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De bombas y símbolos

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AGUSTÍN COURTOISIE

CUANDO el 11 de setiembre de 2001 los Estados Unidos fueron sorprendidos por los "pilotos de la muerte" enviados por Bin Laden, la elección de los objetivos estaba saturada de simbolismos: las torres gemelas de Nueva York eran la representación del "poder comercial"; el Pentágono, la representación del "poder militar", y la Casa Blanca, el símbolo del "poder político".

EL AUTOR DE EL ISLAMISMO. La última guerra mundial vuelve así, al recordar esos tres destinos de los ataques suicidas, a su peculiar estilo de análisis en materia de política internacional: "el universo del islamismo armado es antes que nada representativo. Más aún: es radicalmente simbólico, y por lo mismo imagina que destruyendo las representaciones, los signos y los significados, destruye los objetos representados".

El enfoque de Fernando Mires supone, pues, una perspectiva original que permitirá complementar las lecturas de otros conocidos estudiosos que abordan estos temas en lengua española, pero con diferentes registros.

EL CUARTO ENEMIGO. Además de ocupar una cátedra en la Universidad de Oldenburg, Alemania, Mires es el autor de numerosas obras que se nutren de varias ramas de la cultura: El orden del caos (1995), Teoría política del nuevo capitalismo (2000) El fin de todas las guerras (2001), Crítica de la razón científica (2002), El imperialismo norteamericano no existe (2003) y El malestar en la barbarie (2005), entre otras.

Algunas de las tesis de El islamismo son sutiles; otras, simplemente, muy contundentes. Todo es explicado con el típico estilo de Mires, que recuerda esos profesores universitarios que procuran ser claros aunque no siempre lo consigan, dada la complejidad de las cuestiones abordadas. Quede a cargo del lector averiguar a qué categoría corresponde cada uno de los siguientes ejemplos. Por ejemplo, Mires afirma: "El islamismo -siempre habrá que reiterarlo- no es el Islam... El islamismo es una ideología y una práctica totalitaria construida sobre la base de elementos extraídos arbitrariamente del Islam, y no puede ser jamás confundido con una religión".

Según Mires, el islamismo sería el cuarto enemigo de la modernidad occidental. Los tres primeros habrían sido el absolutismo clerical europeo, y a la reacción monárquica absolutista le siguieron los totalitarismos del siglo veinte, el estalinista y el fascista.

PRIMERO LO POLÍTICO. El autor insiste en que las propias poblaciones islámicas deberían ser protegidas del islamismo. "El islamismo es una ideología y una práctica totalitaria cuyo objetivo estratégico inicial es clausurar cualquier espacio político al interior del mundo islámico. Si el islamismo tuviera una consigna unitaria, esa sería: `todo el Islam a los islamistas`." Algunos de los fragmentos más lúcidos del libro refieren a la necesidad de bajar los decibeles de las discusiones militares y restaurar el papel de lo político y la necesidad, sobre todo en Europa, de integrar a los inmigrantes islámicos con planes surgidos de reflexiones cuidadosas.

Por mucho tiempo Estados Unidos se verá involucrado en acciones armadas en todos los lugares del planeta donde el terrorismo yihadista haga de las suyas. Para la doctrina islámica "yihad" es la lucha por difundir las enseñanzas de Alá, en cualquier parte del mundo, mediante la guerra contra los infieles.

Pero si Estados Unidos no comprende que lo militar debe ceder su predominio a lo político, deberá enfrentar fracasos mucho peores que los de Vietnam. "Los objetivos políticos deben predominar sobre, y determinar a, los militares", declara Mires en una frase algo cacofónica pero no por eso menos razonable.

