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Una segunda oportunidad para Mercedes

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Mercedes junto a su pequeña hija. Foto: Darwin Borrelli
Mercedes Nuñez, historia de madre deportada y separada de su hija, ND 20150930, foto Darwin Borrelli
Archivo El Pais

La historia de Mercedes, una uruguaya que fue deportada de Colombia y separada de su hija recién nacida, es evidencia de la transformación a la que puede llegar el ser humano. Un año después, recuperó a la niña.

Ciertas noches, cuando se va a dormir angustiada, Mercedes revive en sueños el momento en que estuvo más cerca de morir. Se traslada a aquella callecita de Cali, en Colombia, donde fumaba "bazuco" (pasta base) con otros zombies como ella. En eso, una camioneta de retirados militares se apareció, bajaron los vidrios y empezaron a disparar a mansalva con ametralladoras. Hoy, cuatro años después, Mercedes explica que se trata de una costumbre de fin de año en Colombia: liquidar a los drogadictos. Los disparos habían arrancado a una cuadra de donde estaba ella y se iban acercando como un destino inexorable. Eran tanto el pánico y la droga que tenía en el cuerpo, que Mercedes no se pudo mover. Quedó paralizada. Pero cuatro personas antes que ella, cesaron las balas. Subieron los vidrios y se fueron, dejando decenas de cuerpos destrozados y un caos de sangre a su alrededor.

Cuando revive esas imágenes, Mercedes se despierta llorando y gritando. Pero ahora vive en Montevideo, y a medio metro suyo está la cama de su hija María del Mar, de tres años. La niña a la que un día debió dejar recién nacida en un hospital colombiano; la niña que después de un año pudo recuperar.

"De no tener nada, de vivir en el terror, en las penumbras, a tener una casa, una hija, responsabilidades, un trabajo, es como hacer un giro de 180 grados. Es impresionante", dice Mercedes . "A veces no puedo creer todo lo que tengo. Y lo más lindo es cuando me despierto y mi hija me dice que me ama, y está al lado mío".

Dejarse morir.

Mercedes Núñez creció en Carrasco, cerca del Lawn Tennis. Vivía con sus padres y su hermano en una casa al fondo de la de sus abuelos. Estudió en una escuela de Punta Gorda y empezó el liceo en ese barrio. Al tiempo sus padres accedieron a una casa propia en Piedras Blancas. Ella primero quiso quedarse con los abuelos, pero después desistió y se mudó. Entonces tenía 14 años.

"Ahí empecé a conocer las malas juntas, el libertinaje. Empecé a correrme del camino", dice Mercedes. Repitió en el liceo. Comenzó a ir más a los bailes que a clase. Se enamoró de un hombre y a los 16 años se casó. Dejó el liceo. Su familia, al ver que había decidido ser grande antes de tiempo, la dejó sola. Tuvo a su primera hija a los 17 y a la segunda a los 18.

Las niñas todavía usaban pañales cuando Mercedes descubrió que su marido la engañaba y sintió que se le derrumbaba la vida. Hoy dice que ella era de las que creían en "el hombre perfecto, la vida ideal", para intentar explicar el impacto del golpe y su posterior opción: "no vivir más". Era 2005, se decía que la pasta base mataba "enseguida", de modo que eligió esa forma de dejarse destruir. "Empecé a consumirla para poder morir. Esa fue mi decisión".

—¿Y qué pensaste sobre tus hijas en ese momento?

—No pensé en ellas —contesta casi sin pensar porque, es evidente, Mercedes ya se ha hecho a sí misma esa pregunta.

Se las dejó a su madre y le pidió que las criara "bien", no como a ella. Se fue a Brasil por un tiempo. Cuando volvió, fue a buscar a sus hijas y descubrió que el padre las había recuperado. Desde entonces nunca más las vio.

Primer viaje.

En 2008, con 22 años, Mercedes emprendió el primer gran viaje de su vida. Arrancó en Argentina y fue subiendo por Bolivia, Perú, Ecuador, hasta llegar a Colombia. La meta era terminar en Estados Unidos, pero eso nunca sucedió. Fueron cuatro años cruzando fronteras con lo puesto, sin cédula, sin papeles, completamente ilegal e irregular.

En la medida que iba avanzando en el continente, iba creciendo también el consumo. "Es lento y progresivo. Cada vez vas más para abajo. Iba pasando el tiempo y todas mis creencias y todo lo que yo traía de niña iba desapareciendo e iba adoptando las cosas de la calle. Fui conociendo más cosas, y cada vez peores. Llegué a la prostitución, llegué a robar, a hacer cosas que lastimaban mi honra. Ya no… ¿cómo te puedo decir? Ya no me interesaba; ya no me importaba nada".

"En los primeros tres años sufría a cada instante por mis hijas. Después me olvidé. Así, tan cruel como eso", continúa Mercedes. Hace una mueca que no llega a ser sonrisa: un gesto que denota una mezcla entre vergüenza e ironía. "No sentía dolor. No me interesaba. Era una dependencia total. Me dormía pensando en el consumo y me despertaba pensando en el consumo. Nada más me importaba que eso. No me interesaba bañarme, no me interesaba un techo, no me interesaba si comía, no me interesaba si me vestía, no me interesaba nada. Ni mi familia, ni si madre estaba viva".

En Argentina hizo changas y vendió artesanías. En Bolivia aprovechó sus conocimientos de inglés y se consiguió un lugar como guía en un tour por salares y volcanes. En Perú trabajó un poco más, pero ahí ya empezó a delinquir. Su último trabajo fue en un hotel de la costa ecuatoriana. Allí juntó suficiente dinero como para viajar a Colombia. En algún momento la detuvieron por consumir en la calle, pero nunca por andar sin papeles.

Atravesó Colombia hasta llegar al golfo que conduce a Panamá, pero cuando iba a cruzar se encontró con mayores controles que por tierra. Había una forma ilegal de hacerlo, pero costaba unos 300 dólares. Mercedes volvió a Cali para trabajar y conseguir ese dinero, pero nunca más volvió a intentarlo.

En Cali descubrió que la dosis que en Uruguay conseguía por 50 pesos, allá se vendía a 3 pesos. Decía A y la tenía. Además, era mucho más adictiva.

"Me transformé en un zombie. El cuerpo no me daba. Estaba súper delgada, deshecha. Hice miles de intentos por abandonar, me interné en centros de rehabilitación. Me ayudaban a recuperarme durante dos, tres meses. Una vez que estaba mejor, chau: Ya estoy pronta para más", cuenta.

Vivía en la calle. Cada tanto pagaba un hotel, se bañaba, dormía, se recomponía un poco, y seguía. Luego pasaba hasta siete días sin dormir. Y cuando el cuerpo le volvía a decir basta, caía otra vez.

Una vez le robó a un hombre que logró detenerla en el momento. La tiró al piso y le empezó a golpear la cara con una piedra. Ella le decía: "Matame, matame que es lo que yo busco, es lo que necesito. Si vos me dejás viva, te voy a buscar y te voy a matar yo". Él lloraba, no sabía qué hacer, pero le seguía pegando. Así perdió la mitad de los dientes.

También tuvo una pelea en la calle. "Pero allá no es a los piñazos, sino a los cuchillazos", cuenta. Mercedes señala una a una las cicatrices de los brazos y la cara. Una, que va del labio superior a la nariz, le cambió la sonrisa para siempre. En el cuarto que hoy comparte con María del Mar hay una foto encuadrada que lo atestigua. Allí está ella con su hermano, de niños, en un jardín. Ella sonríe con picardía y plenitud, sin complejos, con todos los dientes, con toda inocencia.

Querido dolor.

En Colombia Mercedes se enamoró por segunda vez. Con él fumaba y robaba. Y con él quiso engendrar un hijo. Le prometió a Dios que si se lo daba, ella juntaría la fuerza para cambiar.

Los primeros cuatro meses del embarazo logró mantenerse sin consumo. Pero una vez fue a buscarlo a él a donde solían juntarse a fumar, y recayó. Desde entonces siguió consumiendo sin parar.

Varias veces estuvo por perder a su bebé. Tenía preeclampsia por el consumo. Estuvo internada y se escapó del hospital, pero allí le abrieron una historia clínica e intentaron hacerle un seguimiento con asistentes sociales. No tuvieron éxito.

El día que Mercedes empezó con contracciones de parto estaba en una boca, fumando. Les decía a sus compañeros: "Dame una dosis más, que esto se me pasa". La agarraron entre varios y la metieron en un taxi. Cuando llegó al hospital, el taxista le abrió la puerta y recibió a la recién nacida con sus manos. Mercedes recuerda la escena, pero no tiene registro de haber sentido dolor.

María del Mar nació de 36 semanas de gestación, con sífilis congénita, bajo peso, retraso de crecimiento, los pulmones frágiles y síndrome de abstinencia. Su mamá la vio solo una vez. Su papá quiso conocerla pero lo retuvieron porque estaba drogado.

Mercedes estuvo sedada durante tres días. Al tercero, juntó fuerzas y se levantó para ver otra vez a su bebé, pero dos hombres la frenaron. "Somos oficiales de migración. Nos va a tener que acompañar", le dijeron.

La llevaron con el cónsul uruguayo. "Me dijo que si me iba a casa y reconstruía mi vida, él me iba a ayudar a recuperar a María. En ese momento sentía el mismo vacío que había sentido aquellos tres años, cuando dejé a mis hijas. Estaba sintiendo dolor otra vez por algo, porque estaba perdiendo a mi bebé".

Mercedes fue deportada en noviembre de 2012 y el Estado colombiano, por orden de un juez, incorporó a su hija al sistema de protección estatal de madres sustitutas. Las separaron, pero ella no lo sintió como una injusticia. Pensó que María del Mar necesitaba quedarse, y que ella debía recomponerse. Cuando iba en el avión, vestida con la ropa del hospital, Mercedes pensó que aquel era un viaje a la segunda oportunidad de su vida. "Una oportunidad para volver a vivir".

Al llegar a Uruguay se reencontró con sus padres, que se alegraron de verla con vida pero le explicaron que no querían sufrir más, y ella lo entendió. La llevaron a un refugio del Mides y allí empezó su transformación.

Segundo viaje.

La División Estudio y Derivación, una especie de puerta de entrada al INAU, recibe unos 15 casos al año de niños que han sido separados de sus padres en el exterior por haberse constatado la vulneración de algún derecho. Son situaciones de maltrato, abandono, negligencia; de padres comprometidos con el consumo, o presos, o en condiciones de riesgo y calle. INAU ha trabajado con niños uruguayos en Italia, España, Canadá, Chile, Brasil, Francia. Y Colombia.

El primer enlace es el consulado o la embajada en el país donde se encuentra el niño. Se toma contacto con su historia y con la posibilidad de que el niño se una a alguien de su familia, ya sea alguno de sus padres, los abuelos u otros. El caso llega a la Oficina de Asistencia al Compatriota del Ministerio de Relaciones Exteriores, y ellos le encargan al INAU las investigaciones para determinar si es viable conectar al niño con alguna alternativa familiar en Uruguay.

En el caso de María del Mar, el INAU estudió a los padres de Mercedes pero no encontró las condiciones emocionales necesarias para recibir a la bebé.

En tanto, Mercedes había empezado un tratamiento para rehabilitarse y dejar de consumir, primero en el Portal Amarillo y después en una comunidad de acompañamiento entre adictos. Sus días, durante meses, consistieron en levantarse a las ocho, salir del refugio, ir a tres o cuatro grupos de contención y volver a las ocho de la noche para bañarse, comer y dormir. No tenía tiempo de pensar en otra cosa que cambiar.

Y, en paralelo, se había conformado una cadena entre Relaciones Exteriores, el cónsul en Colombia, personal de Bienestar Familiar colombiano, funcionarios del INAU y del Mides. Cada tanto, Mercedes recibía fotos de su hija y la confirmación de que estaba creciendo bien (ver recuadro).

A los seis meses resolvieron pedir a la Justicia colombiana la tenencia de María del Mar. Con la ayuda de un abogado, Mercedes juntó los certificados que demostraban que estaba trabajando, que había pasado a vivir en un hogar de medio camino (pagando una cuota) y que seguía en tratamiento para mejorar su salud. La respuesta se hizo esperar otros seis meses, pero finalmente se resolvió que la niña podía volver con su mamá.

El encargado de ir a buscarla a Colombia fue Alejandro López, el director de la División Estudio y Derivación del INAU. Hasta el día de hoy, López recuerda aquel viaje con la beba de un año como una de las experiencias más emotivas de su trayectoria (ver recuadro en página 6).

María llegó a Uruguay el viernes 1° de noviembre de 2013. La acogieron en un hogar del INAU. Tres días después, Mercedes recibió la llamada tan ansiada: podía ir a conocer a su hija.

Y el encuentro fue "muy mágico". "Estaba llorando, yo la agarré y se tranquilizó. Fue como que me reconocía. Después de un año, reconocía a la mamá. Quería comer conmigo y no con otros. Fue algo muy extraordinario. Desde ese momento no la dejé ni un segundo. Salía de trabajar y me iba para el hogar. Le daba de comer, la bañaba, jugaba con ella, la dejaba dormida y volvía al refugio. No la dejé un segundo más".

Otra vez mamá.

El 14 de diciembre de 2013 María del Mar dejó el hogar de INAU y pasó a vivir con Mercedes en el hogar de medio camino. Allí le enseñaron a ser mamá otra vez, porque la vida que llevaba antes había arrasado con todos sus aprendizajes. "Fue como empezar de cero. Tuve que encontrar la conexión acá adentro —se toca el corazón— para vivir para María. Y fue lindo. Demasiado lindo".

Un año más tarde, el INAU y su par colombiano, que venían haciendo seguimiento y monitoreo de aquella experiencia, les dieron "el alta". "Y María era completamente mía. Ya no estaba en observación de nadie: era mía", dice con la mejor sonrisa que logra esbozar.

Eso dio pie a otro gran paso: la autonomía. Mercedes ingresó a un plan de subsidio de alquiler del Ministerio de Vivienda y hace poco más de un mes se mudó a una casa pequeña pero prolija, y con jardín, por la Curva de Maroñas.

María del Mar es hoy una niña sana que va a una guardería mientras ella trabaja como camillera en un hospital público. Mercedes planea terminar el liceo y sueña con ser asistente social. Hace tres años que está de novia con un hombre que ha asumido el rol de padre de su hija. Todavía no conviven: "Por primera vez estoy haciendo las cosas lento", explica.

Solo le falta algo para ser feliz del todo: volver a ver a sus otras hijas. Su exesposo la ha amenazado con matarla si se acerca a ellas, por eso Mercedes quiere asesorarse legalmente. "Tengo que estar preparada porque mis hijas ya son adolescentes, tienen 11 y 12 años, y fue mucha la ausencia. Va a ser un golpe grande, tanto para ellas como para mí. Igual, lo que quiero es que sepan que estoy, que existo, que estoy dispuesta a ayudarlas al menos sentimentalmente. Que puedan tener el apoyo de alguien, que no fue quien las crió, pero sí quien les dio la vida".

"Lo que me falta es fuerza", se sincera Mercedes. Justamente, lo que ha demostrado tener.

"En los consulados no solo se renuevan los pasaportes".

La Oficina de Asistencia al Compatriota y Servicios a la Comunidad, dependiente de la Dirección de Asuntos Consulares del Ministerio de Relaciones Exteriores, intervino en la situación de Mercedes y su hija María del Mar. Luego de que la representación diplomática en Colombia tomó contacto con la ellas, esta oficina en Uruguay empezó a actuar y se puso en contacto con el INAU para que averiguara posibles alternativas familiares. Según contó Mercedes, el personal de la oficina estuvo "atento" durante su recuperación en Uruguay, hizo de nexo para que ella tuviera novedades de su hija e incluso hizo gestiones para que le donaran muebles cuando consiguió alquilar una casa. Una funcionaria de la oficina reconoció que "entre miles" de casos que han trabajado durante los últimos años, "el de Mercedes ha sido especial".

