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Sergio Puglia: "Punta del Este me da una energía única"

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La casa de Sergio Puglia en el este está un poco alejada de la movida, allí en Jardines de Córdoba, pero quizás por eso es un refugio cómodo y acogedor con sus enormes jardines, su humedal y una casa de dos pisos que está bañada por la luz y decorada con gusto.

Se lo nota orgulloso cuando conduce una visita guiada por ese paraíso donde, se hace el que duda, quizás festeje su cumpleaños 65, el 28 de enero, en una reunión que se volvió un clásico. Visitante infaltable en los últimos 25 años, acá Puglia habla, siempre con su perra Oriana a cuestas, de sus recuerdos, sus amistades, una vida bien vivida y también de un balneario que conoció distinto y que se volvió su lugar en el mundo.

—¿Cuál es su primer recuerdo de Punta del Este?

—Llegar en tren a la estación de Punta del Este con mi familia y quedar impactado por las dunas de la Mansa. Después veníamos frecuentemente hasta que empezamos a alquilar. Punta del Este era correr, ser libre, estar entre los árboles. Es por eso que siempre me gustó más el bosque, lo verde. Hacer playa no me gusta: odio la arena.

—¿A qué zona venían?

—Estuvimos por años con una casita en Cantegril. Después por años dejé de veranear en Punta del Este porque en enero me iba a Europa y Estados Unidos, a los que terminé conociendo solo en invierno. Hasta que me cansé de eso y decidí que esa era la época para venir a Punta del Este. Hace 25 años que no falto un año.

—Es un lugar lleno de amigos.

—Muchos. Y tengo un grupo de gente con la que me encuentro en invierno, lo que es maravilloso. Hace unos años tuvimos una seguidilla... (se emociona). Fue complicado.

—Usted es muy "amiguero"...

—Los amigos son parte de mi vida y no podría vivir sin ellos. Acabamos de hacer un break en Nueva York, donde hacía siete años que no iba. Nunca dejes de ir siete años a Nueva York. En serio. Es energía pura.

—En este jardín también hay mucha energía.

—No sabés lo que es esto de tardecita cuando empiezan a caer todas las aves. Increíble. Todo esto es un humedal, lo que hace un microclima de fauna y flora que es algo excepcional.

—Ha dicho muchas veces que Punta del Este es su lugar en el mundo.

—Y lo creo. Me da una energía única. Y la vida me une cada vez más a Punta del Este. Ahora pertenezco al grupo que ganó la licitación del Centro de Convenciones, así que en 2016 estaremos trabajando día y noche, en la sección gastronómica de ese proyecto.

—¿Qué es lo que más extraña de aquel viejo balneario?

—Una de las cosas más interesantes que tenía Punta del Este era que todo el mundo se conocía por lo que cuando llegaban los extranjeros si no se relacionaban con los lugareños, quedaban por fuera. Y durante muchos años eso mantuvo la imagen de la exclusividad. Lo que mostraban aquellos "Verano de...", por ejemplo, no todo el mundo accedía a eso y uno desde acá miraba esos programas y se preguntaba y ese Punta del Este dónde está. Eso fue el glamour que se vendió al mundo y que era una copia de los balnearios de nivel internacional.

—Eso se terminó en algún momento.

—Punta del Este empezó a popularizarse y a perder esa esencia.

—Y llegó otro público.

—Una clase media que, en definitiva siempre quiso llegar a Punta del Este. Lo hizo primero a través de la hotelería y las excursiones y después compró y se transformó de turista en veraneante. Fue tomando un vuelo diferente y apareció un nicho de mercado: la inversión inmobiliaria. Y se empezó a construir y edificar hasta este nuevo Punta del Este que hoy está pensado para el siglo XXI. En algún momento, igual se les fue un poco la mano con los permisos. Eso hizo que Punta del Este fuera cambiando de carácter. Igual debo reconocer que el balneario aquel estancado en el tiempo, no hubiera tenido el desarrollo que tuvo.

—El Conrad, coinciden muchos, fue un momento bisagra para el balneario.

—Le cambió la cara. Vendió el Uruguay en el mundo como destino turístico. Es un antes y después. Y, además, volvió el espectáculo a Punta del Este.

—Igual, en ciertas zonas, los uruguayos nos sentimos forasteros.

—Los uruguayos siempre sentimos que Punta del Este no era uruguaya. Me lo dijo la ministra Liliam Kechichian: a cierta izquierda le cuesta mucho reconocer a Punta del Este. Y después otros uruguayos sintieron que Punta del Este era de los argentinos y que si no tenías plata no podías venir. Perdieron de vista que era un motor que generaba fuentes de trabajo y que era otra cosa además de lo farandulesco y el glamour. El uruguayo recién en estos últimos años ha posado sus ojos y sus vintenes en Punta del Este. Capaz que es porque tiene más dinero, pero hoy se ven muchos autos argentinos o brasileños, sí, pero también muchos uruguayos.

—Se acuerda de la vieja Barra.

—Por favor. ¡Cómo no me voy a acordar! A veces cruzábamos con una balsa o con un barquito. Unos amigos tenían casa del otro lado. Si me acordaré. Era otra cosa.

—¿Y José Ignacio?

—Me fascina pero me da pereza ir hasta allá.

—Otra vez se dio este año una polémica por los precios. ¿Qué le parecen?

—Está un poco caro. Es el mercado el que tiene que establecer los precios en Punta del Este como en cualquier otro lado. Los precios dirigidos no me gustan nada y a aquel negocio que está pasado en precios, la gente no vuelve y el tipo va a tener que bajarlos. Igual, Punta del Este está un poco castigada. La temporada pasada no fue buena y la salvaron los uruguayos y el invierno fue terrible, así que ahora es natural que quieran resarcirse.

—Usted es del negocio gastronómico, y como se dijo, 300 pesos un licuado es un poco mucho.

—Una locura. Ayer compré seis medialunas de manteca y dos medialunas de grasa y me cobraron 400 pesos. A mí me pareció un disparate pero con la anestesia que me caracteriza, pagué, no dije nada pero no vuelvo más.

—Y está la inseguridad.

—Es como reiterativo. Ustedes como periodistas saben que todos los veranos al comienzo tenemos cuatro o cinco asaltos, cuatro o cinco copamientos, robos de joyas que nunca entraron al país, de casas que, en definitiva, están entregadas porque no me digas que justo van a asaltar la casa que tiene 14.000 dólares. Si fuéramos observadores ecuánimes, veríamos que todos los veranos pasa lo mismo. Claro que hay un problema de inseguridad en el país todo pero Punta del Este es un privilegio: tiene el operativo Verano Azul que no lo tiene el resto del país.

—Pero la queja está instalada.

—Sí, pero qué aportamos nosotros. La casa que tenía en Pinares no estaba cercada cuando la compré. Cuando vinieron los primeros problemas de inseguridad, le puse alarma y aunque me resistía a cercarla, la terminé transformando en un búnker. Mis vecinos se resistían a cercar sus casas: a todos los robaron menos a mí. Uno tiene que responder a lo que sucede alrededor de uno.

—Vamos a cosas más agradables. El 28 es su cumpleaños y el festejo se ha convertido en un clásico de la temporada. Con casa nueva, ¿qué tiene pensado hacer?

—(se ríe) No tengo la menor idea. Cuando volví a Punta del Este en 1982, me puse a trabajar en el hotel que hoy es en el Barradas, y se me ocurrió hacer una fiesta, le pongo de Acuario y fue un éxito. ¡Cantaba Juca Shepard que era como Frank Sinatra! Y dije voy a festejar mi cumpleaños todos los 28 de enero y se transformó en la fiesta del verano. Empecé a traer gente de todas partes: un año coincidieron Gasalla, Julio Bocca, Susana Rinaldi y Georgina Barbarrosa, por ejemplo. Ahora cumplo 65 años (y aún me puedo dar el lujo de decir la edad) y estoy en esta casa nueva que tiene este jardín maravilloso aunque está en obra porque aún no terminaron la pileta y vamos a poner una iluminación maravillosa en el jardín. Buenos, puede ser que haga una fiesta.

—¿Puede ser?

—Algo voy a hacer. Siempre hago igual, no la pienso mucho Una semana antes empiezo y armo todo. Algo voy a hacer.

—¿Tiene 65?

—Y baqueteados porque he tenido la fortuna de vivir una vida intensamente y disfrutar mucho.

—Si me permite una palabra un poco vieja, usted es un bon vivant.

—Mi abuela paterna decía que entre ella y mi madre me habían transformado en un dandy y tengo gustos y cosas que colecciono que claramente es por influencia de ellas. Me gustan los perfumes, por ejemplo, y empecé a estudiar y ahora compro perfumes para cada estación. Otra cosa que colecciono son relojes: tengo casi 80. Y zapatos pero mejor no digo cuántos. Y encima soy millonario en viajes: he podido ir a todos los lugares que quise y de la mejor manera. Nunca hice un viaje de mochilero, ni quiero hacerlo: siempre viajé muy bien.

—¿Cómo hizo?

—Tuve la suerte de tener un padrino excepcional, un gallego de Santa Comba que llegó con una mano atrás y otra adelante, que dormía detrás de los mostradores del bar del puerto en el que trabajaba y que se transformó en un señor con muchísimo dinero y como yo era su locura y me permitió vivir como un príncipe. Y fue él el que me metió en el mundo de la gastronomía. Sentado en su falda degustaba los cognac y los whiskies y me enseñaba a diferenciar entre las pastas de grano duro y... (se vuelve a emocionar)

—Está muy emotivo...

—Siempre lo fui. No es de ahora así que no es síntoma de vejez. Lo que pasa es que antes me controlaba. Pero ahora no me importa nada.

Un año ocupado y en horario central

A pesar de haber encontrado su lugar en el mundo en Punta del Este, Sergio Puglia parece no poder dejar de trabajar. El año pasado atendió varios quioscos: En su salsa en la mañana de Canal 19, Puglia invita, su programa semanal de almuerzos que este año cumple 25 años ininterrumpidos; Al pan pan (en la tarde de Radio Sarandí), viajes que organiza (y que este año lo llevarán a Turquía y las islas británicas) y su programa en Canal 7.

"Para 2015, estamos conversando con el canal 10 para cambiar En su salsa que está al aire hace seis años y que creo necesitaba un refreshing y se transformará en un show en horario central", dice. Tendrá, "entretenimiento gastronómico", pero prefiere guardar cierto misterio. Empezaría en marzo.

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