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La poeta y el asesino

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László Erdélyi

EN UNA CELDA de una cárcel de Utah, a treinta kilómetros de Salt Lake City, está alojado Mark Hofmann, uno de los grandes falsificadores de documentos de la historia, o quizá el más grande. Una de sus obras cumbres fue un poema de Emily Dickinson fechado en 1871, rematado como bueno en 1997 en la prestigiosa casa Sotheby’s, cuando Hofmann ya estaba preso por estafa y doble homicidio. El coleccionista de libros infantiles Mark Hofmann había falsificado, a lo largo de muchos años, más de un millar de documentos sobre figuras importantes como George Washington, Walt Whitman, Abraham Lincoln o Daniel Boone.

Pero en los comienzos lo motivaba un oscuro sentimiento: destruir a la Iglesia Mormona, a la cual él pertenecía. Desplazando el odio que sentía hacia su padre —un estricto mormón— contra la institución en sí, el reputado coleccionista en que se había convertido comenzó a falsificar documentos que ponían en discusión los orígenes mormones. Partiendo de la figura del fundador de esa iglesia, Joseph Smith —a quienes muchos consideran un mitómano mujeriego y gran falsificador— Hofmann lanzó al ruedo cartas y documentos que cuestionaban la deificación de Smith hecha por la Iglesia, aportando supuestos datos verídicos que describían a Smith como mitómano, borracho, estafador y mujeriego, entre otras perlas. Llegó a ganar la confianza de las máximas jerarquías de la iglesia basada en Salt Lake City, quienes le pagaban fortunas cada vez que "encontraba" un nuevo documento original, para hacerlo desaparecer de inmediato y evitar polémicas públicas desagradables. Eran documentos perfectos. Llegó, incluso, a inventar la caligrafía de uno de los fundadores mormones, de quien sólo se conocían testimonios orales. Nunca habría sido descubierto de no haber cometido un error en otro aspecto de su vida.

GENIO COMPLEJO. La figura de Hofmann es, al día de hoy, mala palabra en el ambiente anticuario de Estados Unidos y Europa. Basta que su nombre esté vinculado de alguna forma al pasado de un poema original o documento antiguo para sospechar de inmediato, aunque tuviera la bendición de reputados forenses y especialistas académicos.

El complejo fenómeno generado en torno a Mark Hofmann fue investigado por el periodista Simon Worrall, plasmando lo obtenido en un excelente libro, The Poet and the Murderer (4th Estate, Londres), que recibiera del crítico del Times Peter Ackroyd el calificativo de "narración sensacional y arriesgada". Son calificativos justos. Es una historia sensacional, porque tiene manipulación de vidas e instituciones, densidad histórica en los planos literarios y religiosos, dos homicidios, y el frenesí propio de un thriller. Y es, además, una historia arriesgada, porque expone públicamente el secreto con que se mueve la religión mormona, con sus doce millones de acólitos y un cuantioso poderío económico, así como el dudoso ambiente en que se mueven las grandes casas subastadoras como Sotheby’s, un negocio que Worrall logra describir como sórdido y poco cristalino, con datos concretos sobre la mesa.

Sólo un individuo del nivel de Hofmann podía desatar semejante tormenta. Era un reputado coleccionista de libros infantiles, poseedor de una reconocida colección de textos auténticos. Conocía, entonces, los secretos de su profesión, y cómo trabajaban los autenticadores de documentos, qué buscaban para desacreditar un supuesto original, y cuándo debían callarse la boca. Si el falsificador lograba reunir papel auténtico (Hofmann lo arrancaba de las últimas páginas de biblias antiguas), tinta con la composición química de la época, y un estilo caligráfico a prueba de dudas, era muy difícil dejar en evidencia la falsificación.

En el caso de Emily Dickinson, utilizando sus contactos en el mundo de las antigüedades Hofmann adquirió el papel Congress que ella utilizaba alrededor de 1871. Tras un minucioso estudio de las inflexiones caligráficas que la poeta tenía en esos años, con una "c" y una "l" muy especiales en el mismo poema —combinación que sólo repetiría años más tarde—, creó un nuevo poema, cuya calidad fue considerada aceptable por los expertos. El falsificador dobló el papel igual que ella en esa época —en tres partes— y respetó decenas de detalles más. Era un trabajo perfecto. El académico Ralph Franklin, máxima autoridad en Dickinson y autor de The Manuscript Books of Emily Dickinson (1981), quien pasó años ordenando cronológicamente los poemas que la autora no databa, no pudo afirmar que era falso. No pudo hacerlo hasta que recordó que, años atrás, alguien lo había llamado consultándolo sobre ese mismo poema, y mencionando a Hofmann. Entonces se asustó.

DOBLE HOMICIDIO. El poema fue subastado en Sotheby’s y comprado por Dan Lombardo, bibliotecólogo de Amherst, pueblo natal de Dickinson. Las sospechas de Lombardo fueron contestadas con mentiras y evasivas por parte de la casa de remates. Evitaban recibirlo, y afirmaban que el poema había sido autenticado por académicos reputados, quienes tras ser consultados por Lombardo negaban el hecho. Al final consiguió, tras amenazar con hacer público el asunto, que Sotheby’s le devolviera los 22 mil dólares que había pagado por el poema. De esta forma el bibliotecólogo supo que las sospechas sobre la autenticidad de obras de arte y documentos es moneda común en el mercado de las antigüedades. Que ante la duda, los expertos se limitan a no declarar auténtico al objeto en cuestión, pero tampoco afirmar que es falso, por miedo a las posibles demandas de coleccionistas, propietarios, o casas de subastas. Y que lugares como Sotheby’s hacen caso omiso si las sospechas no son graves. Consultados sobre por qué "garantizan" la autenticidad de una obra al rematarla, el abogado de una de estas casas contestó que sólo "garantizan" la obra, no la autenticidad. Si el cliente no está conforme, "le devolvemos el dinero".

Esta historia no se habría escrito si Hofmann, a su vez, no hubiese sido víctima de sus propios apetitos. Era poseedor de una colección de libros antiguos originales valuada en 300 mil dólares, pero no le era suficiente; comenzó a jugar fuerte y a querer comprar más y caro. Tal era la confianza que los mormones depositaban en él que le llegaron a adelantar cientos de miles de dólares en pago por unos documentos "sensacionales" que ni siquiera se había tomado el trabajo de producir. También buscó dinero de otros, menos religiosos, y por ende menos elegantes a la hora de pedir de vuelta el dinero. Ya al borde de la desesperación, el gran manipulador de documentos decidió manipular la vida y la muerte: plantó dos bombas en las casas de dos de sus acreedores, reconocidas figuras de la Iglesia mormona. Una mató al destinatario; la otra, por accidente, a la esposa. Cuando Hofmann iba a entregar una tercera bomba le explotó en sus manos. Tuvo más suerte, y salvó la vida de milagro.

Más de cien agentes de cinco organismos federales y estatales norteamericanos, entre ellos el FBI, trabajaron full time para poner a Hofmann entre rejas. Procurando que no asesinara más estaba el detective de Salt Lake City llamado Ken Farnsworth, un ex mormón. Para que no falsificara más requirieron los servicios de George Throckmorton, experto forense en documentos, un tipo de carácter duro, determinado, y minucioso. Eran los antídotos perfectos que necesitaba un individuo de la talla de Hofmann.

Ambos tuvieron éxito. El trabajo de Throckmorton, en particular, merece un lugar en los anales de la ciencia forense. La tinta, con el correr del tiempo, penetra en forma profunda en la celulosa del papel, y muestra ciertas resquebrajaduras típicas sólo visibles mediante poderosos microscopios. Hofmann logró recrear en forma artificial esas resquebrajaduras, pero eran distintas a las auténticas. Cuando el forense encontró un documento que de un lado tenía tinta en forma natural, y del otro envejecida en forma artificial, encontró quizá el único error grueso que Hofmann cometió en su historial de falsificador. El envejecimiento de la tinta no es siempre idéntico, por la influencia de factores ambientales. Pero en un mismo documento ese proceso debe ser uniforme; nunca con dos envejecimientos diferentes en una misma hoja.

Una vez apresado, Hofmann se autoinculpó con la misma eficiencia con que produjo sus falsificaciones. Elaboró listas completas de todas las "obras" que realizó. Cabe sospechar algún trato secreto con la Justicia y con la propia Iglesia Mormona, sobre todo para proteger a su esposa y a sus dos pequeños hijos. El libro de Worrall, a su vez, se publicó en Estados Unidos bajo el sello Penguin Putnam; ni los mormones ni Sotheby’s tomaron acción ni emitieron declaración alguna respecto al libro. Se espera la edición en español para el 2004.

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