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Magia blanca

| "Cuando manipulás un muñeco entrás en un estado de elevación.Terminás contando cosas que ni siquiera te das cuenta de que las estás contando."

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Mariángel Solomita | Fotos: Darwin Borrelli

A los 40 años Martín López Romanelli se ríe de algunas fantasías de su adolescencia. De crecer en una zona rural de Canelones imaginándose a sí mismo como un poeta del `900 que faltaba a clases para escribir sobre una mesa de bar. Del grupo de amigos que admirando a los dadaístas recorría las calles de la ciudad tirando bombas de pintura sobre las fachadas grises. Un tiempo después, junto a algunos de ellos, descubrió que podía mostrar sus textos a través de personajes de metal, madera y espuma. Desde hace 10 años sus ideas recorren los teatros del mundo. Cuando el director de Pampinak habla de sus creaciones, lo hace rápido y termina cada oración con una carcajada, ligeramente preocupado de que quien lo escucha desconfíe de la cordura de un hombre que le habla a unos muñecos, les pone apodos y vive con ellos.

Martín vive en una casa que también es su taller. Él duerme arriba, en la planta de abajo están los muñecos. Entre las habitaciones hay una transformada en estudio de grabación musical, otra que es la sala de vestuario. Bajando una escalera muy empinada se llega a la principal zona de construcción de los muñecos. Era un sótano, y le falta un piso que robó algún inquilino. Por eso el espacio tiene un cubo sin techo, altísimo, desde el que se ven puertas de otros pisos que dan a ese vacío y una cuerda colgando hasta el piso.

Esas son las primeras alturas que recorrieron personajes como Kone Matrak, Liu, Onak, Lejla y Kohi, protagonistas de Kohi, el espectáculo que la compañía de teatro negro Pampinak tiene en cartel.

Martín trabaja en ese estudio desde hace 1 año, antes hubo uno en la calle Agraciada y otros que, recordarlos, hacen retroceder en la historia de este artista hasta los `90. En ese tiempo, además de trabajar en boliches con sus muñecos, sobrevivía pegando pegatinas que anunciaban espectáculos que venían desde el exterior a Montevideo.

"Cuando Julio Bocca me llamó el año pasado para trabajar en el Cascanueces junto al Ballet del Sodre me acordaba de esos carteles gigantes y yo con unos amigos llenos de engrudo, luchando contra el viento de Ciudad Vieja para pegarlos. Muchos de esos afiches eran de él. No podía creer que 16 años después ese tipo me estaba llamando para trabajar. Lo primero que hice fue llamar a esos amigos para contarles."

Juntos. Buena parte de lo que le ocurrió profesionalmente lo vivió en grupo. "Vine un día a Montevideo y vi una carpa con gente de mi edad arriba de un escenario haciendo cosas raras y dije, `hay un espacio en el mundo para hacer lo que quiero`.

Juntamos unos cartones que tiraban las tiendas de venta de telas y con cámaras de bicicletas les hicimos agujeros. Nos los enganchábamos en los pies. Había fabricado un solo cuerpo y cuatro cabezas distintas, lo que hacía era cambiar de cabeza.

Eso lo presentamos en el `93 en el Teatro Joven, sin decirle nada ni a nuestra familia. Nos vieron César Troncoso y Roberto Suárez y nos recomendaron en unos pubs. Entonces empecé a trabajar con Pascal Wyrobnik (Clowns Sin Fronteras), llegó la crisis y él se volvió a Francia. Ahí, con el mismo grupo de amigos, formamos Bosquimanos Koryak. Fue muy raro: nuestros amigos yéndose del país y a nosotros nos iba mejor que nunca."

Bosquimanos y su teatro negro llegó al Solís, lleno salas en Montevideo, en el interior y empezó a recorrer festivales del mundo. 10 años después la agrupación tiene otro nombre; simboliza el fin de la primera. "Fue más sano. Éramos amigos y nos convertimos en compañeros de trabajo. Decidimos separarnos antes de que pasara algo feo. Los últimos años eran de 200 funciones, 7 meses fuera de casa." El 2012 tiene a Martín dirigiendo a Pampinak en sus dos "casas", una en Montevideo y otra en Madrid.

"Lo que buscaba era profesionalizar un poco más el trabajo, dejar de ser el grupo de amigos y pensar un grupo en función de las necesidades de cada espectáculo. La casa gemela me permite estar más tiempo en Uruguay y dedicarle más tiempo a la creación de un espectáculo. Nos pasaba que nos surgían propuestas en Brasil, Argentina y España y teníamos que dejar de lado algunas, no llegábamos, entonces cada 2 años era empezar de nuevo en cada lugar. Como estrategia lo que quiero es instalar a la compañía como marca: que no se espere al espectáculo de turno, sino a la compañía."

-¿Cómo es tu relación con las otras compañías uruguayas?

-En Uruguay cuando levantás un poco la cabeza te pegan de todos lados. Le pasa a "La Catalina", le pasa a cualquiera que despegue un poquito. Como que no se logra entender todavía eso de que si a uno le va bien va adelante abriendo puertas para otros. Nos hemos cruzado todos y he charlado mucho con algunos directores, somos tan pocos que cuando nos juntamos hablamos uno arriba del otro, ¡porque nos entendemos! Pero funciona igual que en todas las aéreas, no está bueno pero hay un concepto deportivo de ganar, de ganarle al otro, y no hay nada qué ganar, es absurdo.