En la oficina no quisieron dar información sobre los casos que reciben y cómo trabajan. Dijeron que es "confidencial". De todas formas, aseguraron que es "un trabajo de hormiga" y "muy grato", pese a que allí llegan situaciones muy delicadas de uruguayos en el exterior. En la web dicen que están disponibles para coordinar "repatriación de restos, nexo de uruguayos detenidos en el extranjero, localización de personas y en forma excepcional repatriación de uruguayos detenidos en el exterior".

"En los consulados no solo se renuevan pasaportes", dijeron en la Oficina de Asistencia al Compatriota. De hecho, el cónsul uruguayo en Colombia fue, según Mercedes, la primera persona que le "extendió la mano" cuando ella estaba en su peor estado. Él le aseguró que si ella se recomponía, recuperaría a Mercedes. En el consulado siguieron el desenlace de la historia desde cerca.

El recuerdo de un año a distancia.

Mercedes vio solo una vez a su hija recién nacida. Igual, estaba tan sedada que ni siquiera recuerda cómo era. Hoy dice que habría querido llamarla Mayra Valentina, y asegura que así se lo transmitió a las enfermeras que la atendieron. En Colombia le pusieron María del Mar. Ella prefiere decirle solo María.

Durante el año que pasaron separadas, Mercedes fue recibiendo fotos y novedades de su hija a través del personal de Bienestar Familiar (el INAU colombiano) y de la Oficina de Asistencia al Compatriota, de Cancillería. Se enteraba si había subido de peso, si había aprendido a gatear. Sabía que cada tres meses aproximadamente la cambiaban de madre sustituta "para que no se encariñara". Cuando la niña llegó a Uruguay, vino con un regalo: un cuaderno rosado de goma eva con el relato de ese año que había vivido lejos de su mamá. Para Mercedes es un tesoro. Entre fotos y apuntes de puño y letra de cada cuidadora, se fueron registrando las rutinas, los gustos, el crecimiento de María y la superación de sus enfermedades. "La tenían muy bien cuidada. Le hicieron todo lo necesario para que fuera la niña que es hoy", dice Mercedes. En una página hay una foto de María vestida como para una ceremonia de graduación: fue el día que egresó del "programa canguro", dedicado a niños con bajo peso al nacer.

El funcionario que viajó a buscar a María del Mar.

Alejandro López es magíster en terapia familiar y dirige la División Estudio y Derivación del INAU. A su oficina, que es como la puerta de entrada al instituto, llegó el caso de María del Mar. En promedio recibe 15 casos del estilo por año. El denominador común es la vulneración de algún derecho del niño y la separación del ámbito de protección de los padres. Su objetivo es evaluar la posibilidad de una alternativa familiar en Uruguay. Ha sido testigo de experiencias disímiles: algunas exitosas, como la de María del Mar y su mamá, y otras con dificultades.

López fue quien viajó a Colombia a buscar a la niña cuando se resolvió que Mercedes estaba apta para “maternar”. Fue un viaje de tres días: el primero estuvo en el consulado, el segundo con María del Mar, y al tercero se fue. Aquel viaje fue especial: la beba de un año, pese a estar con un desconocido, logró dormir la mitad del trayecto. Eso demuestra “su capacidad de adaptación y supervivencia”, dice López.

El funcionario considera que Colombia tomó la decisión correcta al deportar a Mercedes sin su hija. “Ella no podía ser madre en ese estado de deterioro y vulneración. En esa condición, la Justicia colombiana protegió a la bebé. María del Mar también es ciudadana colombiana”.

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Mercedes junto a su pequeña hija. Foto: Darwin Borrelli

historia de transformación y reencuentroPAULA BARQUET

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