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Isabel de Guevara: conquistadora

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Luciano Álvarez

El 2 de julio de 1556 Isabel de Guevara envió una carta desde la ciudad de Asunción del Paraguay. Estaba dirigida a la "muy alta y muy poderosa Señora" Doña Juana de Austria, Princesa Gobernadora de los Reinos de España.

Su objeto era pedir justicia, que le fuera dado un "repartimiento perpetuo" en gratificación de sus servicios. También pedía para su marido "algún cargo conforme a la calidad de su persona pues él, por sus servicios, lo merece."

Se consideraba agraviada por la ingratitud que ha sufrido "en esta tierra, (del Paraguay) porque al presente se repartió por la mayor parte, de lo que hay en ella (…) sin que de mí y de mis trabajos se tuviese ninguna memoria, y me dejaron de fuera…".

Al fundamentar sus derechos ante la soberana, Isabel de Guevara nos ha dejado un documento invalorable sobre aquellas mujeres que atravesaron el mar y de cuyas hazañas tan poco se cuenta y menos se sabe.

Se cumplían entonces veintiún años de aquel imponente 24 de agosto de 1535 en que zarpó la expedición de Don Pedro Mendoza. Isabel era parte del reducido número de mujeres -entre ocho y once dicen las crónicas- de un total de 1.500 personas que navegaban hacia el Río de la Plata. Nunca se había hecho a la mar flota tan lucida ni con tanta gente de distinción.

Lógicamente había una legión de segundones y "fijosdalgos", columna vertebral de la conquista, "pobres de hacienda y ricos de linaje". Pero también -hecho excepcional- se contaban treinta y dos mayorazgos, es decir herederos principales del patrimonio familiar, normalmente el mayor de los hijos; también algunos comendadores de San Juan y Santiago; un hermano de leche del futuro emperador Carlos V, llamado Carlos Dublín, y Luis Pérez de Cepeda, hermano de Santa Teresa de Jesús.

De aquellas pocas mujeres, se han conservado los nombres de María Dávila, Elvira Pineda, Mari Sánchez, Isabel de Quiróz, María Duarte, María de Angulo, Isabel y Ana Arrieta y Catalina Vadillo, la "Maldonada".

Isabel de Guevara, probablemente fuera hija o al menos pariente, de Carlos de Guevara, uno de los principales de la expedición, encargado de "administrar la real hacienda" y capitán de la nave Santa Catalina.

Aquella blasonada expedición se convirtió en tragedia. Para comenzar, durante el viaje, Mendoza mandó asesinar malamente al Capitán Juan de Osorio, su segundo comandante. Los males siguieron al llegar al Plata: la instalación de un rancherío y fuerte que luego sería Buenos Aires, devino en hambruna y guerra con los indígenas.

Los historiadores han trajinado con los detalles de tales desventuras, proporcionados por el bávaro Ulrico Schmidel, soldado de la expedición:

"Y se levantó allí una ciudad con un muro de tierra como de media lanza de alto a la vuelta, y adentro de ella una casa fuerte para nuestro general; el muro de la ciudad tenía de ancho unos 3 pies; mas lo que un día se levantaba se nos venía abajo al otro; a esto la gente no tenía que comer, se moría de hambre, y la miseria era grande; por fin llegó a tal grado que ya ni los caballos servían, ni alcanzaban a prestar servicio alguno. Así aconteció que llegaron a tal punto la necesidad y la miseria que por razón de la hambruna ya no quedaban ni ratas, ni ratones, ni culebras, ni sabandija alguna que nos remediase en nuestra gran necesidad e inaudita miseria; llegamos hasta comernos los zapatos y cueros todos".

Schmidel -a lo largo de todo su relato- no hace una sola mención a las mujeres. Isabel de Guevara será la encargada de vindicar su fortaleza física, sus trabajos, decisión, valentía y liderazgo.

"Fue tamaña el hambre -dice- que a cabo de tres meses murieron los mil. (Pero) como las mujeres nos sustentamos con poca comida, no habíamos caído en tanta flaqueza como los hombres." Las mujeres los mantuvieron con vida: "que, si no fuera por ellas todos fueran acabados (…), que milagrosamente quiso Dios que viviesen por ver que en ellas estaba la vida de ellos."

Además de lavarle las ropas, curarles y limpiarlos, cocinar lo poco que tenían, se encargaban de "hacer centinela, rondar los fuegos, armar las ballestas y cuando algunas veces los indios les venían a dar guerra" eran ellas quienes daban la "alarma por el campo a voces", levantaban a los hombres, "los que estaban para ello, sargenteando y poniendo en orden los soldados"; les arengaban y les empujaban a sobrevivir; gritaban y cantaban, ponían "fuego en los versos" dice Isabel.

Cuando un grupo de sobrevivientes del desastre de Buenos Aires -unos cuatrocientos- decidió remontar el Paraná, en dos bergantines, fueron otra vez "las fatigadas mujeres" quienes los mantuvieron vivos con sus trabajos. Flacos como estaban y al comienzo del invierno, les animaban "con palabras varoniles: que no se dejasen morir, que presto darían en tierra de comida, metiéndolos a cuestas en los bergantines con tanto amor como si fueran sus propios hijos. Porque todos los servicios del navío los tomaban ellas tan a pecho que se tenía por afrentada la que menos hacía que otra."

Así aprendieron a "marear la vela y gobernar el navío y sondar de proa y tomar el remo al soldado que no podía bogar y desagotar el navío...".

Cuando por fin, luego de varios años de penurias se establecieron en Asunción, aquellas pocas mujeres encontraron nuevas tareas: mientras los soldados se reponían de sus flaquezas, ellas estuvieron "rozando y carpiendo y sembrando y recogiendo el bastimento (la provisión para sustento), sin ayuda de nadie…".

En realidad, parece imposible que seis o siete mujeres lograran, por sí solas, la hazaña de hacer sobrevivir a varios centenares de hombres, pero el núcleo de indudable verdad es que esas mujeres eran gigantes de fortaleza y determinación. Isabel de Guevara se ganó el derecho a la exageración, a cuenta del ninguneo de los cronistas masculinos, grandes expertos en exagerar, por otro lado.

No sabemos si Isabel de Guevara obtuvo justicia de la corona española. De hecho, casi nada más sabemos de ella. Un poco se sabe del hombre, su marido, para el que pide "algún cargo conforme a la calidad de su persona". Se trataba de Pedro de Esquivel, un caballero andaluz "de bella compostura y bella traza" que llegó con Alvar Núñez Cabeza de Vaca en 1542 y que anduvo metido en las luchas entre "comuneros" y "leales" que desangraron a la incipiente colonia.

Es casi seguro que no obtuvo los cargos requeridos, y es seguro su final trágico, sucedido a los pocos años de escrita la carta. Barco Centenera en "La Argentina" (1602) cuenta cómo fue víctima de la lucha entre fray Pedro de la Torre, Obispo de Asunción -de quien era partidario- y el Gobernador Felipe Cáceres. Éste lo detuvo, le condenó a muerte, le cortó la cabeza en la plaza y la puso en una picota.

También es seguro que esta historia nunca llegó a manos de su destinataria. La "muy alta y muy poderosa Señora" Doña Juana de Austria, llevaba un año de muerta, sin contar los 46 de reclusión en el castillo de Tordesillas y era conocida como "Juana la Loca".

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