Publicidad

Cambio político global

Compartir esta noticia

Agustín Courtoisie

CADA VEZ que entrevista a alguna celebridad política, se lleva la parte del león. Todas sus preguntas parecen ir directo a la mandíbula del presidente, secretario de Estado, o asesor del jerarca de turno. Desde la foto de la solapa de su último libro, Cuentos chinos, mira con aire canchero, como si fuera plenamente consciente de que esa mezcla de crónica, ironía y datos enciclopédicos sobre política internacional, es su fórmula definitiva para conquistar lectores.

Su nombre es Andrés Oppenheimer. Nació en Argentina pero desde 1976 reside en EEUU. Columnista de The Miami Herald, analista político de CNN, Oppenheimer es también el autor de Ojos vendados: Estados Unidos y el negocio de la corrupción en América Latina. Fue co-ganador del Premio Pulitzer, y también obtuvo el de la Sociedad Interamericana de Prensa. En Cuentos chinos, se muestra optimista respecto de América Latina —algo un poco sorprendente si uno se atiene a los datos que él mismo proporciona sobre la región—. Acertado o no, su labor merece atención por la agudeza con que procura desmarcarse de las categorías al uso, que desde un signo u otro juzgan a la globalización. Por momentos parece lograrlo.

MEJORAR LA EDUCACIÓN. El personaje resulta incómodo para ciertos sectores de la izquierda latinoamericana, porque ventila con lujo de detalles la adaptación pragmática y a veces populista, de quienes a pesar de todo continúan utilizando un mismo discurso "progresista". Por ejemplo, el capítulo dedicado a Venezuela lo titula "El proyecto narcisista-leninista", en alusión al presidente Hugo Chávez.

Pero Oppenheimer también resulta molesto para ciertos sectores conservadores que han perdido la sensibilidad social, porque les recuerda que además del orden, la apertura económica o el cuidado de las cuentas públicas hace falta un cambio de mentalidad —cambio cultural al fin, y no sólo económico— para comprender mejor el valor del conocimiento en general y el de la educación en particular. Ocurre que la educación en todos sus niveles siempre fue un factor esencial en el despegue productivo: "Si algo quedó demostrado, es que los países latinoamericanos pueden cortar el gasto público, bajar la inflación, pagar la deuda externa, reducir la corrupción y mejorar la calidad de las instituciones políticas como se lo pide el FMI —y seguir siendo pobres, por no poder generar productos sofisticados" (p. 309 y 310). Pero generar productos sofisticados requiere educar mejor, sobre todo en las universidades. Ésa es la única forma de superar los magros resultados de la tradicional venta de materias primas. Sin embargo, y por mencionar un ejemplo sugerente, el suplemento educativo del diario británico The Times realizó una encuesta entre académicos para confeccionar un ranking de las doscientas mejores universidades del mundo, y solo una institución de la región aparece en esa lista y lo hace al final: la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Cuando Oppenheimer realizó un programa de TV con varios rectores de universidades latinoamericanas para comentar esos resultados, la mayoría puso el grito en el cielo. La única voz discordante fue la de Jeffrey Puryear, experto internacional en temas educativos, que manifestó no estar extrañado: "Gran parte de las universidades latinoamericanas son estatales, y los gobiernos no les exigen mucho en materia de calidad. Y cuando intentan exigirles calidad, las universidades se resisten escudándose en el principio de la autonomía universitaria". Confirmando el mismo criterio, en una entrevista realizada en Buenos Aires con Daniel Filmus, el jerarca le expresó a Oppenheimer que la Universidad de Buenos Aires (UBA), al igual que la UNAM, resistió toda evaluación externa pero además apeló en los tribunales: "El argumento es que tiene un nivel tal que no hay quién la acredite, y que atenta contra la autonomía universitaria. [Finalmente] hicieron un juicio contra el Ministerio de Educación".

SER PREVISIBLES. En sendos encuentros con Fernando Henrique Cardoso, el ex presidente de Brasil, y con Felipe González, el ex jefe del gobierno español, Oppenheimer extrae otra de las grandes recomendaciones de su libro: la esperanza de América Latina radica también en superar las visiones nacionalistas estrechas, y orientarse a la noción de "supranacionalismo". Este concepto involucra la integración a grandes bloques económicos y la aceptación de normas e instituciones que vayan más allá de los Estados nacionales. Según el autor y sus entrevistados, debería procederse de modo análogo a la Unión Europea: primero lograr acuerdos concretos y luego dibujar los grandes marcos generales de la integración, y no a la inversa como se procedió en el Mercosur. El líder socialista español, lo define en estos términos: "ceder soberanía para compartirla, no para perderla, e incluso en algunos casos para recuperarla". Cardoso, fundamenta la misma idea con elocuencia: "¿Por qué los inversionistas van a China? ¿Por qué van a poner plata hasta en Rusia? ¿Por qué, cuando muchos de estos países son menos coherentes con la visión occidental que Brasil o la Argentina? Porque creen que allá tendrán una cierta previsibilidad". Y también adhiere a la convicción de que el diseño de instituciones supranacionales sería esencial para proteger ese activo intangible.

En cuanto a las causas de la pobreza, Oppenheimer descree de la explicaciones religiosas y culturalistas que todo lo atribuyen a la herencia hispano-católica que habría ahogado la iniciativa individual, o a determinismos geográficos. Pero él mismo es un culturalista sutil cuando recuerda la frase del economista Rudiger Dornbush, cuando le preguntaron por qué motivo la Argentina tenía tantos problemas: "los países desarrollados tienen normas flexibles de cumplimiento rígido. Ustedes tienen normas rígidas de cumplimiento flexible". Y lo es también cuando agrega que "mientras no se respeten las leyes y no exista confianza, los países no recibirán inversiones nacionales ni extranjeras" (p. 33).

FUTURO DE OJOS RASGADOS. El autor recomienda el ingreso de América Latina en alguno de los bloques planetarios que se perfilan para el siglo XXI: América del Norte y Centroamérica, la Unión Europea, y Asia. "Quedarse encerrados en la región, o crear un bloque puramente regional, será autocondenarse a la pobreza, porque el lugar que ocupa América Latina en la economía mundial es muy pequeño".

Augura que China, en poco más de una década, será la segunda potencia mundial, y que se hará sentir la constante erosión de los EEUU como potencia hegemónica. El Consejo Nacional de Inteligencia (CNI) de los EEUU, institución de estudios a largo plazo de la CIA, cree que hacia 2020 las empresas multinacionales harán lo imposible para conquistar los mercados de India y China, que constituyen la mitad de la población mundial. Y un informe de la CNI, por ejemplo, advierte que la cultura y la globalización girarán hacia gustos más asiáticos y menos occidentales. Según Oppenheimer, créase o no en la confiabilidad predictiva de ese documento, resulta muy sintomático que América Latina apenas ocupe lugar en las preocupaciones de los expertos.

Cuentos chinos, en suma, es un libro con el cual podrá discreparse, pero cualquiera podrá hacer uso de la montaña de datos actualizados sobre el cambio político global que se viene. Realmente, no sobra ni falta nada en estas 350 páginas, escritas con prosa periodística, toques de humor y agudas observaciones. Pero merecen especial destaque los capítulos dedicados a China e Irlanda. En este último caso, porque el país de la banda U2 y Bono, Samuel Beckett y James Joyce, guarda similitudes extraordinarias con América Latina en lo cultural (p. 89). Hace 20 años estaba estancado en una crisis económica y social, pero logró despegar con una estrategia de varios factores, que el autor desmonta con su bisturí analítico, sin dejar de mostrar también las diferencias: propone a Irlanda como modelo inspirador, y no para sacar una fotocopia.

En el caso de la China, porque más allá de las piruetas verbales de sus dirigentes para llamar "propiedad no gubernamental" a la privatización del 60% de sus actividades, o seguir sosteniendo el discurso marxista desmentido en la conducción económica, China ha pasado con firmeza del comunismo al consumismo. Es cierto que ha adoptado un capitalismo autoritario, sin libertades ni derechos humanos: Internet está llena de filtros y a la delincuencia común la reprimen con fusilamientos. Y también es cierto que de sus 1.300 millones de habitantes, todavía 800 millones sufren condiciones extremas. Pero mueve a la reflexión que esas cifras provengan del rescate en dos décadas de 250 millones de pobres, y que cuando en Beijing, la glamorosa capital, un dirigente comunista pregunta cuál es el pájaro nacional de la China, se responda a sí mismo con una sonrisa, ante el visitante: "La grúa de construcción".

CUENTOS CHINOS. El engaño de Washington, la mentira populista y la esperanza de América Latina, de Andrés Oppenheimer. Editorial Sudamericana, 2006, Buenos Aires. 352 págs.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad