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El capitalismo es amoral

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Agustín Courtoisie

NO VA A SER FÁCIL digerir estas sutiles observaciones del filósofo francés André Comte-Sponville sobre el divorcio entre la moral y la economía —sobre todo si se cede a la tentación de comenzar a leer por la muy ágil segunda parte, con preguntas de la gente al filósofo—.

Mal leído, el libro irritará a los anticapitalistas, porque parece mirar con buenos ojos a las empresas que funcionan bien, sin mirar con quién —"ya no tenemos, que yo sepa, alternativa creíble al capitalismo" agrega el autor, para colmo—. Y podría no convencer a aquellos partidarios del capitalismo que creen que los factores culturales, como la confianza y los valores éticos y religiosos, resultan decisivos a la hora de conquistar y consolidar el progreso de las naciones.

SUS RAZONES TIENE. Sin embargo, mucho provecho puede obtenerse de El capitalismo... Primero conviene recordar que André Comte-Sponville es el autor del Pequeño tratado de las grandes virtudes, Invitación a la filosofía, Diccionario filosófico, y la Sabiduría de los Modernos —éste último generado a partir de varias discusiones memorables con Luc Ferry— además de ser uno de los filósofos franceses que ha logrado un lugar de privilegio en el espacio público, más allá de los ámbitos académicos. En Sabiduría de los modernos, Comte-Sponville había definido de modo seductor su programa reflexivo: "filosofar es pensar más allá de lo que se sabe: es lo que el cientifista olvida, que toma las ciencias por una filosofía, y es lo que el positivista, al que las ciencias bastan, recusa".

En segundo lugar, no sería justo mostrar al autor de El capitalismo... solamente en sus momentos más antipáticos y polémicos. Sus explicaciones previas, que ocupan la breve y elegante primera parte, también merecen ser registradas —por lo menos algunas—, no importa si luego se aceptan o no sus conclusiones. Por ejemplo, cuando recuerda los pensamientos del hoy lamentablemente olvidado Alain: "La moral nunca es para el prójimo". Enseguida Comte-Sponville le da la razón y agrega: "Decir al prójimo ‘debes ser generoso’ no da prueba de generosidad. Decir al prójimo: ’debes ser valiente’ no es dar prueba de valor". A partir de ello, distingue el ser moral del ser "moralizador": "ser moral es ocuparse del propio deber; ser moralizador es ocuparse del deber de los demás (...) creo que se ve muy bien lo que puede ser un canalla moralizador". Y se ve, por cierto.

Es notable la capacidad de Comte-Sponville para justificar por qué conviene interpretar la realidad en términos de diferentes dimensiones u "órdenes":

a) El orden técnico-científico, que debe ser limitado o controlado desde fuera, porque es fácil ver las consecuencias indeseables de una sociedad tecnológica para el medio ambiente y la dignidad humana (no hay por qué hacer todo lo que la ciencia muestra que podría hacerse). Según el autor, la economía también es, en esencia, una técnica, aunque a veces pretenda mezclársela con otras cosas. Eso que ahora parece un detalle, mas adelante se revelará como una noción muy rendidora.

b) El orden jurídico-político, que puede limitar al orden anterior, pero que también es incapaz de autorregularse. Por ejemplo, la democracia puede ser una "tiranía de la cantidad" si se adoptan leyes favorables a la discriminación racial o sexual, o si se oprimen minorías; la ley no puede estar por encima de ciertos derechos humanos preexistentes. Según esta mirada, incluso los plebiscitos carecen de la potestad de imponer absolutos.

c) El orden moral, es decir, el orden del deber individual, que restringe más que el anterior la esfera de lo que corresponde hacer.

d) El orden ético, es decir, el orden del "amor". No es la caracterización habitual en los manuales pero puede tener su encanto la propuesta por el autor: "con el riesgo de simplificar mucho, [adopté el hábito de] entender por ’moral’ todo lo que se hace por deber y por ’ética’ todo lo que se hace por amor".

Corresponde ahora evaluar sus implicancias.

MUNDOS QUE SE NECESITAN. Según nuestro filósofo, pues, los distintos órdenes deben ser respetados en su especificidad. Y debe advertirse que, de hecho, suelen estar condicionados y limitados entre ellos. Por ejemplo, parece razonable y necesario evaluar desde el orden jurídico-legal, y también desde el orden moral, los efectos de los transgénicos, o la posibilidad de clonar seres humanos, o la de alquilar vientres humanos. Las ciencias no se bastan para todo, y no pueden ocupar el lugar de la moral. "Rechazar el cientificismo no es rechazar las ciencias, sino negarse a hacerse ilusiones con ellas". A su vez, el orden jurídico-legal, siendo tan importante para una convivencia más civilizada, no lo es todo. Las mayorías pueden equivocarse y amenazar derechos de las minorías, o lesionar valores fundamentales. El orden moral allí puede acudir en nuestro auxilio. Pero por su parte, el sentido estricto del deber, incluso más allá de lo que dicten las normas positivas, debe ser complementado por la ética, que en la acepción de Comte-Sponville es el orden del "amor" —en un sentido muy similar al cristiano, pese a que el autor no profesa esa religión—. El orden de lo ético enriquece y suaviza el orden moral.

