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Gastón "Rusito" González o la pasión por Momo

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Foto: Fernando Ponzetto

Se crió arriba de la bañadera. Le fascinaba el folclore del Carnaval, la cantina, los cánticos y las charlas de mostrador. Gastón ‘Rusito’ González iba de tablado con su padre, ‘Bananita’ González.Todavía tiene impregnado el olor a pintura de los trajes que usaron los Curtidores de Hongos en el ‘94. Cuando le preguntaban qué quería ser cuando fuera grande, él respondía, ‘carnavalero’. Debutó en la murga Todavía no se sabe y es la categoría que ama, pero el parodismo le permite despuntar el vicio de actor. Ganó con Los Muchachos en 2016, el conjunto se disolvió y este año sale con Los Antiguos. El también conductor en El País TV dice que no es fácil ser el hijo de, pero lo lleva con orgullo. “Puedo entrar a cualquier lado con la cabeza en alto”.

—Nadie te conoce como Gastón, ¿desde cuándo y por qué sos Rusito?

—Desde que nací. Mi madre estuvo nueve meses buscándome un nombre y mi viejo cuando vio que era bien rubio, colorado, de ojos claros, dijo, ‘Ruso’. Y quedó. Incluso los maestros y profesores terminaban diciéndome Rusito porque sino no daba bola.

—¿Podés identificar cuándo empezó a gustarte el Carnaval y cuánto influyó tu padre?

—No puedo identificarlo porque me gusta desde que tengo uso de razón. Cuando en la escuela preguntaban qué querés ser cuando seas grande, la mayoría decía futbolista, y yo respondía carnavalero o artista porque mi padre incursionó en varias ramas y yo lo acompañaba a todos lados.

—Quizá te metiste por admiración a tu padre también...

—Sí, mi viejo fue mi primer referente. Es muy complicado ser el hijo de en este ambiente. Te dicen, me hacés acordar a tu viejo. Y yo siempre explico que todos somos hijos de y tenemos gestos por genética, el tema es que hay padres que son anónimos. También me rodeé de colegas de mi padre y les robé a todos porque yo no tengo formación, mi escuela es ser un gran ladrón y observador y después transformar eso en lo que me gusta.

—¿A quién observabas?

—Siempre me gustó Carballo en Carnaval, Luis Trochón como director y Claudio Rojo como cupletero. Pero mi viejo y Carballo me marcaron.

—Ibas con tu padre en las bañaderas, ¿qué te gustaba del ambiente?

—Sí, pasaba más tiempo en la bañadera que en mi casa. Me encantaba el folclore. Esos tipos que venían de laburar ocho horas y se subían al escenario para desnudarse en cuerpo y alma. La cantina, el bondi, los cánticos.

En el 94 mi padre salía en Curtidores de Hongos, yo tenía cuatro años, llegaba a mi casa, me ponía frente al espejo e imitaba a todos esos murguistas. Siempre fui muy observador y me enamoró. Tengo hasta olores que me transportan al Carnaval.

—¿Qué tipo de olores?

—Hay un olor que nunca se me fue y es el de los trajes de Curtidores, no sé con qué pintura era, pero lo siento y me hace volver ahí. Mi vida está alrededor del Carnaval. Es una pasión.

—Soñabas ser carnavalero, ¿en qué momento decidiste hacerlo profesionalmente y cuál fue el primer paso para concretarlo?

—Desde que tengo consciencia siempre estuve involucrado con el arte. No sé si alguna vez me senté a pensar, che, me dedico a esto. Sí, en un momento hice un click y dije, yo quiero hacer esto. A los siete años debuté en una obra de teatro, El tercer tiempo, dirigía Jorge Denevi y estaba Contrafarsa atrás. Fui a un ensayo y dijeron, che, falta un personaje de chiquito que tiene que decir dos palabras, ¿vos te animás? Sí, dije. Siempre fui careta. Ahí arranqué. Después estuve en Locos de vos, hice Carnaval de las Promesas, que es una fuente cultural que te promueve a seguir si te gusta, es como el baby fútbol. Y no paré.

—¿Te acordás qué decías en ese primer parlamento?

—Decía cuando sea grande quiero ser como vos y el nombre de un futbolista que no recuerdo el nombre. Marcel Keoroglian hacía de mi padre.

—Debutaste en la murga Todavía no se sabe e hiciste Murga Joven, ¿te gusta ese género?

—Amo la murga. Es mi esencia. Es la vedette del Carnaval y de la cultura uruguaya. Me gusta por lo que dice, por el humor, la garra. Yo siempre digo que una persona no se puede ir de esta vida sin cantar una bajada de murga.

—¿Y por qué te cambiaste al parodismo?

—Porque me gusta mucho parodiar por el palo de la actuación. Y me parecía que era una categoría que estaba estancada de caras.

—¿Volverías a la murga?

—Sí, claro, sé que voy a volver.

—Canto, baile o actuación, ¿en qué disciplina te destacás?

—En ninguna de las tres, soy muy perseverante y le doy. Apoyo en el coro o tirando algunos pasos, trato de venderla, pero la que más me gusta es la actuación y con el tiempo fui tratando de aprender y agarrar herramientas.

—¿Se te abrieron puertas por ser el hijo del Bananita González?

—Y se me cerraron. Cuando sos hijo de se te abren y se te cierran. No me interesa porque, más allá de lo artístico, que te puede gustar o no, yo estoy orgulloso de él. Puedo entrar a cualquier canal o teatro con la cabeza en alto porque el tipo es un fenómeno y una gran persona. Se me abrieron puertas en el sentido de bueno, está el Banana, al hijo le gusta, en vez de buscar otro nene, lo tenemos acá. Pero ahora que estoy tratando de meterme, a veces también cuesta por ese lado.

—¿En algún momento pensaste en no seguir la misma profesión que tu padre por miedo a las comparaciones o a defraudarlo?

—No, nunca. Y en eso tuvo gran cuota mi viejo. Nunca me puso la mochila, siempre me dejó libre. Me decía, me gustó, no me gustó, pero nunca desde el fanatismo, ni sos un fenómeno, ni sos el peor. Por eso nunca tuve ese peso, ni ese quiebre. La duda la tuve de seguir o no porque tenés otras responsabilidades y a nivel monetario es complicado, cuesta.

—Siempre has estado vinculado al humor, ¿te molesta que se te encasille?

—Te encasillan y más en Carnaval que son núcleos chicos. Te dicen, este hace reír y no te sacan de ahí. Este año con Los Antiguos la primera parodia es sobre los Beatles, hago a Paul McCartney y es más choripan y vino, pero en la parodia de El secreto de sus ojos interpreto el rol que hizo Guillermo Francella y es un laburo actoral, más allá de que apunta a la risa. Me gusta poder jugar al humor y al drama.

—¿Te gustaría probar hacer una obra dramática?

—Sí, me encantaría. No sé si estoy capacitado, eso lo va a juzgar la gente.

—Hay muchos actores de teatro haciendo Carnaval y vos tuviste la suerte de trabajar con Leandro Núñez y Fernando Vannet, ¿cómo fue la experiencia?

—Dos claros ejemplos de la humildad y el laburo. Leandro como compañero venía con sus herramientas y estaba abierto, admiraba la capacidad de los carnavaleros de sacar cualquier problemita adelante, algo que a veces se menosprecia. Gracias a su solidaridad pudimos aprender, sumarnos a su estilo y él al nuestro y formar el espectáculo 2016 de Los Muchachos que ganó el primer puesto en el concurso.

Fernando Vannet hizo la puesta en escena y la dirección de actores en Los Antiguos y lo que aprendí con él no tiene nombre. Me manejó, me trató de aguantar. A veces tengo el problema de prostituirme a la risa del público y el tipo me frenaba cada dos minutos: menos es más, aguantá, quedate, esperá, me decía.

—El año pasado ganaste con Los Muchachos y el equipo se disolvió, ¿cómo lo procesaste?

—Fue una lástima. Yo venía desde 2011 en el conjunto y más allá de lo que ves arriba del escenario, se forma un grupo de amigos, de familia, vemos crecer parejas, niños. Es un duelo como cuando terminás una relación. Por suerte el grupo es tan fuerte que el conjunto sigue vivo porque mantenemos las relaciones humanas.

