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Cortocircuitos de nuestro tiempo

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Fernando García

(desde Buenos Aires)

SI EL PENSAMIENTO es una forma de la intoxicación, observar a Jacques Rancière es confirmar su estatus de filósofo. Sentado frente a un vaso de agua sin gas, al estímulo de la pregunta el francés responderá con un progresivo estrépito que le recorre el cuerpo como un impulso eléctrico. El filósofo arremete, después, con un tsunami de conceptos (donde las palabras se pisan y enciman como en una estampida) que se le hacen cuerpo. Rancière entra en una suerte de trance: angosta aún más su cuerpo flaco, gesticula con ambas manos, cada tanto acomoda el flequillo ceniciento que le obstruye la vista. Curioso, las palabras lo hacen torpe.

Semejante performance lo deja de cama. Por eso es que, en una mañana de entrevistas que está dando en un hotel céntrico de Buenos Aires, le pide a este cronista tres minutos de descanso antes de empezar. De espaldas a su futuro interlocutor, Rancière permanece en silencio, ligeramente encorvado sobre su espalda; acaso medita.

Es un momento ligeramente incómodo.

Con un leve movimiento de cabeza Rancière señala que su siesta mental ha tocado fin y que, sí, está listo para volver a estremecerse, hilvanando conceptos y definiciones sobre la política, la educación, el arte contemporáneo y la tecnología.

Se podría decir que no hay tema que no pueda ser revisado por el arsenal teórico de este pensador marxista independiente (escribió, como parte del cenáculo de su maestro Louis Althusser, el decisivo libro Para leer "El Capital") que le dispara munición gruesa a la tradición de la crítica cultural de izquierda. Profesor de la Universidad de París desde 1969 (hoy emérito), Rancière es además un crítico feroz del sistema educativo al que ha denunciado como poco igualitario. Nociones como "Pedagogía embrutecedora" o "El espectador emancipado", más allá de nombrar capítulos y libros de su obra, se terminan imponiendo hoy como categorías de pensamiento.

Llegó a Buenos Aires para recibir la distinción del título Honoris Causa y para dar cuatro clases magistrales: "La emancipación intelectual hoy", "El Porvenir de las universidades", "La democracia hoy" y "La subversión estética". Todas sus intervenciones, más allá del cruce de disciplinas, apuntan a la posibilidad de la emancipación política en todos los niveles.

PREJUICIO ARISTOCRÁTICO. -Usted ha fustigado la idea de "espectadores pasivos" de la era digital que lanza la crítica cultural, cuando en realidad la palabra clave ahora parece ser "interactivo".

-Es cierto… La tecnología digital cambió muchas cosas pero creo que sirve para mostrarnos que hay una brecha entre la idea abstracta que tenemos del espectador y cuál es su realidad práctica. No es casual que para toda esa crítica cultural, trabajar en Internet sea la consumación del "espectador pasivo". Justamente, ahí lo tiene. Ven a alguien que pasa horas y horas frente a la pantalla como un idiota, y le dan con todo a ese discurso remanido. Cuando más bien es todo lo contrario: lo que hace mucha gente que pasa tanto tiempo frente a esa pantalla es actuar y muchas veces cambiar lo que le es dado. Sin embargo, este tipo de crítica cultural se renueva una y otra vez, pues lo de "activo versus pasivo" es una clase de categoría hierática cuyo único objetivo es dividir al mundo entre dos categorías de seres humanos. Seguimos con el antiguo relato de la caverna de Platón y la distinción entre los auténticos espectadores, lo cual es un prejuicio hierático, y, desde ya, aristocrático. Ese prejuicio se arrastra hasta nuestros días y se puede ver reflejado en Internet. Hay que decir también que esas promesas de interactividad pueden ser ciertas, pero muchas veces no son interesantes en absoluto. Lo cierto es que estamos ante un nuevo medio digital que permite a mucha gente una actividad que no estaba incluida a priori en ningún plan de cultura. Gente que se suponía que no debería intervenir en una discusión pública o en una actividad artística, o simplemente en estar informada.

-Usted impuso la noción de "pedagogía embrutecedora" como una manifestación del cortocircuito en la transmisión de ideas en nuestro tiempo. ¿Cuál diría que fue la peor consecuencia que produjo?

-La pedagogía embrutecedora puede también ser algo muy suave, algo muy dulce que produce una aquiescencia, un acuerdo natural. Da la sensación de ser la normalidad, y hace sentir al alumno que no es capaz por sí solo, que necesita del maestro. En este sentido, lo peor de la pedagogía embrutecedora sería su capacidad de naturalizarse…

-¿En qué zonas de la cultura contemporánea se verifica esa consecuencia? ¿Dónde diría que se ve?