Por su parte, las naciones europeas deben asumir su rol en la diplomacia en contra del islamismo. "Los gobiernos europeos deberán proteger a sus países `desde dentro`, lo que a su vez implica proteger a la población euro-islámica de las propuestas islamistas." Es notable la observación que Mires formula al respecto, porque no alcanza con estrictas medidas de seguridad interna. Es preciso además "una política de integración social de la población islámica intereuropea": "Si dicha población es arrojada a la inseguridad social, al desempleo masivo y, sobre todo, si son objeto de discriminación racial, el islamismo ganará cada vez más terreno en Europa, como de hecho ya está ocurriendo."

Pero en esas políticas de integración retorna, sutilmente, la importancia de lo simbólico. En las discusiones sobre el uso del velo en las mujeres, Mires se muestra extraordinariamente comprensivo de esa prenda en tanto fuerte señal de identidad y pertenencia. Lo que se debería promover, argumenta, no es la obligatoriedad de prescindir del velo, para integrar a las mujeres a una sociedad laica. Según el autor de El islamismo lo que realmente importa es garantizar que las mujeres que deseen portarlo por propia voluntad lo hagan, y las que son presionadas para usarlo sean defendidas en su derecho de no hacerlo: "Precisamente interpretando a esas miles de mujeres islámicas que no protestan contra el uso del velo, pero sí reclaman por su libertad para usarlo o no, fue que la valiente Premio Nobel de la Paz (2003) Shirin Evadí, acudió a recibir el premio sin el velo". Claro que Mires se apresura a recordar, como corresponde, que "a pesar de que en esa ocasión protestó abiertamente por la intervención norteamericana en Irak, los islamistas de su país la amenazaron de muerte".

CONTRA HUNTINGTON. Al parecer, la alternativa de integración de los inmigrantes islámicos, particularmente los de segunda generación, reside en hacer algo más que "llevar a algunos futbolistas a formar parte de la selección nacional". La cautela aristotélica de Mires es digna de encomio: "Ni la asimilación forzada, ni la desintegración. El justo medio entre ambas debe ser políticamente encontrado. Al fin y al cabo, lo que identifica a Occidente es el uso político en la resolución de sus problemas más graves."

Esa frase final del libro, cierra un círculo que el autor comenzó a trazar desde las primeras páginas: lo que está en el fondo de sus preocupaciones sobre el islamismo, en realidad, es la misma idea de "Occidente", y la manera en que corresponde concebir ese conglomerado histórico, político y geográfico algo impreciso.

Desde la introducción, ya había lamentado, por un lado, "la escasa personalidad internacional que muestran los gobiernos de nuestro continente [América Latina], sean de derecha o izquierda", más allá de ciertos previsibles y a veces fútiles alineamientos. Pero, por otro, es menester recordar la dura crítica que formula a Huntington, por su enorme incomprensión de la realidad cultural y política latinoamericana. Hay que recordar que el autor de El choque de civilizaciones entendía "la llamada cultura latinoamericana como una variante de la cultura occidental, pero que no es plenamente occidental". Según Mires, esto se relaciona con la "deficitaria noción de cultura que utiliza Huntington", y al no distinguir entre "cultura" y "civilización". Pero su error más grave "fue entender a Occidente solo como una cultura, haciendo caso omiso de que una de sus características principales -aparte de aquella esencial que es la separación entre religión y Estado-, es la coexistencia entre diversas culturas, y por lo mismo, que al ser Occidente una unidad multicultural, no puede ser definido uni-culturalmente".

Una vez más, la reivindicación de lo político como método de coexistencia frente a una pluralidad de símbolos potencialmente irracionales, es la tesis que ocupa un lugar central en este último trabajo de Mires. Porque "Occidente" no es una unidad geográfica, ni religiosa ni cultural, sino una unidad política surgida de la inconveniencia (o la imposibilidad) de uniformizar lo cultural o lo religioso.

EL ISLAMISMO. LA ÚLTIMA GUERRA MUNDIAL de Fernando Mires. Libros de la Araucaria/Ediciones LOM, Buenos Aires, 2006. Distribuye Gussi. 295 páginas.

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