—Estando sin conjunto, ¿te surgieron muchas propuestas?

—Sí, por suerte sí. Tuve el placer de que me llamaran de Nazarenos, los Diablos Verdes, un murgón, Leo Pacella para estar en Los Chobys y revista Tabú, que les hago los textos. Pero la idea de Los Antiguos me copó. Me sedujo el desafío de armar un conjunto nuevo, la propuesta, y que fuera con varios amigos que habían estado en Los Muchachos. Era no desatarme del todo y poder seguir con un núcleo de gente que me copaba laburar.

—¿Cuál es el espíritu de Los Antiguos?

—No venimos a cambiar la categoría, está todo inventado, pero sí a darle un toque fresco en cuanto a caras nuevas y en el código. Arrancamos el espectáculo actuando y no con un coro, los enganches son con Una sonrisa exactamente así, un cuento de Eduardo Sacheri. No vamos a la clásica, salvo en el momento de la parodia porque no somos Les Luthiers, pero intentamos demostrar otras cosas.

—En 2016 fue El hijo de la novia, ahora El secreto de sus ojos y los Beatles, ¿investigás por otro lado más allá del guión de la parodia?

—Sí, me gusta involucrarme. Con los Beatles era muy complicado porque no hay una película específica. Vi documentales, leí libros, escuché temas que no tenía en mi cabeza o no conocía. Ya había visto El secreto de sus ojos pero cuando me enteré la miré 20 veces literal.

Hacés a Sandoval, el personaje que encarna Francella. Usás varias muletillas suyas, ¿cómo lo preparaste?

—Lo miré demasiado. Soy gran admirador de él. Es normal verlo con frases, latiguillos o caras que son propias. En la película están pero también muestra otra cosa. En la escena que sucede en el boliche se nota más el personaje que hizo en la película y ese cambio radical que la gente vio.

—La voz de Francella te sale igual, ¿te costó mucho adquirirla?

—Era más complicado que lo gestual. Tiene una voz ronca, siempre está muy arriba y acá es más terrenal. Me costó, pero se dio natural en los ensayos. Fuimos encontrando el tono sin forzar, como pasa en un arreglo coral.

—¿El Carnaval permite profundizar en la investigación de los personajes?

—No siempre porque a veces es pum para arriba por un tema de tiempos y efectividad. Este conjunto te aguanta este proceso, hay otros que no. A veces te gana la energía porque estás en un lugar totalmente abierto, llora un nene, pasa un bondi, entonces tengo que decirte a vos que estás muerta de frío a las doce de la noche, atendeme que estoy acá. Tenés que tener la polenta sin perder el laburo actoral.

—El hilo conductor del espectáculo es Una sonrisa exactamente, de Sacheri ¿leíste ese cuento?

—Lo leí y lo escuché. Es maravilloso. El tipo va al boliche y trata de convencer a la mina de que le preste atención hablándole del Maracaná. Era un desafío porque él es notable pero monótono y había que usar matices actorales para que se entendiera. Y Sacheri hizo el guión de El secreto de sus ojos. Todo tiene una conexión.

—Este año te toca bajar a la tribuna, ¿qué se sintió actuar con el teatro repleto?

—Estaba de bote a bote, obviamente que era por Don Timoteo. Para nosotros como conjunto nuevo fue divino: domingo, tercera hora y Don Timoteo con el regreso de Pitufo Lombardo, Pinocho Routin y Marcel Keoroglian. No tenías cómo perder. Y por nuestro estilo de humor nos vino bien que el público sea murguero. Fue un gol ver el teatro así. Gracias Timoteo.

—Te casaste y fuiste papá de Josefina hace seis meses. Te cambió la vida por completo, ¿no?

—Mi hija me cambió la vida. Yo criticaba a los demás padres que se ponían bobos. A mí me dice, ah, y es como que esté leyendo la Biblia. La veo y no puedo estar mal. Cada cosa que hago ahora es pensando en ella. Cambia totalmente el eje de tu vida para mejor. Cuesta amoldarse porque no tenemos libros que nos enseñen a ser padre. Es tu responsabilidad. Pero esa niña es un órgano más tuyo.

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Foto: Fernando Ponzetto

EntrevistaMARIEL VARELA

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