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El oficio sobrevive pese a amenazas

| La salida laboral es mayor de lo que parece: varios luthiers también trabajan para el mercado norteamericano. Diseño importa, pero mucho más el sonido.

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El País

CARLOS TAPIA

Por ahora sigue siendo un trabajo cotizado, pese a dos grandes enemigos: el alto costo de la madera y herramientas así como la invasión coreana de instrumentos de baja calidad y también precio.

Los acordes de un viejo jazz sobrevuelan el aire; el aroma de las maderas y el pegamento también. En tanto, Ariel Ameijenda, formón en mano, le da los últimos retoques a una guitarra hecha por sus propias manos.

Aunque parezca una clara referencia al maestro Johann Sebastian Mastropiero, la palabra francesa luthier remite a aquella persona que construye y repara instrumentos de cuerda. Luthier viene de luth, que deriva de la palabra árabe laúd -instrumento renacentista-, vocablo que nace de al`ud, que significa madera.

Ariel Ameijenda aprendió el oficio de su padre Manuel y éste a su vez lo adquirió de Juan Carlos Santurión, fundador de la cátedra en violería que se dicta en la Escuela Pedro Figari, que depende del Centro de Educación Profesional, ex UTU. "Mi padre se inscribió en 1955, uno de los primeros años en que se dictó el curso. Cuando Santurión se jubiló, en 1958, lo dejó de sucesor a él", señala Ameijenda.

Desde hace treinta años, cuando tenía 14, comenzó a construir instrumentos de cuerda con la tutela de su fallecido padre. Si bien lo que más fabrica son guitarras de concierto, también se dedica a hacer laúdes, vihuelas y otros instrumentos de cuerda. "He tratado de seguir por amor a la guitarra y a mi padre toda la evolución del instrumento", agrega.

Poco más de 50 años después el curso de violería de "la Figari", como suelen llamar los alumnos a la Escuela, sigue en pie. Y un centenar de estudiantes se inscribe cada año para aprender el milenario oficio. "Me anoté porque toco la guitarra y me parecía interesante hacer mi propio instrumento", cuenta Wilmar de 32 años. Su compañero Fernando, de 27, que cursa el segundo y último año, ya tiene su instrumento casi terminado y lo lustra con orgullo. La inclinación de Fernando fue casi una herencia. "Hay varios luthiers en mi familia y mi padre fabrica tambores", cuenta.

"No todos lo que entran terminan trabajando de luthiers. Un gran porcentaje de alumnos viene con la intención de hacerse una guitarra y nada más", explica Juan Carlos Álvez, quien está al frente de la cátedra de violería desde hace 14 años.

El curso dura dos años y está compuesto por tres materias: taller -que la dicta Álvez junto con su hijo Carlos-, tecnología -que también la da Álvez padre- y dibujo. En primer año los alumnos aprenden a utilizar las herramientas y a trabajar la madera y construyen una guitarra de estudio; en segundo, con mejores y más caros materiales, deben realizar una de concierto.

Para Álvez dos años son pocos para aprender el oficio. "Ya pedimos que se agregue uno más para la construcción de guitarras y otro para hacer violines", señala el profesor, quien también aspira a que la Escuela agregue un bachillerato en violería, como ya lo hizo con los talleres de cerámica, escultura, talla en madera y dibujo y pintura.

La directora interina de la institución, Milmar Salmini, indica cómo funciona el plan. "Luego de tercer año de liceo los alumnos pueden cursar las materias de los respectivos talleres más tres complementarias: literatura, geometría e inglés. Después tienen acceso a la Facultad de Bellas Artes, Humanidades y Diseño. Ya se hizo una propuesta para que en este plan se incluya luthería, pero todavía no hubo respuesta".

Si bien Álvez sostiene que "durante los últimos años se atendieron varias necesidades" -incluso se inauguró en 2009 una sala multimedia y recibieron algunas herramientas-, dentro del taller de violería las carencias aún existen. Los alumnos son muchos y el espacio reducido. Esto se torna peligroso ya que se utiliza maquinaria de carpintería casi todo el tiempo. El techo, por el cual entra agua cuando llueve, es de chapa y en invierno el frío se torna insoportable. Para protegerse de las bajas temperaturas los alumnos queman lo que sea en un "quematutti" que se compró hace varios años gracias a una rifa organizada por ellos mismos. Esto también se hace peligroso ya que el lugar está repleto de aserrín y maderas. De todos modos Álvez sostiene que, pese a todo, "esto no quiere decir que se aprenda menos".

