Publicidad

Aislados a la fuerza

| Hay 30 mil uruguayos sordos y la mitad son analfabetos. El Estado no los contempla a pesar de que hay una ley que obliga a las dependencias oficiales a contar con un intérprete del lenguaje de señas. La displicencia de la sociedad los obliga a estar al margen.

Compartir esta noticia
 20090530 600x347

Mariana Scasso Belloso

Rodrigo nació sordo. En el primer año sus padres se percataron de que emitía pocos sonidos. Confundidos, tiraban cacerolas al piso y producían toda clase de golpes sin que el bebé los advirtiera. A veces Rodrigo se daba vuelta. Percibía las vibraciones. Recién confirmaron su grado de sordera al año y siete meses. Durante unas vacaciones en Santa Lucía del Este, Roberto, el padre, fue a buscar los resultados de un audiograma y de un problema en la cadera del hijo. Entró por una puerta y le dijeron que debían operar con anestesia general la cadera, por una displasia, que le valió cinco meses con yeso en la cama. Entró por la otra puerta y le confirmaron que Rodrigo era sordo profundo. Aturdido, se subió al auto y llegó a Santa Lucía del Este sin saber si iba por avenida Italia o por la rambla.

"A partir de ahí teníamos dos opciones: rasgarnos las vestiduras y lamentarnos o investigar de qué trata la sordera". Roberto evoca ese momento, sentado en el living de su casa, con un cigarro en la mano, a punto de encender.

Rodrigo ingresó en el maternal de la escuela 197 de sordos en Montevideo, donde se impartía un modelo de enseñanza que defendía la oralidad como único medio para integrar a una persona sorda. Sin animarse a mirar a los ojos de la intérprete, Rodrigo cuenta ansioso que en la escuela le enseñaban a hablar. "La maestra nos ponía una frase en el pizarrón y debíamos repetirla y repetirla oralmente; la maestra hablaba, hablaba, hablaba, y yo no entendía porque no oía. Necesitaba responder con las manos y la maestra no me dejaba. Mis notas no eran buenas".

Rodrigo sólo se sentía libre cuando dibujaba sus mundos con personajes caricaturizados. Vivió aislado, porque no le era dado una lengua para comunicarse, hasta que una maestra particular le enseñó la lengua de señas. Aprendieron el padre, Rodrigo, entonces de cuatro años, y la hermana de dos. Rodrigo, que se identifica en lengua de señas con un movimiento del dedo índice y el mayor que rozan la mejilla blanca, después explicaría que es la lengua natural del sordo; que se aprende del contacto con otros sordos, como los oyentes aprenden a hablar con otros oyentes, y que mediante esa lengua pueden memorizar, elaborar conceptos, en definitiva, pueden aprender.

Ni las comisarías, ni los hospitales, ni la inmensa mayoría de las oficinas públicas cuentan con el necesario número de intérpretes. En el Poder Judicial sólo hay uno que actúa como perito cuando se toman declaraciones a una persona sorda. "Los nervios por una emergencia de salud o por un asalto aumentan si nos hablan y no entendemos. Se necesita un intérprete para poder comunicarse fluidamente. Tampoco podemos pagar de nuestro bolsillo a uno si tenemos una emergencia", explica en lengua de señas Beatriz Garrido, y Silvia Areosa traduce así, en un salón de clase del Centro de Investigación y Desarrollo para la Persona Sorda (Cinde).

Como Rodrigo, Beatriz no oye. Las personas sordas tampoco gozan del derecho a informarse completamente. El canal 5, estatal, trasmite el informativo del mediodía con intérprete sólo durante media hora, mientras que el canal 10 emite el informativo central con subtítulos (se activan desde el control remoto); pero no todas las personas sordas saben leer ni a todas se les enseña la lengua de señas. Desde la Asociación de Sordos del Uruguay se reclama una programación que incluya intérprete y subtítulos.

"Muchas veces nos sentimos aislados e ignorantes de lo que pasa, porque aunque haya paro de transporte, nos preparamos, salimos a la calle y esperamos, esperamos en la parada sin saberlo. No oímos la radio; nos queda sólo la televisión; necesitamos información, como cualquier otra persona", sostiene Ana Gopar, a través de la lengua de señas e interrumpe el silencio con el choque de las manos y sonidos poco controlados.

La ley 17.368, que reconoce la Lengua de Señas Uruguaya como lengua natural de las personas sordas, reglamenta que el Estado debe asegurar el servicio de intérpretes -"en cualquier instancia en que no puedan quedar dudas del contenido en la comunicación"-, así como proveer este servicio en programas televisivos de interés general. Además dispone que las dependencias del Estado y de los municipios cuenten con "señalización, avisos, información visual y sistemas de alarmas luminosas aptos para su reconocimiento". Esta ley se aprobó en 2001 y aún hoy, ocho años después, no se cumplen las disposiciones.

Como los ciegos necesitan del bastón para caminar, así como una persona con problemas para desplazarse requiere una silla de ruedas, un sordo necesita un intérprete para poder comunicarse. Pero en Uruguay no se dispone de los intérpretes suficientes para los puestos que lo requieren. La carrera de intérprete (que todavía no es universiraria) dura cinco años y sólo se dicta en Cinde. De los 200 alumnos del centro, sólo 50 estudian este curso. "Abre una posibilidad de trabajo para los oyentes, porque hay muchos abogados y médicos, y pocos intérpretes. En el interior es donde más se sufre la escasez", enfatiza Beatriz, junto a una filmadora que graba las evaluaciones de los estudiantes para luego corregir los errores.

Recién en 1989 se estableció la educación bilingüe: de mañana se enseña oralmente y de tarde se educa en la lengua de señas en las materias del programa de primaria. La directora de hace seis años de la escuela 197, Stella Vallarino, explica que el antiguo paradigma de enseñanza pretendía que los niños aprendieran la lengua de la mayoría para que pudieran integrarse a la sociedad. "Hoy ya no se discute la importancia de la lengua de señas en el desarrollo intelectual del niño sordo, que es el mismo que tiene cualquier niño oyente, si se estimula temprana y adecuadamente", explica la directora, al mismo tiempo que en una clase una maestra repite tttttt, tttttt frente a un niño que le presiona la mano en el pecho para sentir la vibración de la caja torácica.

Vallarino, vestida con túnica blanca, recomienda que apenas se detecte la sordera, concurra a la escuela, que es la única con estimulación temprana en lengua de señas. "Un niño oyente llega a la escuela con un vocabulario de 5.000 palabras, y el niño sordo no lo tiene. Por eso tratamos de enseñarle a través de su lengua lo más temprano posible". Para finalizar, la directora desmiente una creencia popular: que el desarrollo de una lengua limita el desarrollo de otras.

El aislamiento de Rodrigo y hasta cierta actitud agresiva por la incapacidad de comunicarse, cambia a partir de la enseñanza bilingüe en primaria. Aprende a leer y a escribir con la decodificación en lengua de señas. Con el diccionario bajo el brazo, lee los libros de historia que llenan los estantes de la casa y mejora sustancialmente sus calificaciones.

En el interior, en cambio, la lengua de señas que desarrolla la comunicación, "no se implanta en las instituciones de educación primaria", según Silvia Areosa, coordinadora de intérpretes de Cinde. Existen escuelas especializadas en alumnos sordos en Salto, Rivera, Maldonado y Montevideo, y en el resto de los departamentos se imparten clases para estudiantes sordos en escuelas comunes, excepto en Flores. En la educación secundaria sólo existe un liceo en Montevideo, el 32, especializado en sordos, y el 35, el IAVA, que integra en la clase de oyentes a los estudiantes con intérpretes, al igual que en Maldonado y Salto.

Rodrigo formó parte de la organización de la protesta que denunció, el año pasado, en el Día Mundial de la persona Sorda (22 de setiembre), que la mitad de los 30.000 sordos uruguayos, no sabe leer ni escribir.

"Aún hoy la sociedad desconoce la importancia de la lengua natural de las personas sordas para el vínculo familiar y para la educación", afirma la licenciada en Psicología Andrea Guiarte, especialista en la problemática del sordo. "Por desconocimiento o por temor, los padres, que forman parte de la sociedad, no aprenden la lengua de señas y no logran comunicarse con los hijos. Éstos, a su vez, pierden tiempo de aprendizaje", opinó.

Rodrigo sostiene enérgicamente que prefiere ser un mono antes que un loro que repite sin entender lo que dice. Para comunicarse con los que no saben su lengua, saca hojas de su riñonera y escribe. Algunos adultos sordos todavía se esconden cuando se comunican por señas en la calle. En la escuela les pegaban en las manos o se las ataban para que no se comunicaran en su lengua.

"Cuando llega un hijo sordo a una familia oyente se produce un rechazo natural, porque no es el hijo con las condiciones esperadas. Los niños se sientes excluidos por lo que no tienen, pero a partir de que reconozcan que tienen una lengua de señas, logran aprender", sostiene Guiarte, y agrega: "El chico queda desdibujado por los intentos de convertirlo en el hijo ideal: oyente. Entonces, lo `implantan`, le ponen audífonos, le realizan audiogramas y aprenden a hablar".

El padre de Rodrigo sostiene que se debe saber y reconocer quién es el hijo para ayudarlo a que pueda desarrollar una vida plena, productiva y feliz. Rodrigo es uno de los 14 alumnos que asisten a la universidad, gracias al Departamento de Bienestar Universitario, que se encarga de los costos de los intérpretes. De tarde, Rodrigo estudia el segundo año en Bellas Artes, y de mañana trabaja en UTE. Cuando puede, se aísla voluntariamente para dibujar sus caricaturas.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad