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Los desastres de la guerra

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Andrea Blanqué

CUANDO SE mira a Israel desde el exterior, cuando se nos ve en la pantalla del televisor, se ve una bestia militar", declaró David Grossman a la televisión española en ocasión de la presentación de su última novela La Vida Entera. Pero aclaró: "Somos muy duros y muy fuertes, pero en lo más profundo, cada israelí se siente muy frágil, muy inseguro respecto a nuestras posibilidades de estar aquí, de ser aceptados aquí y no es paranoia".

Es de esa fragilidad que trata esta novela inmensa de 807 páginas en su versión castellana, que describe dos generaciones enteras de seres humanos sometidos a una guerra que no desean, pero en la que se ven involucrados, no ya cuando estalla el autobús que pasó en la cuadra siguiente, sino cuando la guerra llega a la propia familia, golpea la puerta de su casa e invade la célula íntima de la existencia de un individuo. La pacifista se convierte entonces en madre de un soldado que va a morir, que sin duda morirá.

UN PACIFISTA. David Grossman es junto a Amos Oz, el escritor de más prestigio en lengua hebrea. Sin embargo, cuando Grossman presenta sus libros en otros países, nadie habla de literatura: los periodistas lo atomizan a preguntas sobre el conflicto bélico árabe-israelí. Es que Grossman es un consagrado pacifista, con una autoridad moral enorme frente a sus compatriotas y frente al mundo: en 2006, su hijo Uri y sus compañeros fueron alcanzados por un misil y resultaron muertos. Días atrás, el escritor había pedido públicamente al gobierno israelí que no respondiera a los ataques que llegaban desde el Líbano llevados a cabo por extremistas. Ello no sucedió.

La Vida Entera es una novela que trata de lo que vivía Grossman en esos días aciagos. Su protagonista es una mujer, Ora, una israelí progresista a quien los árabes le inspiran una mezcla de amor, sentimientos de culpabilidad, respeto y miedo, pero que en lugar de niñas ha procreado dos hijos varones. Uno ya ha salido del servicio militar, pero el otro, el pequeño, el hijo especial, está aún cumpliéndolo.

Cuando llega el día en que su servicio militar termina -¡y aún sigue vivo!- la madre tiene programado junto a su vástago una caminata desde el Norte de Israel, Galilea, hasta Jerusalén. Trepar colinas, cruzar arroyos, mirar la antiquísima tierra y dormir a la luz de las estrellas sería una forma de conjurar la posibilidad de la infame muerte que los amenaza. Pero el chico no quiere salir del ejército y se presenta como voluntario para un movimiento militar.

Ora toma una decisión radical: no se quedará en casa esperando a que le vengan a traer la noticia de que Ofer, su hijo adorado, ha muerto. Entonces recurre a un viejo amigo/amante, Abram, para que la acompañe en esa caminata. Abram es uno más de esos israelíes que quisieron la paz pero que la vorágine lo llevó a matar para no ser matado.

Con problemas psiquiátricos desde la juventud, cuando cayó prisionero de los egipcios en la Guerra de Yom Kippur y fue torturado, violado y vejado, Abram escucha el monólogo de la madre Ora. Para conjurar la posible muerte de su hijo, durante la larga caminata, Ora -mientras aspiran la belleza de esa tierra tan hermosa como conflictiva- cuenta cada uno de los detalles de la vida del hijo, los recrea con palabras, desde el embarazo hasta el presente, cuando ya es un hombre alto y fuerte y lleno de adrenalina y olor a guerra en la mochila que trae en los permisos.

el mundo de las mujeres. Grossman focaliza la novela en una mujer, en una madre. En varias de sus novelas el escritor israelí evidencia su admiración por las mujeres en oposición al "mundo macho" de los hombres. Para subvertir el sistema, nada mejor que una mujer, Ora, que le exige a su hijo que en las batallas apunte su ametralladora hacia arriba, así no mata a ningún ser humano, pero que con terror sabe perfectamente que la posibilidad de que Israel deje de existir algún día ronda en la vida de cada uno de los seis millones de israelíes.

La narrativa de Grossman es decimonónica: cuenta historias de vida, de mujeres a lo Anna Karenina, pero a la vez muestra el mundo como Balzac. La modernidad le llega por los cambios de narrador y de tiempo, que se alternan: dado que la novela trata de "la vida entera", la voz de Ora se mezcla con la del narrador y las voces de los otros personajes que han contado su vida a Ora, como su marido, Ilan, otro de los pacifistas metido entre las bombas de Yom Kippur y cambiado para siempre.

El final es abierto. Se tiende a completar la novela con la historia real de Grossman: cuando estaba por terminar el libro le llegó la noticia de que su hijo Uri había muerto. Grossman estuvo siete días de duelo y luego se lanzó nuevamente a escribir. Y al revisar y corregir la novela, el sacrificio de su hijo, de su amado "Isaac", quizás haya teñido las páginas de ese sentimiento fúnebre, esa sensación de que por más que Ora ame, luche, camine, hable, abrace a Abram y admire con fruición la tierra de Israel, la posibilidad de que este país desaparezca está allí, perturbadora, con un gran enigma sobre el futuro.

LA VIDA ENTERA, de David Grossman. Lumen, 2010. Barcelona, 807 págs. Distribuye Random House Mondadori.

Buena traducción

Ioram Melcer

(desde Jerusalén)

LA VIDA ENTERA de David Grossman, un retrato sociológico de la burguesía israelí acomodada, es un libro aguado, impreciso, con repeticiones verborrágicas, un sin fin de ejemplos, y un alargamiento del proceso de la exposición de los argumentos que en hebreo original insume 632 páginas. Es la novela más larga en lengua hebrea de los últimos 15 años.

Como se trata de un escritor consagrado, de mucho prestigio y de probadas capacidades literarias, el lector tiene dos opciones: lamentar el desmesurado desliz, o buscar algún sentido más allá de la sociología. Porque La Vida Entera es un texto de argumento simple: pinta una sociedad harta de estar estancada.

El título original de la novela es diferente al de las traducciones: "Una Mujer Huye de Un Anuncio". Ora, una madre israelí, huye de la posibilidad que le llegue el anuncio de que su hijo murió en una operación militar. Huye, y no puede huir. Los personajes de la novela están encerrados en un país, en una cultura, en una lengua, en una situación. Es lo que en Israel se describe desde hace 60 años como "La Situación". Todos los personajes de la novela sufren, ninguno vislumbra redención: ni exterior, ni espiritual. El intento de encerrarse en un lenguaje privado fracasa. Vivir es huir de la mano negra de la duda, vivir es desear lo seguro, pero lo único seguro es la muerte.

Una mención especial se merece la traductora, Ana María Bejarano, por su heroica labor. Optó por no huir. Luchó, inventó palabras en castellano y logró descifrar una gran cantidad de términos coloquiales y populares en hebreo que no están en ningún diccionario. Algo que no ocurrió con la versión en inglés donde el traductor recortó mucho, sin advertencia al lector.

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