¿Talento o estudio? "La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando". La frase de Pablo Picasso le viene como anillo al dedo a Álvez para explicar qué papel juega el talento en la luthería. "En este oficio es artístico todo lo que tiene que ver con la imagen del instrumento, pero lo verdadero del trabajo está en el sonido, y eso se aprende estudiando".

Entre los talentosos y estudiosos alumnos que pasaron por su curso, Álvez cita a Eduardo Campanella y Andrés Mera, que entre 2002 y 2004 cursaron "la Figari" y ahora se dedican al oficio. Los jóvenes son dueños de la firma C&M luthiers, y trabajan en la construcción de guitarras acústicas, eléctricas y electroacústicas, bajos, bangios, guitarrones y lap steel -un instrumento pariente directo de la guitarra que se utiliza para tocar música country-. Entre sus clientes están Jorge Nasser, Pablo Faragó -ex guitarrista de Níquel- y Cristian Cary -guitarrista de La Triple Nelson-.

"Como en `la Figari` todo se hace bastante complicado por la falta de herramientas y espacios, ya a mediados del primer año que cursamos decidimos trabajar por nuestra cuenta", dice Mera.

Pese a los años, y a la experiencia adquirida, Campanella sostiene que la luthería implica un proceso de aprendizaje que nunca termina. "Lo que pasa es que tenés una variedad enorme. En la Escuela aprendimos a trabajar la madera y un método de construcción, que en general es el que utilizamos. Pero después adquirimos muchos conocimientos de Internet, donde hay cursos paso a paso, también a través de libros y chusmeando los instrumentos que nos traen para reparar al taller".

Mera y Campanella cuestionan algunas prácticas de trabajo que se realizan en "la Figari", sobre todo lo que tiene que ver con las maderas que se utilizan para construir. "Nosotros trabajamos con materiales de concierto -señala Mera-. Estamos en contra de todo eso que se hace en la Escuela de agarrar una puerta y sacar de ahí la madera. Con todo el laburo que lleva una guitarra no vale la pena abaratar en los materiales". Los jóvenes luthiers también incorporaron al trabajo una serie de maquinarias para "facilitar el trabajo y lograr mejores resultados".

El profesor Juan Carlos Álvez explica que el costo de las maderas hace que a veces los alumnos "no tengan más remedio que comprar los materiales en casas de demolición". De todos modos sostiene que la calidad de la guitarra depende de la construcción. "Si se puede practicar con buenas maderas mejor, pero no es lo más importante", agrega.

Sobre el uso de maquinarias más sofisticadas Álvez opina que: "En Europa si te cobran hasta 25 mil euros una guitarra es por el trabajo manual, no te pagan para que metas las maderas en un agujero y las saques hechas una guitarra por otro".

El enemigo coreano. En una época en la que por poco más de 1.000 pesos se puede comprar una guitarra coreana en el mercado, el oficio del luthier parece estar devaluado. Sin embargo Álvez sostiene que la salida laboral "es más de la que parece".

Ariel Ameijenda, quien trabaja diez horas diarias en su taller, construye una guitarra por mes. Compra las mejores maderas importadas y clavijeros alemanes; en total gasta US$ 350 dólares en materiales. En Uruguay, y por "el poco poder adquisitivo de la plaza", cobra 1.800 dólares cada instrumento. Pero en Estados Unidos, hacia donde exporta más de la mitad de su trabajo, los vende a 4.500. Y tiene una lista de espera de seis meses.

Campanella y Mera, en tanto, trabajan casi la mitad de horas por día: seis. Además de guitarras de concierto, como las que hace Ameijenda, fabrican instrumentos de estudio para intérpretes no tan avanzados. Los materiales para éstos los adquieren por unos US$ 120, y las guitarras las cobran entre 900 y 1.000 dólares. Las de concierto, por las que pueden gastar hasta 1.000 dólares en materiales, las venden a 1.600. El precio no difiere mucho porque, como explica Mera, el proceso de construcción es el mismo.

Álvez, por su parte, dice que demora "poco más de un mes" en hacer una guitarra de concierto. Los materiales los adquiere por US$ 250 y las guitarras las vende a 1.400. Construye una "de vez en cuando", ya que al dar clases a diario en la Escuela Figari sus tiempos son reducidos.

