos`, ya que servían, entre otras cosas, para controlar la dispersión de sus animales".

UNA COLECCIÓN. Apenas termina la breve exégesis, Prieto va hacia una habitación contigua y trae un mapa del departamento de Treinta y Tres a gran escala -de esos que usa el ejército, en los que aparecen los más mínimos cursos de agua- y lo despliega sobre una mesa atiborrada de libros. Explica que los puntos negros son cerritos, mayormente aglutinados en distinta partes del departamento, y que las pequeñas rayas negras que bordean parte de la costa de la laguna Merín son para señalar los paraderos superficiales de origen tupí-guaraní, en los que ha encontrado decenas de objetos realizados mayormente en cerámica.

Según explica la guía del Museo de la ciudad de Vergara (al norte del departamento de Treinta y Tres), donde está expuesta la mayor parte de la colección de materiales arqueológicos recogidos por El Laucha en medio siglo de trabajo, "los indígenas de procedencia tupí-guaraní habrían llegado desde el norte, desplazándose hacia el sur y este, a lo largo de orillas y aguas de lagunas ríos y sus extensos y abundantes bosques ribereños, afincándose en la cuenca de la laguna Merín". Las piezas de cerámica corrugada, pintada y cepillada, y algunos instrumentos realizados en hueso que hoy forman parte del museo, son un claro indicador de la presencia de este grupo humano indígena en el este del actual territorio uruguayo.

El texto, elaborado por Prieto en coautoría con Beatriz Bustamante, su mujer, Gerardo Arbenoiz y Angel Vesidi, asevera que "los materiales rescatados conducen a reconocer la presencia en nuestra área (actual departamento de Treinta y Tres y alrededores) de representantes de dos niveles: cazadores superiores o de las estepas `especializados` en caza mayor y dotados de medios técnicos más avanzados (jabalina, arco y flechas, bolas, etc.) (…); y plantadores recientes, que entre otros materiales hacen uso intensivo de las mazas hechas de piedra pulimentada, hacen cerámica y arte textil, adornos corporales como el tembetá o botón labial, práctica de fumar e ingerir narcóticos, culto al cráneo y canibalismo, etc.".

Además de los elementos pertenecientes a la cultura material de los constructores de cerritos y de los pobladores de asentamientos superficiales, el museo tiene en exhibición ejemplares de la megafauna local (extinguida hace unos 10 mil años y de la que se han encontrado restos fósiles), materiales y elementos europeos asociados a restos de indígenas, restos y elementos asociados a charqueadas y graserías del siglo XIX y fósiles de transgresiones oceánicas del período holoceno (el último de la era cenozoica o terciaria), entre otros materiales.

"En la última pos glaciación, cuando se derritieron los hielos, el océano se elevó (llegando a unos 47 km. de donde está ahora, por lo que tuvo que haber subido al menos cuatro metros), transgrediendo toda esa franja de tierra. Como testimonio de esas modificaciones quedaron muchísimos fósiles de ejemplares de agua salada", explica Prieto.

Algunas investigaciones identifican tres avances del océano sobre la zona en la que El Laucha investigó (en los últimos veintiún años con la compañía de Beatriz), y sus tres respectivos retrocesos. Estas bajadas y subidas del nivel del océano fueron consecuencia del enfriamiento (glaciaciones) o calentamiento de la tierra. Según Prieto, "la última bajada del mar a su nivel actual ocurrió hace unos 4.500 años, por lo que el lugar donde hoy se asienta La Charqueada estuvo unos 3.000 años sumergido bajo las aguas oceánicas".

A manera de confirmación de estos movimientos marinos, este arqueólogo -que se ha embarrado y curtido la piel por pasar al rayo del sol decenas de horas- ha detectado evidencias configuradas por los restos fósiles reunidos en un cordón formado por un conglomerado de huesos, valvas, moluscos, vértebras y caparazones de animales marinos a lo largo de un antiguo borde oceánico que se extiende por la actual tierra firme en forma aproximadamente paralela al borde occidental de la actual laguna Merín.

"Este cordón -asevera Prieto, mientras se acomoda el cuello de su camisa- tiene un ancho de hasta 200 metros y una profundidad máxima de 1,30 mts. en la que se identifican los siguientes estratos: arcillas del subsuelo sobre el que se asienta una capa de arena, encima de la cual se encuentran los restos fósiles de animales marinos (bivalvos representados por ejemplares de la familia Aloididae, y gasterópodos identificados como de la familia Hydrobidae) cubiertos por un delgado manto húmico sobre el que se desarrolla el actual tapiz vegetal".

En cuanto a los fósiles de animales extinguidos hace miles de años, el texto-guía del museo da algunos detalles que contribuyen a realzar la enorme tarea de investigación que desde hace medio siglo (con una interrupción de ocho años en los que estuvo preso en tiempo de la dictadura militar) lleva adelante Prieto: "A consecuencia de procesos erosivos, en las playas de la laguna Merín afloran restos de megafauna reconociéndose placas de caparazón de la especie Gliptodonte, marcando su presencia en terrenos habitables transitoriamente por fauna terrestre, entre las transgresiones y regresiones oceánicas, sumándose al hallazgo de restos de la misma clase en otros sitios del área estudiada".

El Laucha cuenta que sin apoyo alguno, con unas vituallas, sale junto a su mujer a recorrer los campos, que piden permiso para entrar a varios de ellos, que para ubicar bien los lugares exactos donde están los cerritos llevaban un papel de calcar en el que, tras dibujar algunas referencias, los ubican en el plano grande, y que hasta inventaron un aparato para medir las alturas.

Tras relatar algunos pormenores que entraña su tarea, Prieto pasa sin que medie pregunta alguna a explicar su teoría de los tres círculos que componen la matriz cultural de un conjunto de rasgos asociados que se repiten, en lo material y en lo espiritual, en una sociedad, en este caso del departamento de Treinta y Tres: "El más pequeño es el que representa al área urbana, donde alrededor de la plaza principal de la capital se concentra la cultura académica; rodeando a este círculo aparece el del área suburbana, donde están los rancheríos y los barrios donde vive la plebe y en los que surge la cultura popular; y el tercero, el más grande, representa al área campesina, en la que aparecen el folklore y la leyenda, además de ser el sector de la agricultura, donde se producen los alimentos".

Acto seguido, El Laucha pasa a explicar el porqué de esta disquisición, volviendo al primer círculo: "Nuestros directores de Cultura pertenecen a esa área, tiene todos una formación académica", asegura. "A nuestra Casa de la Cultura le falta olor a rancho y a humo, le falta tierrita".

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