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El mundo difícil de Franz Kafka

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Sus incursiones en los misterios y sinrazones de la vida cotidiana lo enviaron directamente a la posteridad. Hablo de Franz Kafka, de quien se cumplen noventa años de su fallecimiento. Antes de que él naciera abundaban, aquí y allá, las situaciones grotescas, y se las llamaba de esa manera. Pero recién a partir de sus libros fue que empezamos a llamarlas con su apellido. Cuando hablamos de situaciones “kafkianas”, todos sabemos muy bien a qué nos referimos.

Sus incursiones en los misterios y sinrazones de la vida cotidiana lo enviaron directamente a la posteridad. Hablo de Franz Kafka, de quien se cumplen noventa años de su fallecimiento. Antes de que él naciera abundaban, aquí y allá, las situaciones grotescas, y se las llamaba de esa manera. Pero recién a partir de sus libros fue que empezamos a llamarlas con su apellido. Cuando hablamos de situaciones “kafkianas”, todos sabemos muy bien a qué nos referimos.

Vino al mundo el 3 de julio de 1883, en Praga. Fue un chico solitario, abatido por su propio desconsuelo. Sus desencuentros con su padre lo llevaron a escribirle dolorosas cartas, que se han conocido.
Tempranamente, Franz Kafka se doctoró y comenzó a trabajar en una compañía de seguros. No sabemos si conoció el amor; acaso quiso a una mujer, en las sucesivas mujeres de las que se enamoró, como Felice Bauer, Dora Dymant y Milena. Lo cierto es que, cuando leemos lo que ocurrió entre él y ellas en sus cartas (que se han publicado también), sentimos una instantánea compasión solidaria, por él y por ellas.

Franz Kafka quiso vivir de sus libros, pero no pudo hacerlo. Las pocas páginas que publicó en vida no suscitaron interés alguno. Sólo después de su muerte se tomó conciencia del valor de su obra, la que fue conociéndose en los sucesivos libros editados póstumamente. Como se sabe, moribundo, Franz Kafka le pidió a su amigo Max Brod que destruyera sus manuscritos. Borges decía que él mismo podría haberlos destruido, pero que su amigo cumplió la orden secreta que había recibido, es decir, no quemar esas obras. Y gracias a ello conocemos libros como “América”, “El Proceso”, “El Castillo” y “La metamorfosis” (Gussi), los que dan forma al llamado mundo “kafkiano”.

Corresponde preguntarnos si la ausencia de su fama se debió al gusto del público de la época, al escaso apoyo editorial, o si fueron las propias limitaciones de Kafka para hacerse conocer, las que determinaron su carácter de escritor casi secreto.

Pero, a pesar de todo ello, Franz Kafka sin quererlo terminó convirtiéndose en un autor canónico del siglo XX, y ha dejado huellas imborrables en sus lectores, así como su poderosa influencia en creadores como Borges, Elías Canetti y Julien Gracq.

A tantos años de su adiós, Kafka pervive en el mundo como el escritor central de un siglo terrible en la historia de los hombres. Según ha señalado Harold Bloom, “los mejores fragmentos de Kafka —relatos, parábolas, aforismos— superan a Proust y a Joyce a la hora de armarnos de una espiritualidad que de ninguna manera dependen de la fe o de la ideología”.

Los cuentos de Franz Kafka pueden considerarse perfectos, y sus novelas, donde la irrealidad lo invaden todo, ejemplifican la división entre el ser y la conciencia. Al revés que otros escritores cuyos personajes son más notorios que sus creadores (don Quijote es más famoso que Cervantes) en sus libros él es la figura más importante; sus personajes son meras abstracciones. Por ello lo buscamos, al decir de Borges: “Como soñador que no quiso que sus sueños fueran conocidos”.
El escritor praguense, de origen judío, falleció de tuberculosis a los 41 años, el 3 de junio de 1924. Antes de morir pidió a Max Brod: “considérenme un sueño”. Pero será considerado como una pesadilla. Quizá por ello no quiso ser un personaje kafkiano.

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Rubén Loza Aguerrebere

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