-La pedagogía embrutecedora no es sólo un asunto de la institución escolar sino que media en la relación entre los ciudadanos, las instituciones del Estado y los medios de comunicación, lo que termina formando un consenso. En este acuerdo, el poder dice que las cosas son de un modo, que no hay otra manera de hacerlas y que son asuntos de una complejidad tal que sólo el sector calificado puede hacerse cargo y resolverlas. Este acuerdo provoca una sumisión al estado de las cosas que se disfraza con el nombre de democracia.

-¿Cree que el estallido de la Banlieu, traducido en enfrentamientos entre jóvenes inmigrantes y la policía en los suburbios parisinos en 2005, tuvo que ver con esta relación entre el poder y los ciudadanos?

-Las revueltas de los suburbios en el 2005 fueron un caso muy particular porque se terminó reduciendo todo a un enfrentamiento entre el poder del Estado, bajo su forma policial, y los jóvenes hijos de inmigrantes del suburbio. Asistimos finalmente a una especie de medición de fuerzas. Estos jóvenes no tuvieron la intención de hablarle al resto de la población de París, pero el poder del Estado se esforzó en mantenerlos en un gueto y en dejarlos ahí, fijos. En este sentido fue una confrontación bélica que se sirvió del consenso para marginarlos de la relación normal entre el Estado y los ciudadanos corrientes.

-No fueron pocos los analistas que midieron los episodios de la Banlieu en relación con el Mayo Francés. Pero como usted dice, estos jóvenes no hablaron con el resto de la población como sí hicieron los estudiantes acercándose a la clase obrera en 1968…

-Pienso que el 68 se hizo en nombre de una unidad popular contra el poder. Los manifestantes tenían esa idea muy fuerte de una unión entre jóvenes, estudiantes y obreros, en su discurso y en el corazón de sus prácticas. Si bien en 2005 el estallido también surgió de una provocación del poder, del gobierno (en 1968 había sido el arresto de los manifestantes y la demonización del activista Daniel Cohn-Bendit), en el 2005 fue Sarkozy quien dijo que iba a limpiar los suburbios con una manguera lavaautos. Mientras que en 1968 hubo una intención manifiesta de universalizar el conflicto, retomando incluso las palabras estigmatizantes del gobierno cuando los manifestantes dicen "somos todos judíos alemanes", en el 2005 al insulto son "todos unos forajidos" contestaron haciendo de forajidos, actuaron exactamente como el poder les pedía.

SARKOZY Y EL MAYO FRANCÉS. -Cuando en 2008 Francia miró hacia atrás por los 40 años del Mayo Francés, Sarkozy intentó despegar a la Francia actual de aquella protesta. ¿Por qué cree que como mandatario tuvo esa necesidad?

-Lo que pasó es que Sarkozy creía íntimamente que con él en el poder se estaba terminando una época. Con su elección se podía vislumbrar un período en la historia reciente de Francia que podríamos llamar de pos-izquierda o pos-zurdo (post-gauche). Como si hubiera llegado a la cabeza de Francia un Reagan o una Margaret Thatcher que, por mucho tiempo, iba a sentar en Francia las bases de un nuevo estilo político. Pero si Sarkozy se atrevió a decir en público que el 68 había muerto, que era cosa del pasado, es porque los que realmente mataron la contestación del 68 fueron la izquierda oficial, el Partido Socialista y, sobre todo, la presidencia de Francois Mitterrand. Sarkozy se abalanzó de forma feroz sobre el 68 porque la misma izquierda ya lo había matado. Sarkozy no hizo más que aniquilar un cadáver político.

-Eric Hobsbawm murió diciendo que el mundo tenía que volver a mirar a Karl Marx para interpretar sus problemas y encontrar soluciones. ¿Está de acuerdo?

-Bueno, sinceramente no lo entiendo porque de algún modo en ningún momento, desde su aparición, el mundo ha dejado de mirar a Marx, aunque siempre de maneras distintas.

-¿Cómo deberíamos mirarlo hoy?

-Lo que hay que hacer ahora es reinterpretar las situaciones de conflicto actuales a partir de la lucha de clases. Veamos lo que ocurre con los cierres de las grandes empresas y sus relocalizaciones… Marx describía eso como los ejércitos de reserva del capitalismo y del mundo del trabajo. No son fenómenos que surgen necesariamente durante una revolución sino que son elementos de la lucha de clases: la clase dominante contra los trabajadores. En este sentido, retomar a Marx sería mantener una intuición fundamental de Marx. De eso se trata.

-Si vivimos en un mundo pos-industrial ¿Hay que pensar que la clase trabajadora está en vías de extinción? ¿Debemos hablar de una clase pos-trabajadora?

-Creo profundamente que hay que desconfiar de esta idea que nos han metido en la cabeza de una pos-industrialización. Las grandes fábricas no desaparecieron sino que están en otra parte. Entonces no hay una pos-industrialización sino que las formas de explotación cambiaron. Las fábricas se desplazaron hacia Oriente y lo que es cierto es que otras formas de trabajo se impusieron en el viejo mundo. No hay que olvidar que la explotación laboral existe igual que cien años atrás, pero tenemos además trabajadores precarios; trabajadores que no tienen el empleo que corresponde a sus calificaciones; trabajadores siempre al borde del desempleo. Lo que hay que tener en cuenta es que este quiebre del capitalismo se produjo entre una población obrera supra-explotada y otra de trabajadores precarizados.

