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La Historia en la Política

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Agustín Courtoisie

EL ÚLTIMO LIBRO de José Rilla no es un libro de historia sino sobre los usos públicos de la historia. Y es mucho más que una descripción acotada por las dos fechas de la tapa, porque muchas de sus sabrosas reflexiones desbordan el tramo que va de 1942 a 1972. Si bien refiere principalmente al Uruguay, toda la Primera Parte brinda un panorama sobre los antecedentes y teorías del objeto de estudio tal como se lo aborda hoy en el mundo, y notablemente en Francia.

José Rilla (Montevideo, 1956) es egresado del IPA y doctor en Historia por la Universidad de la Plata. Ha escrito también de La mala cara del reformismo (1992), y publicado junto a Gerardo Caetano una Breve historia de la dictadura (1987, 1998) y la acaso más difundida Historia contemporánea del Uruguay (1994, 2005).

Minucia y rigor. Es infrecuente encontrar tanta pertinencia en las citas, tantas agudas precisiones en la notas al pie, tanta naturalidad y prudencia en la meditación sobre la propia disciplina del historiador, y sobre el relato histórico construido por actores públicos interesados en proponer su propia visión de los hechos (legitimando sus respectivos comportamientos por referencia a un pasado que se honra y se anhela prolongar).

No importa tanto descubrir la falsedad o la adulteración, sino la rápida transformación simbólica de las evocaciones y los juicios de valor emitidos por quienes se sitúan en la retórica persuasiva. Por ello no escapa a la mirada de Rilla el uso neozapatista del pasado. O la batalla de Lepanto como emblema de la confrontación entre Oriente y Occidente, entre el cristianismo y el islam, que le merece este apunte: "El 7 de octubre de 2001 se iniciaba la campaña de Estados Unidos en Afganistán. El evento coincide con el día de la batalla de Lepanto, y tal superposición devino simbólica en tanto fue usada como modelo de interpretación de la guerra estadounidense contra «el Mal»...". Tampoco omite analizar el caso particular de los presidentes franceses y sus diferentes modos de apelar a la historia, desde Valéry Giscard d`Estaing hasta Francois Mitterrand. O la producción de sentido en el mundo comunista y el poscomunista.

En la Segunda Parte, las figuras de Eduardo Acevedo y de Juan Pivel Devoto son evocadas con respeto e incluso afecto, por ser responsables ambos de "narraciones matrices y exitosas acerca de la nación, el gobierno y los partidos", que Rilla califica de "en verdad monumentales". No le impide ello al autor, en su ejercicio constante del equilibrio prudente, reprocharles cierto "provincianismo", "exclusivismo partidario" (Pivel), y "batllicentrismo" (Acevedo). O por ejemplo, decir: "Cuánto de político tenía el empeño de Pivel lo demuestra su combate al escepticismo, atributo justamente reclamado ya por entonces por todos los discursos que se pretenden racionales y científicos".

Aspectos polémicos. La Tercera Parte es la más extensa del libro, y no tiene desperdicio. Las sucesivas apropiaciones de la figura de José Gervasio Artigas, la interna blanca, la interna colorada, las perspectivas de Nardone, Haedo y Methol Ferré, el semanario Marcha, el surgimiento del Frente Amplio, son analizados con morosidad y criterio atinado. Pero cuanto más se acercan las consideraciones del autor a "la historia reciente" más objetables o controversiales pueden resultar, a pesar del cuidado y el tono precavido con que las formula.

Por ejemplo, resultan algo simplistas las alusiones peyorativas a la reforma constitucional de 1996. Hubiera sido pertinente, al menos para refutarlos luego, recordar los argumentos de Líber Seregni y Danilo Astori y otros frenteamplistas que eran partidarios de ella (ver páginas 26 y 36). También Rilla omite decir que la derogación de la mal llamada "ley de lemas" había sido un dilatado reclamo de gran parte de la izquierda y de sectores del Partido Nacional. Todavía parece más difícil de sustentar la afirmación de Rilla de que "casi nadie" creía en la democracia en los años previos al golpe (págs. 487 y 495). Es cierto que logra documentar muy bien que un Mario Benedetti no creía en ella y hasta llamaba a las armas para "ayudar a la historia" despreciando los resultados de las elecciones de 1971 (pág. 474), o que el consejero de gobierno Faustino Harrison sugería unas "vacaciones" para la democracia.

Lo curioso es que el propio Rilla transcribe la opinión inequívoca de Carlos Quijano: "Despreciar el voto es torpeza... Es falso que socialismo y libertad sean inconciliables... Son preferibles a las ordenanzas de cuartel, las rengueantes ordenanzas de la democracia burguesa, y que por lo tanto hay que defenderlas para poder perfeccionarlas" (pág. 459). Y Quijano no era el único, ni había pocos con él, desde Amílcar Vasconcellos, Wilson Ferreira Aldunate y Julio María Sanguinetti, hasta el Almirante Zorrilla que se acuarteló en la Ciudad Vieja, en febrero de 1973.

Nada de eso, desde luego, opaca este inmenso esfuerzo académico de José Rilla por comprender ciertas dimensiones del conocimiento histórico poco exploradas por estas tierras.

Un buen complemento de la obra, que podría ser leído a modo de ilustración o caso paradigmático de algunos de los vicios denunciados por el autor, es el conciso y demoledor Historias tupamaras (2008), de Leonardo Haberkorn.

Y más allá de objeciones, los lectores rioplatenses habituados a las obras históricas, profesionales o no, encontrarán en La actualidad del pasado una fina y erudita manera de sugerir que la historia puede ser algo más que un "almacén de ejemplos", elegidos por su funcionalidad en miras a propósitos actuales de cualquier tienda política, o un relato idealizado, lindante con la impostura o la mentira.

LA ACTUALIDAD DEL PASADO. Usos de la historia en la política de partidos del Uruguay (1942-1972) de José Rilla. Editorial Sudamericana, Montevideo, 2008. Distribuye Random House Mondadori. 526 págs.

La impronta escolar

José Rilla

"IGUAL QUE casi todos los niños que viven en estados nacionales, los del Uruguay aprenden a reconocerse como uruguayos cuando van a la escuela y cuando miran jugar a la selección de fútbol. (...) En las escuelas aprenden la historia patria, construida en torno a hitos que están insertos en una secuencia cuya única lógica vinculante es el calendario. Así, están expuestos a la posibilidad de creer que ante todo está José Pedro Varela, el reformador de la escuela, nacido en marzo; «luego» llegaron los Treinta y Tres Orientales, el 19 de abril, para iniciar la Cruzada Libertadora; en mayo la Batalla de las Piedras; en junio 19, el «natalicio» de Artigas, y casi un mes más tarde, la jura de la primera Constitución, el 18 de julio. La independencia es el 25 de agosto, según rezan todos los calendarios. Y finalmente, el 12 de octubre, Cristóbal Colón descubre América. Noviembre y diciembre quedan libres de celebración histórica, libres para cerrar en forma el año lectivo".

(en La actualidad del pasado, pág. 223)

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