A la hora de vender una guitarra los luthiers deben enfrentarse a dos enemigos. El primero es la ansiedad de la persona que quiere comprarse un instrumento, no todos tienen la paciencia suficiente para esperar un mes o más para que se lo construyan. El segundo: las guitarras coreanas que se venden en el mercado.

"Debería existir un mínimo control de calidad", reclama Campanella. Y agrega: "están vendiendo guitarras que directamente no afinan, hechas con MDF -mezcla de aserrín prensado con calor- y diapasones de chapa. Es decir, hay una gama económica que directamente no sirve, ni siquiera puede llamarse instrumento".

Ameijenda sostiene que la diferencia entre un instrumento hecho por un luthier con uno de origen asiático es abismal. "No opino tanto de las guitarras, sino del nivel cultural de la plaza. Nadie se asusta que una remera Pierre Cardin cueste diez veces más que una comprada en el Chuy. O que un anillo de oro y diamantes valga más que uno de hojalata niquelada en una mesita de 18 de Julio; más o menos todo el mundo conoce el valor de una cosa y la otra. Con la luthería hay un desconocimiento total. Lo noto en los ojos de la gente que viene a consultar precios", señala Ameijenda quien sostiene que los culpables del desconocimiento y falta de información "son las casas de música que quieren acaparar el mercado".

Cierta rivalidad entre colegas se desprende de los discursos de los luthiers. Juan Carlos Álvez, en tono conciliador, sostiene que el gran problema en Uruguay es que no existe como en otros países una asociación que los agrupe y que sirva para informar sobre las diferencias de un instrumento hecho por un especialista y uno que se importa y vende en cualquier comercio. El profesor se animó a hacer una propuesta: "Yo estoy afín de hacer una asociación de luthiers en el país, o por lo menos en Montevideo, ahora hay que ver si los otros quieren".

"Quería mi propio bajo y lo hice yo mismo"

A los 20 años Alejandro Pachelo, bajista del Hot Club de Montevideo, tenía muchas ganas de tocar el bajo y muy poco dinero. "Todo comenzó con la inquietud de tener mi bajo y con la imposibilidad económica de comprarlo. Me decidí a hacerlo yo mismo", cuenta ahora, con 37 años.

A diferencia de los luthiers que adquirieron sus conocimientos en la Escuela Figari, Pachelo aprendió el oficio por propia cuenta. "Soy totalmente autodidacta. Fui mirando y recopilando información. Ahora utilizo Internet, donde se pueden ver construcciones paso a paso", señala, y reconoce que con el tiempo fue afinando la construcción. "Al principio era todo demasiado artesanal".

Entre los primeros clientes tuvo a quien fue uno de sus profesores de bajo, Popo Romano. "Los primeros instrumentos se los hice a conocidos, entre ellos Popo, un verdadero `kamikaze`".

La dificultad para conseguir las maderas no es la única a la que se enfrenta Pachelo, ya que al dedicarse sólo a la construcción de instrumentos eléctricos debe preocuparse también por obtener los micrófonos necesarios. "La única forma de conseguir buenos es importándolos. En mi caso los compro por Internet".

Pachelo, casado y padre de dos hijos, es uno de los pocos uruguayos que puede decir "vivo de la música". Semana tras semana se presenta en la Taberna del Sol para tocar jazz con el Hot Club. Sus dedos se mueven como arañas en el bajo de ocho cuerdas, fabricado con sus propias manos. También da clases, y sus alumnos suelen convertirse en compradores de sus instrumentos. Los que son importados suelen tener precios demasiados elevados. Pachelo cobra una media de US$ 1.600.

El bajista y luthier que hace pocos meses pudo comprar maquinarias para afinar la construcción, e inauguró su página web, acaba de terminar una serie de seis instrumentos que envió a Europa para venderlos allí. "En Uruguay hay poco poder adquisitivo y no podés competir", sostiene.

Las cifras

1.000 Dólares promedio es lo que cuesta una guitarra clásica fabricada en Uruguay. Una de concierto ronda los US$ 1.600.

2 Años lleva el curso de violería para convertirse en luthier. Expertos indican que debería ser de un año más.

1.000 Pesos promedio es lo que sale en el mercado una guitarra clásica, importada de Corea. La calidad es muy inferior a las nacionales.

1 Mes o poco más demora un luthier en fabricar una guitarra, u otro instrumento. Algunos tienen lista de espera.

1.600 Dólares cuesta un bajo de seis y ocho cuerdas, fábricado en Uruguay. En Europa estos instrumentos se pagan mucho más.

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