Publicidad

Pasión con buenas razones

Compartir esta noticia
 20080904 cultural 600x443
El País

Agustín Courtoisie

SI A UN OBSERVADOR extranjero se le pidiese un comentario acerca de dos discursos históricos como el de Alberto Candeau en el Obelisco (1983) y el de Wilson Ferreira en la explanada municipal (1985), quizás tendría dificultades en identificar cuál fue pronunciado por un actor y cuál por un político. Se prestaría a ello la notable distancia entre la lectura formal de una proclama, en el caso de Candeau, y la alegre soltura para comunicar ánimos constructivos y sorprender a una multitud, en el caso de Wilson Ferreira. En realidad, la vida y la obra del último gran jefe del Partido Nacional fue todo lo contrario del teatro, incluso del teatro de la política convencional. A veinte años de la muerte de Wilson Ferreira Aldunate, dos libros vienen a aportar elementos sustantivos para la comprensión de su trayectoria.

Prolija reconstrucción. El libro de Diego Achard (1951-2007), Se llamaba Wilson, es una cuidadosa recorrida por la vida del caudillo, desde el golpe de Estado de 1973 hasta su muerte en 1988. El autor fue consultor en asuntos latinoamericanos para la Organización de Naciones Unidas y secretario político de Wilson Ferreira desde 1983. El trabajo de investigación y la redacción de la obra coincidieron con una grave enfermedad de Achard que lo condujo a la muerte. Compensa con creces ese trágico contexto la multiplicidad de fuentes y colaboradores, que aportan rigor y solidez académica al resultado final.

Después de ser liberado por los militares y haber recorrido kilómetros, ante una explanada municipal desbordante de alegría y de banderas, parece que Wilson le dijo al oído: "Esto vale todo mi exilio". Luego Achard resume bien aquella pieza oratoria fundamental que adoptaba como eje la "gobernabilidad" como estrategia para consolidar el regreso a la vida democrática: "Lo que sigue a la intransigencia en los principios es, en la dialéctica de la construcción de la patria, la tolerancia con los adversarios".

Acierta el autor al recordar ciertos detalles del pensamiento del caudillo que a veces se omiten en algunos homenajes. Por ejemplo, Wilson Ferreira "imaginaba un país de pequeños propietarios de tierras, al modo europeo o más precisamente francés". Pero los valores del hombre de campo no constituían meras apelaciones emocionales en sus planteos. Su experiencia como ministro de agricultura y su participación en la Comisión Interministerial de Desarrollo Económico (CIDE), revelan que ese tipo de intuiciones básicas estaban refrendadas por nutridas investigaciones, diagnósticos y propuestas. La CIDE constituye aun hoy en día, pese a los años transcurridos, una referencia notable como ejemplo de trabajo técnico, colectivo y multidisciplinario.

La claridad estilística y la solidez documental de Se llamaba Wilson, están perladas por interpretaciones polémicas. Por ejemplo, en cuanto al arduo problema pendiente de los juicios a los militares involucrados en violaciones de los Derechos Humanos: "La historia muestra que sólo han sido castigados los militares cuyos ejércitos fueron derrotados y disueltos tras el triunfo de una rebelión, como ocurrió en Bolivia en 1952, en Cuba en 1959, y en Nicaragua en 1979 (...). Ese poder fáctico determina, casi siempre, que ningún culpable (o a lo sumo unos pocos) sea juzgado. Es una verdad dura de admitir, pero negarla es una hipocresía". Además, la ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado (1986), y el poco comprendido apoyo de Wilson Ferreira a esa norma, podrían ser ubicados bajo otra perspectiva si se tiene en cuenta este antecedente: un proyecto harto superior en lo ético y en lo jurídico (resumido en la página 365) fue rechazado el 7 de octubre de 1986 en el Senado, "con los votos en contra del Partido Colorado y el Frente Amplio, unos por considerarlo excesivo en los castigos previstos y otro por considerarlo insuficiente". También es oportuna la mirada con que Achard rescata las elecciones de 1971: "Wilson podía posicionar al Partido Nacional en la centro izquierda, en un momento en que la polarización política guerrilla-gobierno dejaba huérfana a la racionalidad de centro".

Elogio de la desmesura. A diferencia del libro de Achard, que se concentra en los últimos quince años de la vida del caudillo nacionalista, el de Carlos Luppi asume la tarea de escribir una biografía completa de Wilson Ferreira, que es al mismo tiempo una historia del Uruguay del siglo XX. La transcripción de discursos, la reproducción de entrevistas, fotografías, opiniones de múltiples protagonistas políticos de ayer y hoy (desde Carlos Quijano y Arturo Ardao, hasta José "Pepe" Mujica), y anécdotas personales del autor, aproximan Una comunidad espiritual a la agilidad del formato periodístico.