INSURRECCIÓN POPULAR. -En su libro El espectador emancipado escribió que la novela Madame Bovary y la Asociación Internacional de Trabajadores marcaron un gesto común de emancipación en el siglo XIX. ¿Por qué?

-Es cierto que la fórmula puede parecer provocadora, pero existe en Madame Bovary, y en muchas novelas de la época, el hecho de que hombres y mujeres del montón, del pueblo, sean capaces de cualquier hazaña. El contexto hace que los trabajadores se animen a reclamar un mundo de trabajadores y que una hija de campesinos pueda engañar a su marido. Esto es ciertamente banal pero en el fondo lo que está sucediendo es que esta persona está siendo capaz de vivir de acuerdo a sus pasiones; de vivir en el mundo de la literatura; de vivir en el mundo del arte. Los que estaban debajo de la escala social y estaban destinados al trabajo duro o a la limpieza y cuidado de los hogares pueden, de pronto, vivir cualquier vida. Ya sea como individuos o como colectivo de personas. Lo que es notorio es que aún la novela de un autor reaccionario haya podido presentar esta insurrección popular de los comportamientos y las inspiraciones…

-Sugiere que antes de Madame Bovary esto era imposible…

-El destino de la gente del pueblo en la novela previa a Madame Bovary era formar parte del coro de los hombres pintorescos y despreciados. Había un abismo entre los personajes de los hombres cortados a medida para los hechos históricos y estos otros que tenían una vida cotidiana simple, a los que, a lo sumo, se les reservaba cierta astucia en el comportamiento. Lo que viene a marcar Madame Bovary es que esa gente sale de su lugar de pintoresquismo para volverse inquietante.

ARTE Y POLÍTICA. -Usted suele extraer del arte contemporáneo algunas ideas notables sobre los comportamientos sociales. ¿Qué análisis hace del Palacio de Versalles tomado por un artista como Jeff Koons?

-Se trata de la versión oficial o, mejor, de la interpretación oficial de la mezcla de los géneros que es una cuestión central en el arte contemporáneo. Tenemos a una institución nacional-monárquica como el Palacio de Versalles que propone cada año demostrar al pueblo el arte contemporáneo a través de figuras canónicas de la contestación. Hace rato que Jeff Koons dejó de ocupar ese lugar litigante, polémico. Todo lo que puedo ver en esta operación es un elemento decorativo o una caricatura oficial de lo que es la subversión de los lugares que está en el corazón, en el centro de los problemas del arte contemporáneo: el desplazamiento de las fronteras entre arte y vida, alto y bajo. La operación Versalles es una manera de fijar eso… Si en tiempo de los reyes el palacio tenía su bufón ahora tiene a su artista contemporáneo. Jeff Koons en el siglo XXI no ocupa un lugar tan distinto al de los bufones cortesanos.

-Después de leer sus impresiones sobre la escena actual del arte uno tiene la impresión de que el arte político está en un callejón sin salida. ¿Qué función cree que ocupan las bienales internacionales en este contexto?

-Tenemos un problema con eso. Ya no sé a esta altura cuál viene a ser la función de todas estas bienales desparramadas por el mundo. Por un lado tenemos a una jerarquía de comisarios (curadores) que imponen su universo e intentan dar una visión de conjunto de lo que podría ser el arte más radical y contestatario de hoy en día pero la verdad es que lo logran cada vez menos y menos. La Bienal, la idea de una exposición internacional, lamentablemente, tiene el único efecto de crear un estilo internacional del arte contestatario. Tal vez sería mejor la posibilidad de dar cuenta de una subversión artística en casos más localizados, más específicos, en lugar de estas grandes misas internacionales.

-¿Será casual que haya dicho "misas" cuando los edificios de los museos se parecen cada vez más a extravagantes catedrales futuristas?

-Depende. En líneas generales ahora tenemos dos tipos de museos. Algunos tienden a convertirse en instituciones culturales que quieren decidir el rol que la gente tiene que jugar en la cultura. De algún modo intentan prevenir a la gente de que simplemente se dedique a contemplar obras. Son como organizaciones militantes que pretenden un visitante hiperactivo. La cuestión nos lleva un poco a la primera pregunta que usted me formuló. Hay dos maneras de transformar a la gente en observadores pasivos. Una es que formen parte de una institución vicaria y la otra es que se las empuje: "participe, tenga un rol activo y esto y lo otro". Yo creo que al final del día los museos deben dejar liberado un lugar para la meditación y la quietud de los espectadores y que estos hagan lo que necesiten con lo que el espacio les brinda.

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