De oficios. Desde hace 6 ó 7 años puede vivir exclusivamente de lo que le gusta hacer. Eso se lo debe a las giras. "Esa cosa del hombre informal que busca inspiración se vuelve algo rutinario, como cualquier otro trabajo y no tiene toda esa cosa glamorosa que la gente se imagina. Sos un laburante que tiene que acostumbrarse a cambiar de teatro todos los días, adaptarte a públicos distintos, te da el oficio de resolver tu espectáculo en distintos espacios. Es conectarte con lo que era ser un artista a principios de siglo, esa cosa de la carreta y de andar por los pueblos. Al principio se hizo un poco pesado pero luego empecé a entender: ser artista es eso, es tu trabajo y cada día lo vas a querer más."

-¿Qué potencia el muñeco en el espectador?

-Fijate que cuando te ponen un montón de muñecos en la cuna vos elegís querer a uno, establecés una relación con él. Esa es tu primera decisión emocional. A la vez muchos libros religiosos, y muchos titiriteros, te dicen que los dioses hacían a los humanos a semejanza de los muñecos que creaban, hay una relación antropológica con eso. Y a nivel escénico los muñecos tienen súper poderes, hacen cosas que nosotros no podemos. Y son muy convincentes, ver a un muñeco emocionarse es una cosa muy intensa que a los humanos, los actores, nos cuesta mucho generar en el público. Consiguen una cosa que ya está en nosotros, no sé qué es, es como si fueran parte de la condición humana.

-¿Tú cómo hacés para generar un vínculo con el muñeco?

-Hay muchas maneras, yo creo que se termina dando por naturaleza en la medida en que dejes de pensar en lo que estás haciendo y dejes de tener miedo a equivocarte o a tener un accidente. Algo pasa que se hermana con los otros y se da ese espacio, que yo no sé si es con el muñeco específicamente o es con la gente a través del muñeco. Me parece que es eso. Ahí se abre un canal de comunicación, como si el muñeco te dejara proyectarte y a su vez dejara que el público entrara ahí. El muñeco es una excusa, básicamente.

-¿Por qué tus espectáculos ubican al niño como el espectador primario?

-Nosotros hacíamos temporadas en Pachamama y teloneábamos a La Vela Puerca, la gente empezó a llevar a los niños a nuestros espectáculos; terminamos tomándolos. A mí me pasa que ver a un padre, a un abuelo y a un nieto sentados uno al lado del otro emocionándose con las mismas cosas me conmueve muchísimo. Me tocó crecer en una época del país en la que era muy difícil tener a tus padres contigo y crecías muy solo. Tenía muy poco espacio para compartir con mis padres y creo que es algo que sigue pasando. Hay poco espacio de comunicación emocional entre padres e hijos, y te digo del papá al que ves llorar, al que ves reír y aplaudir al lado tuyo. Me parece maravillo eso, que el niño vea que el que lo está criando también es humano y no es un súper tipo que está allá arriba.

Movimientos. La creación, explica, es como ver dibujos animados. La primera etapa es solitaria, el trabajo colectivo llega recién en los ensayos. Martín se transforma en guionista, dibujante, carpintero, herrero, artista plástico. Los muñecos primero son muestras. Lucen como el que está en ese sótano-taller: un cuerpo humano con músculos de espuma de polietileno, con articulaciones metálicas y huesos de madera. Todavía no tiene rostro.

Para empezar, hay que intentar sus posibles movimientos. Luego recibirá colores, ropa y un lugar en una obra. Tendrá su propia música. Será un personaje que vive sobre el escenario a través de los brazos y las piernas de nueve personas que lo van a manipular sin ser vistos. Sin que el público desde su butaca perciba un solo rastro humano. Sin que imaginen que detrás de ese movimiento hubo meses de ensayos filmados y analizados por el director, sentado frente a su computadora unos metros más arriba de donde descansan esos personajes en construcción.

El trabajo de Martín López Romanelli se arma cada vez con más agilidad en su cabeza. "El tiempo de trabajo te va haciendo pasar las etapas más rápido, ya hasta imaginás la escritura, se te aparecen como frases o descripciones. El momento de guionar son mis vacaciones", dice riendo, "me voy a la playa y me paso todas las mañanas trabajando. Relato cosas que les van pasando, los veo caminar, saltar. Visualizar ayuda muchísimo a la hora de construir y armar las escenas. Les escribo a los muñecos, no para el público, sino para conectarme con ellos.

-¿Y ese material?

-Queda para mí. Porque se establece con los muñecos una relación como...extraña. Dos por tres me podés ver hablándole a alguno.

Kohi es el primer espectáculo que presenta Pampinak Teatro (ex-Bosquimanos Koryak). Hasta el 21 de julio puede verse en el Solís, luego comienza la gira por el interior.

Martín López Romanelli imagina, construye, dirige y manipula muñecos desde los 19 años. Tiene un objetivo pendiente: armar un espectáculo junto a la Filarmónica.

Cada espectáculo tiene una vida de 2 años. Empieza en Montevideo, luego el interior y siguen las giras.

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