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Otro banquete filosófico

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Agustín Courtoisie

UN HOMBRE agoniza en la sala de un hospital. Es amigo personal de Tomás Abraham. Cada visita puede ser la última y Tomás quiere llevarle un regalo significativo, "un obsequio que ahorrara las palabras, sobre todo para mí, que no tenía ninguna, ante el horror de la escena". El paciente está enfermo de Sida y el visitante ha elegido un libro de poemas. Al parecer, es un regalo con sentido, "una compañía para abrazar y tener en esos momentos". Pero al entregarlo, el enfermo mira el libro sin comentarios, y lo deja sobre la sábana.

La espera y el silencio se prolongan. El enfermo le dice algo a otro acompañante. Continúa Abraham: "Después de un rato de penurias, en el que me dediqué a hojear una revista de espectáculos, me pidió que me fuera, que no podía más de cansancio. Y al levantarme, me pidió también que me llevara el libro, no tenía lugar, me dijo señalando la mesa de luz. Remedios, antibióticos, algodón. No tenía lugar en donde poner el libro. Me puso ojos de incrédulo por no haberme dado cuenta de tan obvia evidencia".

El autor concluye que, frente a la inmensidad de la muerte, los libros de filosofía o de poesía ocupan lugar y están fuera de lugar. La anécdota pertenece a la introducción de Vidas filosóficas (1999) y muestra el talante del autor, y también del grupo autodenominado "Seminario de los Jueves", que ha producido removedoras obras colectivas, sin más apoyo académico y económico que el de su propio esfuerzo.

SIEMPRE LOS JUEVES. Si bien no es fácil obsequiar una cosa a quien pronto va a perderlo todo, hay mucho para hacer entretanto. Quizás por eso el "Seminario de los Jueves", un grupo de "aficionados" a la filosofía, se reúne desde 1984 junto al rumano argentino Tomás Abraham con quien ya han publicado varias obras. En esta oportunidad, el "Seminario de los Jueves" se ocupa de Gilles Deleuze (1925-1995). No tan conocido como Michel Foucault, y acaso mucho más difícil de entender, Deleuze es el autor entre otras obras de Diferencia y repetición (1968), La lógica del sentido (1969) y El anti-Edipo (1972), éste último escrito junto a Félix Guattari.

La máquina Deleuze (2006) es la obra más reciente de Abraham y sus amigos, y aborda, desde múltiples perspectivas, los ecos de su pensamiento en el psicoanálisis, la política, la sexualidad y los derechos de las minorías. Abraham observa que Deleuze "es un filósofo difícil, exige un arduo trabajo de lectura. Pero los beneficios son maravillosos, enriquece el espíritu, matiza el paladar y fortalece la mente. Alguna vez escribió que hay dos tipos de filósofos: los edificantes y los sísmicos. En Deleuze hay de los dos".

Todos los ensayos están ordenados por tema, y vale la pena mencionar algunos. En el entendido de que se trata de una referencia ilustrativa, y no una calificación de los ausentes en la lista, en la sección "Política", Jaime Plager brinda un paralelo entre Spinoza (ante su "defensa de la tolerancia") y Kafka (por su énfasis en "la máquina burocrática"). En la misma sección, Dante Augusto Palma se ocupa de "Política e identidad de las minorías".

El abordaje filosófico es denso, al igual que el resto del libro. Hay que advertir al lector que La máquina... no es una suerte de "Deleuze para todos". Conviene poseer cierto entrenamiento en este tipo de textos. La sección "Filosofía" se abre con "Simulacro y sentido", a cargo de Mónica Cabrera, preocupada por la dialéctica platónica, y se cierra, pero solamente en un sentido que hace a la diagramación del libro, con "Algún día Foucault será deleuzeano" de Marcelo Pompei. Cierto tipo de lector curioso, al ver el índice, irá directamente a "Deleuze y Sacher-Masoch", de Alfredo Siedl, donde no encontrará lo que busca -un poco de sexo perverso-, pero sí otras cosas, mucho más interesantes. Lectores más "cultos" preferirán saltear todo lo anterior y nutrirse en la sección "Artes", para visitar el ensayo de Josefina Sartora, que promete abordar, entre otros temas, "los espacios cualesquiera del cine moderno".

La última sección, denominada "Subjetividades", podría ser la primera en las preferencias de algunos lectores, si se toma en cuenta el trabajo de Luciano Bonati Griffiths, Vanina Escales y Shila Vilker: "De la amistad, de la risa y de otros aspectos políticos en Deleuze". En ese ensayo se retoma una estupenda frase que Deleuze hizo propia: "huir, pero mientras se huye agarrar un arma".

Una repentina sospecha puede instalarse en el lector: existe un aire de familia entre todas las propuestas de estas casi cuatrocientas páginas de La máquina Deleuze que permite, por lo menos, formular dos conjeturas: a) todos los textos son de Tomás Abraham (sospecha delirante); b) todos los textos de los "apóstoles" del "Seminario de los Jueves" fueron sometidos a la rigurosa y celosa supervisión del líder de la secta (el propio Tomás).

Esas conjeturas podrían fundarse en el común denominador de los distintos capítulos de La Máquina Deleuze: la manera de citar viejos autores hoy poco transitados, combinada con la minuciosa atención al último grito de las modas culturales, y también la pasmosa habilidad para amontonar metáforas luminosas. Por ejemplo, este pasaje de Bonati, Escales y Vilker, podría haber sido escrito por el mismísimo Abraham: "Deleuze habla de esa corriente de aire que empuja por la espalda cada vez que se lee a Spinoza, de la escoba de bruja sobre la que él nos hace cabalgar. Otros hablaron de Spinoza como ese gran viento" (pág. 387).

CHARLA DE AMIGOS. Sin embargo, la explicación es otra. Porque existe una tercera conjetura, mucho más razonable que las recién enumeradas. Y es ésta: en realidad, el "Seminario de los Jueves" involucra episodios semanales de anarquía benigna, y Tomás Abraham piensa y escribe así porque los experimenta con sus amigos y amigas desde hace más de veinte años. Él es un producto del Seminario igual que sus libros y conferencias. Sin que esto impida reconocer sus aportes y obsesiones personales, parafraseando a Ortega y Gasset, Tomás es siempre él y su Seminario.

Por eso las reflexiones sobre la amistad, que van de la página 379 en adelante, tendrían que haberlas firmado todos los integrantes del Seminario: "La palabra amigo desde una lectura clásica podría definirse como filiación, es decir, la amistad como reunión de semejantes. Sin embargo, en Deleuze, la amistad aparece como reunión entre dos diferentes, como ríos que se cruzan y que en ese cruzarse se transforman, cada uno a su modo. Si la filosofía consiste en una charla con amigos, esa conversación no implica un choque de los conceptos de cada uno sino una intensificación, un encuentro".

Todos los miembros del "Seminario de los Jueves" podrían haber escrito que: "La lectura es una variante de lo amistoso. Los lectores son esos aliados que se toman libertades sobre lo que leen, que leen como les da la gana, que usan y abusan de los libros, los despedazan, los subrayan, anotan números telefónicos y, sobre todo, trazan nuevas líneas".

Conviene recordar aquí que Abraham es un intelectual refinado (profundo conocedor, por ejemplo, de la obra de Foucault o de Nietzsche), y a la vez, y por esa misma razón, un hombre ávido de comprender ciertos fenómenos y experiencias que suelen escapar a los espíritus académicos. Por algo se propuso en La Aldea Local (1997), como filósofo y televidente, pensar en forma desprejuiciada sobre programas y personajes de la televisión. Pero en realidad, incluyendo La máquina..., debe admitirse que muchos títulos del ciclo editorial de Abraham y el Seminario, son recomendables siempre que el público general sepa que su lectura exigirá por momentos un duro esfuerzo, aunque sea largamente recompensado luego.

Por eso no sería un mal comienzo acudir al ensayo de Tomás en el presente volumen: "Contra la porno-política". Cuando Araceli Otamendi, de la Revista Digital de Cultura (Buenos Aires) le preguntó en qué podría ayudar la lectura de Deleuze, respondió Abraham: "En descubrir el mundo de la filosofía, en vigorizar el pensamiento, en reír mientras pensamos, en unir lo que el pensamiento binario separa, en ser más libres, en nada. ¿Ayuda? En dar". Es seguro que ahora el autor lo sabe, y lo sugiere mejor que nadie: la filosofía comienza por "dar". Por querer darle la mano a un amigo por ejemplo, especialmente cuando todo se termina y ya cualquier libro podría resultar incómodo. l

LA MÁQUINA DELEUZE, de Tomás Abraham & El Seminario de los Jueves. Editorial Sudamericana, 2006, Buenos Aires. 395 págs.

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