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Títeres sanadores en versión ecológica

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Oficio: una amiga le enseñó a fabricar títeres en Córdoba hace treinta años y se dedicó de forma profesional.

Salud

Fernando Lorenzo usa los muñecos para hacer terapia y actividades ambientales.

Fernando Lorenzo era tímido y tartamudo, pero una tarea domiciliaria provocó un giro en su personalidad. La maestra de tercer grado le encomendó hacer un escenario de títeres dentro de una caja de zapatos, y él usó cucharitas de helado y cintas de papel con dibujitos para montar el espectáculo.

Se soltó frente a toda la clase durante esa función, y logró hablar de forma fluida. Con el tiempo descubrió que esa experiencia había sido clave para que destrabara cuestiones emocionales.

Este tacuaremboense cincuentón lleva 30 años ganándose la vida como titiritero y casi una década valiéndose de los muñecos para cuestiones terapéuticas, medioambientales y didácticas.

El viernes 5 de octubre dará su Taller Reciclarte en el marco del noveno Festival Internacional de Títeres. La cita es en el Salón Paseo San Fernando de Maldonado a las 10:00 horas. Está dirigido a personas de todas las edades que deseen desarrollar su creatividad mientras fabrican muñecos con envases de plástico o cualquier otro objeto reutilizable.

Modelo hecho en plástico.
Modelo hecho en plástico.

Recicl-arte.

Fernando era joyero y compartía un taller multidisciplinario con unos amigos donde también había cerámica, luthería y trabajos repujados en cuero. Tres décadas atrás viajó a Córdoba para participar de una feria y terminó instalándose allí por un año.

Una amiga argentina le enseñó a fabricar títeres y aprendió rápido porque tiene manualidad. Al volver a Uruguay decidió apartarse de la joyería y dedicarse a hacer muñecos.

Su compañía se llama Títeres Mainoí, que significa colibrí en idioma guaraní. Fernando dice tener un vínculo cercano con estas aves: "cuando estoy al aire libre se acercan a mí". También traen "colores y alegría", y es justamente lo que él procura transmitir cuando fabrica sus títeres.

Cuando comenzó los vendía en guarderías, escuelas, y en el Mercado de los Artesanos, donde recibió el premio al mejor stand 15 años atrás.

Planteó una historia sobre el tiempo y desarmó unos relojes para construir unas marionetas que movían ojos, piernas y brazos. En aquel entonces, Fernando no manejaba el "discurso del reciclaje", pero tenía la idea incorporada.

Reutilizar es una práctica natural para los titiriteros. "Siempre estamos reciclando: el mango de un paraguas roto puede ser la nariz de un personaje; también agarramos vestidos o telas viejas".

Hace ocho años Fernando decidió aportar a la sociedad para la toma de consciencia ambiental desde su oficio. Lo hace a través del Taller Reciclarte.

Todo comenzó a partir de la iniciativa de sus vecinos. Le llevaban materiales de todo tipo para que creara muñecos. Fernando tiene facilidad para ver formas en "la naturaleza, las nubes, y los árboles", y empezó a jugar con esos objetos que recibía.

Arrancó como algo lúdico y sin pensar en un resultado concreto, pero pronto se transformó en una actividad didáctica. Hoy la imparte en los centros de barrio de su Tacuarembó natal, y en otros puntos del país.

"Lo primero que probé fue un envase de jabón líquido. En la manija vi una nariz, luego le puse dos tapitas como ojos, una boca, le corté la parte inferior y le coloqué un hilo para poder moverlo. Logré un personaje de la nada", cuenta.

Recolecta todo tipo de objetos con miras a crear nuevos muñecos: caños de luz corrugados, tapas de water, bidones de plástico, paraguas rotos, o televisores viejos que sirven como escenario. "Para mí no hay límites ni desperdicios. De todo surge una idea".

Va dirigido a niños, pero también acuden docentes y familiares que quieren aprender a hacer títeres para sus hijos o nietos. La creación es espontánea. Fernando aplica ideas, modelos y mecanismos que usan sus alumnos para resolver bocas, ojos o cuerpos de un taller a otro.

Más que un simple juguete, un psicólogo

Fernando opina que el títere es un canal de comunicación, más allá de que no haya diálogo en la función, y está convencido de que sirve como método terapéutico. "Lo probé conmigo y sé que es eficiente". Durante muchos años aplicó esta técnica en Aldeas Infantiles. "Yo vivía en Playa Pascual y hacía los muñecos con planta de mate. La primeras veces eran muy violentos, pero fue increíble ver cómo después de estos talleres se revertía su comportamiento y conducta respecto a otros compañeros o con los propios materiales, ya que dejaban de romperlos", relata. Este intenso trabajo con los muñecos sirvió incluso para que esos niños pudieran canalizar cuestiones personales y expresar cosas que no le contaban ni siquiera al psicólogo. También lo convocaron de escuelas para que enseñara la técnica a las maestras y se topó con diversos obstáculos, por ejemplo, la timidez. Trabajó con un psicólogo Gestalt para que las docentes pudieran "deshinibirse y conectar con su niño interior. Es increíble cómo el títere puede ser una herramienta útil para que aflore el mundo interior de cada persona", subraya titiritero.

CREATIVIDAD.

Ampliar el negocio con miras a lo sustentable

Empezó a hacer espectáculos de títeres sin proponérselo. Sucedió gracias a los recorridos por las guarderías y colegios con el fin de vender los muñecos. Lo convencieron las maestras. Le decían, "¿viste cómo le gusta a los niños?, ¿por qué no venís y contás un cuento? "No, yo no sirvo para eso", respondía Fernando Lorenzo.

Hasta que un día se animó a relatar una historia y salió bien; después vino otra, y "acá sigo, haciendo esto después de 20 años. Mi hija se crió con los títeres y comió gracias a ellos".

En una época, Fernando compartía escenario con un músico, pero el dúo quedó atrás, y la compañía Títeres Mainoí volvió a ser un emprendimiento en soledad.

Su especialidad es hacer títeres de guante, pero una década atrás decidió ampliar el negocio y empezó a dar clases para enseñar a fabricarlos.

Llevó el Taller Reciclarte a un barrio marginal de Tacuarembó y se sorprendió por la creatividad que afloró. A los jóvenes entre 14 y 20 años se les ocurrió construir títeres gigantes con diversos objetos reciclados. Colocaron botellas en los pies de los muñecos, usaron caños de luz para los brazos, y bidones para el cuerpo.

El modelo "quedó genial" y Fernando lo replicó en otros ciclos didácticos.

Un año atrás hizo una función y brindó un taller para dos niños en una escuela rural ubicada en Punta de Cinco Sauces.

"Hace poco me encontré con unos de esos gurises y me dijo, ¿cómo andás, titiritero?, ¿te acordás de mí? Claro, cómo olvidarlo: eran dos niños, el auxiliar y la directora en esa escuela. Me contó que todavía usa los títeres que hicimos en el taller para entretener a su hermano menor mientras la madre sale a a trabajar".

Fernando se conmovió: "no podés imaginar qué repercusión tendrá después lo que uno hace en un pueblo perdido en medio del campo, pero con eso ya está, cerrá y vamo".

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