Sin embargo, no conviene pasar raya y deducir apresuradamente jerarquías y precedencias fáciles entre estos cuatro órdenes —tal como el propio autor lo advierte—. Porque sería inconcebible el Estado y todo el orden jurídico-político sin la construcción de represas y hospitales, o sin vacunas, comunicaciones ni transportes —todos hijos del orden tecno-científico—. En cuanto al orden moral, seguramente retrocedería a escenarios mucho más difíciles sin el marco político y jurídico. Por último, el orden ético, sin las perseverancias y "rigidices" aseguradoras del orden moral, haría que el "amor" degenerase en lo meramente instintivo y se pareciese al "Ello" de Sigmund Freud. Todos los órdenes se necesitan y se complementan, sea cual fuere el sentido en que uno los analice y recorra, pero no deben ser confundidos unos con otros. "Pretender que el capitalismo es moral, o incluso querer que lo sea, sería pretender que el orden nro. 1 (el económico-tecnocientífico) esté intrínsecamente sometido al orden nro. 3 (el orden moral), lo que me parece excluido por su tipo respectivo de estructuración interna". Y esa "estructuración interna" refiere a diferencias de naturaleza: la que existe entre el mundo de lo falso y lo verdadero (la ciencia), y el de lo que funciona y lo que no (la tecnología), englobados bajo el orden 1, por un lado; el mundo de lo que conviene o no legislar (orden 2), por otro, y queda todavía el mundo de hacer el bien o hacer el mal, es decir (orden 3), y el de la ética (orden 4). Cuando se confunden esos mundos se incurre en errores fatales como los del "cientificismo" (ideología de la ciencia, pero no ciencia) y del "economicismo" (ideología de la economía, pero que como "ideología" tampoco constituye una ciencia).

LA TÉCNICA NO BASTA. "A mi pregunta-título: ’El capitalismo, ¿es moral?’, mi respuesta es: No" —afirma explícitamente Comte-Sponville—. Y se apresura a explicar: "El capitalismo no es moral, pero tampoco es inmoral: es —pero entonces total, radical, definitivamente— amoral". De ello extrae una conclusión que parece importante: "si pretendemos que haya moral en una sociedad capitalista (es necesario que la haya también en una sociedad capitalista), esta moral sólo puede venir, como en toda sociedad, de otro lado distinto de la economía. ¡No esperéis que el mercado sea moral por vosotros!".

Así definidas las cosas, desvanecido el primer momento de perplejidad, puede que se instale en el lector la grata sensación de haber adquirido una poderosa herramienta de análisis —que vale la pena poner a prueba—: la distinción entre cuatro órdenes de la realidad y sus correspondientes especificidades. Y la de tener a mano ciertas observaciones muy reconocibles. Todos conocemos "canallas moralizadores" que no dejan de prescribir deberes al prójimo, y "canallas legales", a quienes se les escapan las más elementales hebras de la moralidad. Ahora es posible reconocer "canallas economicistas", de un signo u otro, que confunden los órdenes, y pretenden decretar la felicidad ajena con voluntarismos carentes de técnica. O en el otro extremo, conocen una parte de la técnica pero bajo ella esconden una visión unilateral y darwinista de la realidad: "Incluso la izquierda ha acabado por entender que el Estado no es muy bueno para crear riqueza: el mercado y las empresas lo hacen más y mejor. Sería el momento de que se entendiera, incluso en la derecha, que el mercado y las empresas no son muy buenos para impartir justicia. ¿Y la moral? Tampoco se puede vender. Pero está a cargo de los individuos, no del Estado". Si a todas esas consideraciones se une el estupendo análisis de las ideas de Marx, o la visión integradora de las diferentes corrientes filosóficas, El capitalismo... de Comte-Sponville es una lectura imprescindible, siempre que se tome en cuenta cierta variante del antiguo tópico: segundas partes nunca fueron buenas —y por ellas no conviene comenzar—.

EL CAPITALISMO, ¿ES MORAL? de André Comte-Sponville, Paidós, Buenos Aires, 2004. 258 páginas.

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