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La Historia del siglo XX y Hobsbawm

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El pasado 1º de octubre la noticia impactó en todo mundo vinculado al estudio de la Historia: había muerto en Londres, a los 95 años, Eric Hobsbawm. De familia judía, nacido en 1917 en Alejandría, Hobsbawm vivió su infancia y adolescencia en Austria y en Alemania. Con la llegada del nazismo al poder en 1933, ya huérfano desde dos años antes, se mudó a Londres donde residía parte de su familia. Estudiante destacado, obtuvo una beca para estudiar historia en el King´s College de Cambridge. Fue uno de los historiadores más eruditos de su generación, y sin duda, uno de los más conocidos en el mundo. Su amplia historia del siglo XX, The Age of Extremes, publicada en 1994, se tradujo a decenas de idiomas, y es un texto de referencia por cientos de estudiantes universitarios de nuestro país.

Fue Doctor Honoris Causa de la Universidad de la República. El 22 de octubre de 1999 escribió al por entonces presidente Sanguinetti, en tanto "admirador de las tradiciones democráticas de su país", para preocuparse por el paradero del nieto de Juan Gelman. "Hoy se dispone de elementos para descubrir la verdad. No puede haber una razón aceptable para el silencio", afirmaba el ya por entonces Companion of Honor de la reina de Inglaterra al presidente uruguayo.

Es que Hobsbawm siempre fue un intelectual comprometido. En plena República de Weimar, durante sus estudios secundarios, adhirió al Partido Comunista en Alemania. Pero lo interesante no es tanto esta primera adhesión adolescente, sino que ella haya perdurado en el siglo XX, impermeable a los trágicos episodios que vivió el mundo del socialismo real. Porque a lo largo de esas décadas, hubo otros brillantes intelectuales europeos, como Jorge Semprún, Albert Camus o Arthur Koestler, que por distintas circunstancias abandonaron su adhesión comunista. Por ejemplo: otro gran historiador, Francois Furet, dijo en su momento que dejar el Partido Comunista Francés en protesta por la invasión soviética de Hungría en 1956, había sido una de las cosas más inteligentes que había hecho en su vida.

El texto de la historia del siglo XX escrito por Hobsbawm trasluce su opción comunista. ¿Por qué escribir que la posibilidad de una dictadura está implícita en cualquier régimen basado en un partido único inamovible, si en realidad, un partido único inamovible siempre es, lisa y llanamente, una dictadura? Como buen estalinista, Hobsbawm adhirió a la exigencia del Komintern en 1932 de que los comunistas alemanes atacaran a los socialistas y dejaran de lado a los nazis. En sus memorias de 2003, escribió que "ahora está generalmente aceptado" que esa política había sido de una estupidez suicida. En realidad, esa valoración no apareció a principios del siglo XXI: salvo para los estalinistas como él, todo el mundo así lo había entendido ya en 1932.

Para describir el discurso de Kruschov de 1956, Hobsbawm escribe acerca de "la denuncia brutalmente despiadada de los excesos de Stalin". Como bien señaló la reseña de Tony Judt de la autobiografía de Hobsbawm, es la denuncia de Stalin lo que atrae los epítetos ("brutal" y "despiadada"), y no los "excesos" del líder soviético, que fueran tan bien narrados, entre otros, por el historiador británico Orlando Figes en Los que susurran (Barcelona, 2009).

Como bien supo escribir Hobsbawm sobre la represión de los años setenta en el Río de la Plata, también sobre el estalinismo había "elementos para descubrir la verdad", y no había "razón aceptable para el silencio". Sin embargo, él nunca escribió toda la verdad sobre el pasado siglo XX: siempre se negó a abordar, con claridad y contundencia, la herencia moral y política de Stalin.

Infelizmente, uno de los libros de referencia más importantes en nuestras universidades para entender el siglo XX nunca señala que setenta años de socialismo real no aportaron nada en el camino del bienestar humano. Seguramente Hobsbawm haya sido, como escribió Judt, "el historiador con más talento natural de nuestro tiempo". Y con razón agrega: "Sin que nada turbara su descanso, de alguna manera ha ignorado el terror y la vergüenza de esta edad".

La prosa de Hobsbawm se acercó mucho más al espíritu de un mandarín comunista hacedor de historia, que a un fino exponente de la intelectualidad occidental y moderna que se precia de fomentar el espíritu crítico de sus lectores.

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