Nacido en Montevideo en 1953, Carlos Luppi es contador público y ha ejercido cargos de jerarquía en distintas instituciones públicas. Autor de numerosas publicaciones, Luppi militó en filas nacionalistas desde que conoció a Wilson Ferreira en 1970. Su libro incluye, probablemente, lo que muchos blancos esperan. Aquí está el Wilson Ferreira de los años sesenta y setenta, el ministro, el ácido senador interpelante, el candidato de 1971, el Wilson de la reforma agraria y la nacionalización de la banca, el "vengador de la democracia" desde el exilio, la víctima del pacto del Club Naval, el estadista del regreso a la democracia, y el generoso estratega de la gobernabilidad.

Pero Una comunidad espiritual será mucho más útil todavía a los ajenos a su colectividad. Ese espíritu abierto está expresado ya desde la aparente paradoja del título de un libro escrito por un blanco pero destinado a todos, incluso a quienes no son uruguayos pero desean comprender este país. Según Wilson Ferreira, el Uruguay no define su perímetro físico ni su identidad cultural como otras naciones por una geografía, una lengua o una raza, o una peculiar riqueza material. En sus palabras, "El Uruguay puede ser definido exclusivamente como una comunidad espiritual. Hay una serie de cosas esenciales que definen la República y que la definen bien: la voluntad soberana del pueblo como única fuente legítima de poder, la afirmación de la libertad individual, el deber del Estado de regular las relaciones entre los individuos con el objeto de asegurar la justicia tanto económica como social. Ésta ha sido, a lo largo de toda la historia, la singularidad oriental" (p. 241-242).

Dos ineludibles. "No podrás decir que te he dado una vida aburrida", le dijo Wilson Ferreira a su esposa, Susana Sienra, presionándole la cabeza contra el suelo para pasar inadvertidos en el avión que les permitiría escapar de los militares golpistas. Desde esas menudencias del comienzo del exilio, hasta los registros de las conversaciones del caudillo con sus dirigentes durante los prolongados intentos de negociación con una dictadura que encarcelaba demócratas y clausuraba semanarios, el lector puede contar con dos obras ineludibles para un conocimiento profundo de Wilson Ferreira y los escenarios donde desenvolvió su acción política. Tanto el libro de Luppi como el de Achard suministran datos olvidados, o incluso desconocidos y muy reveladores sobre su figura. Cada uno a su modo y con su estilo, tanto Se llamaba Wilson como Una comunidad espiritual reproducen piezas fundamentales para la comprensión del fascinante personaje estudiado y el mundo que le tocó vivir. A vía de ejemplo, en alguna o en ambas de estas obras pueden encontrarse la carta de Wilson Ferreira a Rafael Videla ante el asesinato de Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, la reproducción de largas conversaciones telefónicas durante la salida de la dictadura, y discursos como el pronunciado ante el Congreso de Estados Unidos (1976), el de la Federación de Box de Buenos Aires (1984), o el célebre de la explanada municipal.

Pero además, las dos obras aportan elementos hasta hoy o bien desconocidos, o escasamente divulgados. Por ejemplo, en la obra de Carlos Luppi, como para desesperar a los espíritus esquemáticos y poner de relieve la dificultad de clasificar políticamente a Wilson Ferreira, el lector podrá encontrar fragmentos medulares de su discurso de 1963 en la Exposición del Prado, que comentó José Gimeno Sanz en estos términos: "Wilson apenas fue aplaudido por unos pocos productores y silbado por muchos. Su clase, a la que él había abandonado, le juraba enemistad para siempre. Allí estaban los dueños de la tierra del Uruguay, que impidieron su elección como presidente en 1971 y en 1984". Por algo Arturo Ardao le dijo a Luppi una vez: "¿Usted no lo sabe? Wilson quería cambiar el mundo, empezando por Uruguay, por supuesto".

SE LLAMABA WILSON. EXILIO, REGRESO Y MUERTE DE WILSON FERREIRA ALDUNATE, de Diego Achard, edición de Claudia Pivel. Editorial Aguilar, Montevideo, 2008. Distribuye Santillana. 542 págs.

UNA COMUNIDAD ESPIRITUAL. WILSON. BIOGRAFÍA, de Carlos Luppi, Editorial Sudamericana, Montevideo, 2008. Distribuye Sudamericana. 526 págs.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad