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Vanessa Estol: se preparó siete años para conquistar la cumbre del Everest y fue la primera en lograrlo

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Vanessa Estol escalando en el Everest

HISTORIAS

Tiene 36 años, es uruguaya, pero vive en México desde 2005. El 14 de mayo se transformó en la primera mujer uruguaya en alcanzar el techo del mundo. Esta es su historia.

En la cima de la montaña uno siempre está solo: no hay ninguna ayuda posible. Y ella pensó en eso: en que podía pasarle lo mismo que a esa persona, dar un paso en falso, pisar en un lugar equivocado, lastimarse una pierna y quedarse allí hasta la muerte.

Pero entonces levantó la cabeza y empezó a ver, cada vez más cerca, los pañuelos azules, rojos, verdes, amarillos y blancos que flamean en la cumbre del Everest. Son trozos de tela que se usan como plegarias para alcanzar la cima de una montaña: antes de subir se hace una ceremonia para homenajear a los dioses y pedirles que bendigan la expedición.

Cuando Vanessa llegó a la cumbre de la montaña más alta del mundo agradeció. Después de 45 días viviendo y conociendo la montaña y tras seis años de querer lograrlo, estaba allí, convirtiéndose en la primera uruguaya en lograrlo.

Vestida con un traje de pluma rojo que la ayudó a soportar temperaturas de hasta 40 grados bajo cero, detrás de unas gafas amarillas y con una máscara de oxígeno, se sentó, sacó de su mochila una bandera de Uruguay y se tomó una foto. Luego hizo lo mismo con la de México, el país en el que vive desde 2005. Estuvo allí 20 minutos. Pero llegar a la cumbre es apenas la mitad del viaje.

Restaba, todavía, desandar el camino, hacer lo mismo para bajar, pero esta vez en trayectos más largos.

El ascenso se hace parando en cinco campamentos: el Campo base, a 5.300 metros de altura, el Campo I, a 6.000, el Campo II, a 6.500, el Campo III a 7.500 y el Campo IV a 7.900. En el regreso, sin embargo, se trata de bajar directo desde la cumbre al campamento II. Y después hay que enfrentarse, una vez más y cargando el agotamiento, a la cascada de hielo de Khumbu, el lugar más peligroso de toda la montaña.

Se trata de un camino de bloques de hielo superpuestos que se mueven, en promedio, entre uno y dos metros por día, dejando unas grietas infinitas entre ellos. Para atravesarlo hay que hacer tres cosas: rezar para que no se muevan o se caigan justo cuando uno está encima, colocar unas escaleras entre uno y otro para atravesar las grietas y pasarlo lo más rápido que se pueda.

Fue allí donde Vanessa volvió a sentir miedo: mientras ella y su equipo -un grupo de amigos de distintos países de Latinoamérica con los que ya había escalado otras montañas- pasaban la cascada los alcanzó el final de una avalancha. No pasó nada de lo que podría haber pasado. Quedaron cubiertos de nieve pero todo, en la montaña, tiene que ver con la nieve.

Una uruguaya mexicana

Es jueves 19 de mayo y Vanessa todavía está en un hotel en Katmandú, la capital de Nepal. Aún no ha conseguido un vuelo para regresar a México.

En Uruguay son las nueve de la mañana, pero en Nepal son cerca de las seis de la tarde. Vanessa aparece en la pantalla de una videollamada con el pelo suelto cayéndole a ambos lados de la cara, los labios pintados de rojo y una musculosa negra. No hay nada en su rostro que indique que hace seis días ella era una mujer habitando el lugar más alto e inhóspito del planeta.

Vanessa no habla con acento mexicano pero tiene algo, a veces, en la manera en la que dice “salimos a la cumbre a las 12 de la noche” o “lo hicimos cinco horas después de las expediciones comerciales” o “tuvimos la montaña para nosotros solos”, que no es del todo uruguayo. Es algo en la forma de terminar las frases -como un canto que acentúa el final- que tiene algún rastro de México.

Nació en Montevideo, pero vivió en Lagomar. Recuerda que la infancia fue de jugar mucho afuera con amigos, de andar en bicicleta, de ir a la playa y a acampar con sus padres.

“Mi mamá es muy aventurera y siempre estábamos rodeados de gente con la que hacía carreras de aventura y cosas así. A mí no me gustaban mucho los deportes, pero seguro ahí se empezó a sembrar algo”, dice.

Vanessa Estol en una noche en la montaña
Vanessa Estol en una noche en la montaña. Foto: V. Estol

En 2005, cuando tenía 19 años, participó en el certamen de belleza Miss Uruguay y gracias a ello consiguió un contrato de trabajo en México. Se fue y decidió estudiar psicología. Se quedó para hacer una maestría y después para hacer un doctorado. Y en el medio de todo eso un día alguien la invitó a subir a una montaña de 4.600 metros. Era 2015. Y ella, que no hacía mucho deporte ni estaba demasiado preparada, decidió hacerlo.

Ese mismo año se estrenó la película “Everest”, que cuenta la historia de ocho alpinistas que murieron en la montaña. Ella la vio en el cine y cuando salió lo supo: quería escalarla, llegar a la cumbre de ese lugar.

Hizo los cálculos: una expedición a la montaña más alta del mundo sale alrededor de 60.000 dólares. Trabajando como psicóloga no le daban las horas del día para poder ahorrar ese dinero. Empezó a golpear puertas para buscar sponsors: pensó que, como era la primera uruguaya en intentarlo, sería sencillo conseguir ayuda. Pero no. Entonces decidió cambiar de trabajo y creó una empresa para hacer expediciones a distintas montañas, algo que ella venía explorando desde hacía tiempo. Hizo la primera a la base del Everest y el grupo se completó rápido. Hizo otra. Y otra. Y después llevó a un grupo a escalar a Ecuador y también lo hizo dentro de México cada fin de semana.

Así llegó a 2020: habiendo subido a más de 20 montañas internacionales y habiendo ahorrado todo el dinero necesario para lograr su sueño.

Ese año no pudo hacerlo porque todo estaba cancelado por la pandemia. En 2021 empezó la expedición y llegó hasta el campamento IV, a 7.900 metros de altura, el último antes de hacer cumbre. Pero cuando estaba allí la alcanzó una tormenta grande y tuvo que bajar. Una vez abajo, testearon al grupo y varios dieron positivo de coronavirus y, otra vez, todo se volvió a cancelar. Por eso esta vez era tan especial: porque el camino había sido demasiado largo, demasiado agotador, porque había estado demasiado cerca.

Vanessa Estol en la cumbre del Everest
Vanessa Estol en la cumbre del Everest. Foto: V. Estol

“Esta montaña fue una gran maestra en muchas cosas de mi vida. Tuve que volverme más flexible, cambiar mi trabajo, no dejarme vencer por todas las puertas que se me cerraron y por sentir la falta de apoyo, aprender a cambiar eso. Creo que todo eso me hizo mucho más fuerte como persona. Estando arriba me di cuenta de mis límites estaban mucho más allá de lo que pensaba. Porque cuando sentía que no podía más y estaba por desmayarme en realidad podía seguir seis o siete horas más. Creo que al final no se trató de la cumbre, sino de todo el camino para poder llegar hasta allí”, dice.

En el mundo hay 14 montañas que tienen más de ocho mil metros de altura. Y Vanessa las quiere a todas.

Una expedición que sale 60.000 dólares

Subir a la cumbre del Monte Everest sale 60.000 dólares. Y eso, cuenta Vanessa Estol, se debe a la logística que implica organizar una expedición así.

“Son 45 días en la montaña que implica, para las agencias que lo organizan, contratar a un montón de gente local para que las cosas salgan bien. Los sherpas son los verdaderos héroes de todo esto, sin ellos nadie podría hacerlo”, dice. “Por ejemplo, solo el permiso para subir cuesta 10.000 dólares. En el campo II hay un cocinero, y eso implica tener durante más de un mes a alguien viviendo a 6.000 metros de altura, hay que poner cuerdas fijas en la montaña, contratar a personas locales para que suban parte del cargamento, aunque las mochilas las llevamos nosotras. Es una logística complicada”.

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